e
Esther Vivas
El drama del hambre toma de nuevo actualidad a raíz de la emergencia
alimentaria en el Cuerno de África, pero las hambrunas son una realidad
cotidiana silenciada. En todo el mundo, más de mil millones de personas,
según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO), tienen dificultades para acceder a
los alimentos. Una hambruna que tiene causas y responsabilidad
políticas.
África es una tierra expoliada. Sus
recursos naturales han sido arrebatados a sus comunidades a lo largo de
siglos de dominio y colonización. Aunque no sólo se trata del expolio de
oro, petróleo, coltán, caucho, diamantes… sino, también, de agua,
tierras, semillas que dan de comer a sus habitantes. Si el 80% de la
población en el Cuerno de África, como indica la FAO, depende de la
agricultura como principal fuente de alimentos e ingresos, ¿qué hacer
cuando no hay tierra que cultivar?
En los últimos años, la oleada creciente
de privatizaciones de tierras en África (su compra por parte de
gobiernos extranjeros, multinacionales agroalimentarias o fondos de
inversión) ha hecho aún más vulnerable su precario sistema agrícola y
alimentario. Con campesinos y campesinas expulsados de sus tierras,
¿dónde cultivar aquello que comer? Muchos países, consecuentemente, han
visto reducir drásticamente su ya limitada capacidad de
auto-abastecimiento, después de décadas de políticas de liberalización
comercial que han menguado su capacidad productiva.
La crisis alimentaria y financiera, que
estalló en 2008, dio lugar, como ha documentado ampliamente la
organización internacional GRAIN, a un nuevo ciclo de apropiación de
tierras a escala global. Gobiernos de países dependientes de la
importación de alimentos, con el objetivo de asegurar la producción de
comida para su población más allá de sus fronteras, y agroindustria e
inversionistas, ávidos de nuevas y rentables inversiones, vienen
adquiriendo desde entonces fértiles tierras en países del Sur. Una
dinámica que amenaza la agricultura campesina y la seguridad alimentaria
de estos países.
Se calcula que desde el año 2008, se han
adquirido por esta vía alrededor de 56 millones de hectáreas de tierra a
escala global, según datos del Banco Mundial, la mayor parte, más de 30
millones, en África, donde la tierra es barata y su propiedad comunal
la hace más vulnerable. Otras fuentes, como el Global Land Project,
hablan de entre 51 y 63 millones de hectáreas sólo en África, una
extensión similar a la de Francia. Se trata de arrendamientos,
concesiones o compra de tierras, las formas de transacción pueden ser
múltiples y a menudo opacas, en una dinámica que algunos autores han
calificado de “nuevo colonialismo” o “colonialismo agrario”, al tratarse
de una recolonización indirecta de los recursos africanos.
El
Banco Mundial ha sido uno de sus principales promotores desarrollando,
junto a otras instituciones internacionales como la FAO, la Agencia para
el Comercio y el Desarrollo de Naciones Unidas (UNCTAD) y el Fondo
Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), lo que se ha venido a
llamar “Principios para una Inversión Agrícola Responsable”, que
legitiman la apropiación de tierras por parte de inversores extranjeros.
A través de la International Finance Corporation (IFC), la institución
afiliada al Banco Mundial que se ocupa del sector privado, éste ha
promovido programas para eliminar barreras administrativas, cambiar
leyes y regímenes fiscales en países del Sur e incentivar así las
inversiones.
Etiopía, uno de los países afectados por
la actual hambruna, ha ofrecido tres millones de hectáreas de tierra
cultivable a inversores extranjeros de India, China, Pakistán, Arabia
Saudita, entre otros. El negocio no podría ser mejor: 2.500 km2 de
tierra virgen productiva a 700 euros al mes, con un contrato a cincuenta
años. Éste es, por ejemplo, el acuerdo alcanzado entre el gobierno
etíope y la empresa india Karuturi Global, una de las 25 mayores
agroindustrias mundiales, que dedicará estas tierras al cultivo de
aceite de palma, arroz, azúcar de caña, maíz y algodón para la
exportación. Las consecuencias: miles de campesinos y pueblos indígenas
expulsados de sus tierras, precisamente aquellos que más padecen el
hambre y la falta de alimentos, así como vastas extensiones de bosques
talados y quemados.
Otros países de África como Mozambique,
Ghana, Sudán, Malí, Tanzania, Kenia han arrendado millones de hectáreas
de su territorio. En Tanzania, el gobierno de Arabia Saudita ha
adquirido 500.000 hectáreas de tierra para producir arroz y trigo para
la exportación. En el Congo, un 48% de su territorio agrícola está en
manos de inversionistas extranjeros. En Mozambique, más de diez millones
de tierras arrendadas.
La conferencia académica Global Land
Grabbing, que tuvo lugar en Gran Bretaña en abril de 2011, señaló el
impacto negativo de dichas adquisiciones. Más de un centenar de estudios
de casos documentados mostraban como estas inversiones no tenían ningún
efecto positivo para las comunidades locales, al contrario generaban
desplazamientos y mayor pobreza.
Desde hace años, el movimiento
internacional de La Vía Campesina viene denunciando el impacto dramático
que esta oleada masiva de acaparamiento de tierras tiene en las
poblaciones de los países del Sur. Si queremos acabar con el hambre en
el mundo es fundamental garantizar el acceso universal a la tierra, así
como al agua y a las semillas, y prohibir especular y hacer negocio con
aquello que nos alimenta y nos da de comer
No hay comentarios.:
Publicar un comentario