Las transformaciones
en el sistema de medios regional tienen lugar en escenarios de abiertas
disputas políticas con los poderes políticos, económicos y fácticos
dominantes, y de una permanente desestabilización antidemocrática,
apoyada y financiado por el gobierno de los Estados Unidos a través de
sus embajadas en América Latina.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Los cables de Wikileaks confirman la complicidad de las embajadas de EE.UU con los grandes medios de comunicación de América Latina. |
El Día Mundial de la Libertad
de Prensa, celebrado el pasado 3 de mayo, se vio ensombrecido por las noticias
de asesinatos de periodistas en México y Honduras, alcanzados por la violencia
criminal de los poderes fácticos. También ese día, la Procuraduría de Derechos Humanos (PDDH) de El Salvador emitió un
comunicado que arroja luz sobre otra de las dimensiones conflictivas
del ejercicio del periodismo y el derecho a la comunicación en América Latina:
la de la violencia ideológica, político-económica, y en buena medida
estructural, que hace del sistema de medios latinoamericanos unos de los más
concentrados y excluyentes de la diversidad cultural y social de nuestros
pueblos.
Según la PDDH, en el
sistema de medios salvadoreños “todavía hay niveles considerables de exclusión en cuanto al ejercicio
periodístico y el acceso a los medios de comunicación”, especialmente en el sector comunitario, por lo que considera necesario
“llevar a discusión la distribución
equitativa del espectro radioeléctrico, la creación de una institución rectora
de las políticas de comunicación social y de una defensoría de lectores,
radioescuchas y televidentes” (ContraPunto, 04-05-2012).
La de El Salvador no es
una realidad distinta al resto de Centroamérica, cuyo panorama se caracteriza por
la alta concentración de la propiedad de los medios en unos cuantos y poderosos
grupos económicos transregionales (asociados a las viejas familias oligárquicas), la creciente penetración del capital
extranjero, la elevada incidencia política del poder mediático –que en algunos
casos define candidatos y hasta presidentes de la República- y una abrumadora
influencia cultural, que no solo posiciona a conveniencia “los temas” posibles
del debate público, sino que también moldea y reconstruye identidades en
función de las grandes corrientes de la cultura global de masas, del consumo y
los valores centrales del neoliberalismo.
Como un signo de los
tiempos y rutas diferenciadas en las que se mueven el norte y el sur de nuestra
América, las recomendaciones de la Procuraduría salvadoreña, que bien podrían
delinear una política pública de comunicación y acceso a los medios, son
todavía una utopía en el contexto centroamericano, a diferencia de lo que
ocurre en países como Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina y Brasil: allí,
gracias a la presencia de gobiernos progresistas y nacional-populares, y a los
espacios ganados por una más intensa participación de movimientos sociales,
investigadores e intelectuales, las reformas legales y la reconstrucción de los
sistemas de medios públicos -con presencia en prensa escrita, internet, radio y
televisión- han permitido avances sustantivos en la democratización de lo que
históricamente fue un latifundio mediático.
Por supuesto, estas
transformaciones tienen lugar en escenarios de abiertas disputas políticas con
los poderes políticos, económicos y fácticos dominantes, y de una permanente
desestabilización antidemocrática, apoyada y financiado por el gobierno de los
Estados Unidos a través de sus embajadas en América Latina.
Precisamente, Martín
Becerra, investigador argentino del sistema de medios de comunicación, acaba de
presentar en Buenos Aires, junto a Sebastián Lacunza, el libro “Wiki Media Leaks. La relación entre medios y
gobiernos de América Latina bajo el prisma de los cables de WikiLeaks”, en el que analizan las relaciones de la diplomacia estadounidense con
las élites política, económicas y mediáticas latinoamericanas. En una entrevista concedida a la prensa, y a partir de un riguroso estudio de los documentos diplomáticos,
Becerra explica que las embajadas de Estados Unidos “tienen un comportamiento
bastante similar cuando se trata de gobiernos que son francos adversarios o
tienen una línea claramente enfrentada con Estados Unidos. Es el caso de
Venezuela, Bolivia, Ecuador y Honduras cuando estaba (Manuel) Zelaya, antes del
golpe de Estado. La regularidad del
comportamiento estadounidense consiste en ser un articulador de la oposición a
esos gobiernos que considera hostiles” (Página/12, 01-05-2012).
Aliadas con funcionarios de las agencias del gobierno norteamericano,
las agresivas élites regionales fijaron como objetivos prioritarios de sus
acciones a las revoluciones venezolana y ecuatoriana, convirtiéndolas en
auténticos laboratorios de prueba y error de las tácticas de la llamada guerra
de cuarta generación. Becerra, por ejemplo, sostiene que en estos dos países es
claro “el reconocimiento de la embajada como articuladora y
financiadora de ONG y medios de comunicación, así como columnistas y
periodistas opositores a Correa y Chávez, que adoptaron posiciones golpistas.
(…) En el caso venezolano, la embajada
admite literalmente que hay flujo económico hacia ONG y medios de comunicación.
En ningún otro país he visto eso” (Página/12, 01-05-2012).
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