Un pequeño terremoto ha comenzado a sentirse en el cuartel general en
Roma de la FAO, la organización para la Alimentación y la Agricultura
de la ONU.
Tras un largo reinado de 17 años, el senegalés Jacques Diouf dejó en enero la dirección general de esa organización que trabaja para tratar de erradicar el hambre en el mundo.
Su puesto lo ha ocupado un señor bajito y afable llamado José Graziano Da Silva, nacido en Estados Unidos hace 61 años, que tiene pasaporte brasileño e italiano, que habla español con acento porteño (su mujer es de Buenos Aires) y que viene dispuesto a cambiar las cosas...
Aunque sólo lleva tres meses al frente de la FAO -un monstruo paralizado por la burocracia, en una "situación financiera desastrosa", "con el personal desmotivado" y que "despilfarra recursos", según dictaminó en 2007 un comité independiente de expertos-, ya ha empezado su pequeña revolución.
Para empezar ha congelado las nuevas contrataciones y ha eliminado los iPhone y Blackberry de los que disfrutaban muchos empleados. Él mismo, a diferencia de sus antecesores, de vez en cuando almuerza en el comedor colectivo de la FAO.
Pero, sobre todo, Graziano asegura que poner fin a los padecimientos de los cerca de 1.000 millones de personas que pasan hambre en el mundo es algo perfectamente posible. Y sabe de lo que habla: él fue el principal arquitecto de Hambre Cero, el programa que en tan solo cinco años logró sacar a 24 millones de personas de la pobreza extrema en Brasil y reducir la malnutrición en un 25%.
Aunque advierte: "Si la crisis en Europa, entre ellos España, se hace más profunda e impacta o incluso desmantela las redes de protección social, en Europa podría haber un problema de acceso a los alimentos. Sobre todo en grupos como el de los ancianos, que dependen de las transferencias de los recursos del Estado, sí que va a haber un problema. Nuestra preocupación inmediata en ese sentido no es el hambre, sino la malnutrición. Porque cuando hay una crisis de empleo y precios elevados, ¿qué hace la gente? Hay una sustitución de productos proteicos por productos más calóricos. Estamos reemplazando verduras, leche y carne por patatas, almidón, cereales. Y eso produce un aumento de la obesidad. Y el problema es que impacta sobre todo en los niños, en especial en los que no tienen acceso a comida en la escuela. Es clave que los gobiernos europeos comiencen políticas activas de seguridad alimentaria, empezando por la educación: promover las frutas de estación, que tienen precios más accesibles, los productos locales..."
Tras un largo reinado de 17 años, el senegalés Jacques Diouf dejó en enero la dirección general de esa organización que trabaja para tratar de erradicar el hambre en el mundo.
Su puesto lo ha ocupado un señor bajito y afable llamado José Graziano Da Silva, nacido en Estados Unidos hace 61 años, que tiene pasaporte brasileño e italiano, que habla español con acento porteño (su mujer es de Buenos Aires) y que viene dispuesto a cambiar las cosas...
Aunque sólo lleva tres meses al frente de la FAO -un monstruo paralizado por la burocracia, en una "situación financiera desastrosa", "con el personal desmotivado" y que "despilfarra recursos", según dictaminó en 2007 un comité independiente de expertos-, ya ha empezado su pequeña revolución.
Para empezar ha congelado las nuevas contrataciones y ha eliminado los iPhone y Blackberry de los que disfrutaban muchos empleados. Él mismo, a diferencia de sus antecesores, de vez en cuando almuerza en el comedor colectivo de la FAO.
Pero, sobre todo, Graziano asegura que poner fin a los padecimientos de los cerca de 1.000 millones de personas que pasan hambre en el mundo es algo perfectamente posible. Y sabe de lo que habla: él fue el principal arquitecto de Hambre Cero, el programa que en tan solo cinco años logró sacar a 24 millones de personas de la pobreza extrema en Brasil y reducir la malnutrición en un 25%.
Aunque advierte: "Si la crisis en Europa, entre ellos España, se hace más profunda e impacta o incluso desmantela las redes de protección social, en Europa podría haber un problema de acceso a los alimentos. Sobre todo en grupos como el de los ancianos, que dependen de las transferencias de los recursos del Estado, sí que va a haber un problema. Nuestra preocupación inmediata en ese sentido no es el hambre, sino la malnutrición. Porque cuando hay una crisis de empleo y precios elevados, ¿qué hace la gente? Hay una sustitución de productos proteicos por productos más calóricos. Estamos reemplazando verduras, leche y carne por patatas, almidón, cereales. Y eso produce un aumento de la obesidad. Y el problema es que impacta sobre todo en los niños, en especial en los que no tienen acceso a comida en la escuela. Es clave que los gobiernos europeos comiencen políticas activas de seguridad alimentaria, empezando por la educación: promover las frutas de estación, que tienen precios más accesibles, los productos locales..."
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