Jorge Gómez Barata
La
Revolución Cubana que cuenta con un vasto sector periodístico
profesionalmente competente y políticamente comprometido y que en los
momentos de peligros y definiciones no ha vacilado ni escatimado su
apoyo, ha creado una prensa de la cual no se siente satisfecha.
Ninguna
otra institución cubana recibe tantas críticas, no sólo del público,
sino de la dirección del Partido y del Estado aunque, debido a otra
rareza, ninguna entidad o sector las asume con mayor indiferencia. Nunca
un director se ha dado por aludido, la organización de los periodistas
no reacciona, los encargados de dirigirla no responden a los
cuestionamientos y los periodistas nada pueden hacer. Todos esperan de
otros, cambios que solo ellos pueden promover.
Interioridades
aparte, la actividad de la prensa cubana transcurre como si viviera en
el mejor de los mundos: se celebran regularmente congresos, asambleas,
concursos y festivales, se otorgan premios individuales y colectivos y
se conceden homenajes y, en cada caso, se releen informes que todos han
conocido antes y se pronuncian discursos escuchados otras veces donde se
alude a la prensa “que se quiere y se necesita” y raras veces a la que
se tiene.
Esta
circunstancia es tanto más lamentable porque se trata de una mutación
recesiva que desmiente el desarrollo de este sector, no sólo en la Cuba
pre revolucionaria sino en los 15 primeros años del proceso
revolucionario. Desde 1959 hasta mediados de los años setenta la prensa
cubana reflejó eficazmente los acontecimientos, acompañó y apoyó el
proceso, concedió los espacios requeridos a los pronunciamientos de los
líderes, espacialmente Fidel Castro, que la utilizaba en su labor de
esclarecimiento diaria y sistemáticamente.
Para
escribir la historia de aquellos años, nada hay que desclasificar. Si
algo no apareció en la prensa de entonces es porque no era importante.
Cualquiera
diría que en aquellos años cuando los periódicos no eran privados,
aunque tampoco “órganos oficiales” y los directores no tenían encima de
ellos un “aparato” que los orientara ni nadie con atribuciones para
regañarlos o sancionarlos administrativamente, las cosas si bien no eran
perfectas, marchaban mejor. Todo cambió con la importación de la
experiencia soviética.
En
las presentes circunstancias cuando la sociedad cubana se interna en un
prometedor proceso de reformas, en la prensa se percibe el inmovilismo
de siempre, a veces cubierto con fórmulas tan pedestres como las “cartas
de los lectores”, un ejercicio, mediante el cual se traspasa a los
lectores tareas y atribuciones que corresponden a los periodistas. Da la
impresión de que las reformas no llegan a la prensa, no porque no se
quiera cambiar para avanzar sino porque nadie sabe cómo hacerlo.
Tal
vez si se probara a crear un periódico y una agencia de noticias
manejado de modo autónomo por juntas directivas o cooperativas de
profesionales revolucionarios, que hagan revolución por cuenta propia y
al interior de las cuales la organización política y no el aparato
desempeñaran su papel de orientación, se aportaría una solución o, al
menos, se exploraría una opción. El Partido y el Estado pueden apoyarlos
sin cortarles las alas. Allá nos vemos.
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