Cuatro días de cumbres que han reunido a los principales mandatarios
del mundo en Camp David y Chicago dejan un mensaje claro: Estados Unidos
está urgentemente interesado en el crecimiento económico de Europa y
quiere liquidar de la mejor forma posible la distracción que, en estos
momentos, representa la guerra de Afganistán.
El presidente Barack Obama llegó a la cumbre del G-8 en Camp David con el firme propósito de empujar, esta vez con la complicidad del nuevo presidente francés, François Hollande, por la adopción cuanto antes de medidas que impulsen la actividad económica y el consumo en Europa. La Unión Europea, en su conjunto, es el principal socio comercial de EE UU. Para que la economía de este país, que crece muy tímidamente, alcance el ritmo necesario como para crear empleo de forma significativa, es preciso aumentar las exportaciones, uno de los apartados que mejor se ha comportado en los últimos años. Esos puestos de trabajo son la clave para que Obama obtenga la reelección en noviembre.
En otras palabras, Obama necesita que los europeos aumenten su poder adquisitivo, que compren más iPad, más Levi’s y más coches Ford para que sus posibilidades de reelección aumenten.
Al mismo tiempo, necesita menos guerra. La guerra de Afganistán es, actualmente, cara e impopular. Después de los atentados del 11-S, George Bush ganó su reelección gracias a sus demostraciones de fuerza, especialmente en Afganistán. Hoy esa estrategia no funciona. Hoy los norteamericanos no encuentran suficientes razones como para seguir combatiendo tan lejos cuando necesitan dedicar ese dinero a inversiones en Michigan y Ohio.
Obama no puede salir de Afganistán como lo ha hecho Hollande. El presidente francés adelanta la retirada de sus tropas porque sabe que otros se quedan allí. El presidente norteamericano está obligado a cuidar el prestigio de la OTAN y de los propios Estados Unidos, que se resentirían seriamente con una salida que sonaría a retirada.
Con ese matiz, Obama ha conseguido en la cumbre de la OTAN en Chicago lo más próximo a un final de la guerra. Aún quedan más de dos años de presencia militar, pero ya están marcados los plazos para desligarse paulatinamente del conflicto. Psicológicamente, la guerra empieza a ser una cosa del pasado, y así podrá presentarlo el presidente en su campaña electoral.
No se hablará mucho de Afganistán en esa campaña. Sí se hablará mucho de Europa. La adopción en ese continente de una nueva política de estímulo al crecimiento significaría, además, una ratificación de la política que Obama ha implementado en este país desde el comienzo de su presidencia. A su vez, el fracaso de la austeridad representa una desautorización de la propuesta que el candidato republicano, Mitt Romney, trae en su cartera.
Una Europa económicamente deprimida supone la caída de los mercados financieros —como lleva ocurriendo con fuerza en el último mes— y un clima general de desconfianza y pesimismo que, en buena medida, se traslada al electorado norteamericano.
Con razón, Obama decía estos días que “cuando hay problemas en Madrid, hay problemas en Pittsburg”. La depresión de los españoles, en esta realidad globalizada, es contagiosa.
El presidente Barack Obama llegó a la cumbre del G-8 en Camp David con el firme propósito de empujar, esta vez con la complicidad del nuevo presidente francés, François Hollande, por la adopción cuanto antes de medidas que impulsen la actividad económica y el consumo en Europa. La Unión Europea, en su conjunto, es el principal socio comercial de EE UU. Para que la economía de este país, que crece muy tímidamente, alcance el ritmo necesario como para crear empleo de forma significativa, es preciso aumentar las exportaciones, uno de los apartados que mejor se ha comportado en los últimos años. Esos puestos de trabajo son la clave para que Obama obtenga la reelección en noviembre.
En otras palabras, Obama necesita que los europeos aumenten su poder adquisitivo, que compren más iPad, más Levi’s y más coches Ford para que sus posibilidades de reelección aumenten.
Al mismo tiempo, necesita menos guerra. La guerra de Afganistán es, actualmente, cara e impopular. Después de los atentados del 11-S, George Bush ganó su reelección gracias a sus demostraciones de fuerza, especialmente en Afganistán. Hoy esa estrategia no funciona. Hoy los norteamericanos no encuentran suficientes razones como para seguir combatiendo tan lejos cuando necesitan dedicar ese dinero a inversiones en Michigan y Ohio.
Obama no puede salir de Afganistán como lo ha hecho Hollande. El presidente francés adelanta la retirada de sus tropas porque sabe que otros se quedan allí. El presidente norteamericano está obligado a cuidar el prestigio de la OTAN y de los propios Estados Unidos, que se resentirían seriamente con una salida que sonaría a retirada.
Con ese matiz, Obama ha conseguido en la cumbre de la OTAN en Chicago lo más próximo a un final de la guerra. Aún quedan más de dos años de presencia militar, pero ya están marcados los plazos para desligarse paulatinamente del conflicto. Psicológicamente, la guerra empieza a ser una cosa del pasado, y así podrá presentarlo el presidente en su campaña electoral.
No se hablará mucho de Afganistán en esa campaña. Sí se hablará mucho de Europa. La adopción en ese continente de una nueva política de estímulo al crecimiento significaría, además, una ratificación de la política que Obama ha implementado en este país desde el comienzo de su presidencia. A su vez, el fracaso de la austeridad representa una desautorización de la propuesta que el candidato republicano, Mitt Romney, trae en su cartera.
Una Europa económicamente deprimida supone la caída de los mercados financieros —como lleva ocurriendo con fuerza en el último mes— y un clima general de desconfianza y pesimismo que, en buena medida, se traslada al electorado norteamericano.
Con razón, Obama decía estos días que “cuando hay problemas en Madrid, hay problemas en Pittsburg”. La depresión de los españoles, en esta realidad globalizada, es contagiosa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario