La crisis estadounidense presenta varias
dimensiones interrelacionadas: la quiebra de la hegemonĂa
estadounidense y su cuota de participaciĂłn en los mercados mundiales, en
especial en Asia y América Latina; el aumento de las desigualdades de
clase y la «recuperaciĂłn» econĂłmica diferenciada entre capital y
trabajo; y un Estado policial cada vez mĂĄs represivo y concebido para
evitar la oposiciĂłn interior a las nuevas guerras en el exterior (sobre
todo, contra IrĂĄn) y al descenso a largo plazo del nivel de vida.
Nada ilustra con tanta claridad el
declive del imperio estadounidense como su cuota de contracciĂłn del
comercio mundial y las manufacturas, en este Ășltimo caso por la
contundente apariciĂłn de China como «taller mundial». Incluso en las
«esferas de influencia» estadounidenses tradicionales. Estados Unidos
ya no es el comerciante y agente financiero dominante en América Latina y
el Caribe.
Entre los años 2005 y 2010, los bancos
estatales chinos prestaron mĂĄs de 75.000 millones de dĂłlares mĂĄs a
América Latina que el Banco Mundial, el Banco de Desarrollo
Interamericano y el Ex-Imp Bank (la agencia estadounidense de créditos
para la exportaciĂłn) juntos. Estados Unidos ha sido desplazado por China
del papel de principal socio comercial de Brasil, Argentina, Chile,
PerĂș y Ecuador, especializĂĄndose en las exportaciones agromineras.
La devaluaciĂłn de facto de la moneda estadounidense y las tasas de
interés subvencionadas por el Estado han perjudicado a las exportaciones
brasileñas y han producido lo que su Ministro de EconomĂa califica de
«guerra monetaria», lo que sitĂșa a Estados Unidos en una trayectoria de
colisiĂłn con la economĂa mĂĄs grande y mĂĄs importante de la regiĂłn. En sus Ășltimas reuniones con la presidenta Rouseff, Estados Unidos no ha
presentado ninguna iniciativa econĂłmica importante para reformular las
relaciones de Estados Unidos con Brasil. Tampoco ha conseguido imponer
sus sanciones petrolĂferas contra IrĂĄn en AmĂ©rica Latina y Asia. India y
China han rechazado las medidas estadounidenses y han seguido comprando
petrĂłleo iranĂ.
Pese a un ligero y endeble descenso del
desempleo, consecuencia principalmente de la reducciĂłn de la mano de
obra debido al hecho de que muchos parados de larga duraciĂłn han dejado
de buscar empleo, la economĂa norteamericana ha sido incapaz de abordar
una inflamación del déficit fiscal de 1,6 billones de dólares. Debido a
la acumulaciĂłn de deuda pĂșblica y de los hogares, a Washington le estĂĄ
resultando difĂcil encontrar la vĂa para una recuperaciĂłn sĂłlida.
Tampoco puede recurrir a «exportar» su salida del estancamiento
volviéndose hacia Asia, puesto que China, India y el resto del
continente asiĂĄtico estĂĄn perdiendo empuje econĂłmico. Es probable que el
crecimiento de China en el año 2012 sea el 7,5 por ciento, muy por
debajo del 9 por ciento habitual, y el de India decrecerĂĄ del 8 al 5 por
ciento o menos. AdemĂĄs, la polĂtica de Obama de cerco militar y
exclusiĂłn econĂłmica y proteccionismo descartarĂĄ cualquier estĂmulo nuevo
procedente de China.
La crisis econĂłmica estadounidense ha
golpeado con la mĂĄxima fuerza a la clase media y trabajadora. Ese
segmento no ha recibido nada que se parezca al billĂłn de dĂłlares de
rescate que se entregĂł a Wall Street para mejorar su apurada situaciĂłn
socioeconĂłmica.
SegĂșn un informe, «unos 12 millones de
prestatarios, uno de cada cinco propietarios de vivienda hipotecados en
Estados Unidos, debe mĂĄs de lo que vale su propiedad», lo que deprime el
mercado inmobiliario y reduce en varios billones de dĂłlares el valor
neto de las viviendas estadounidenses. (1
El «descenso del desempleo» declarado
por el gobierno de Obama es consecuencia sobre todo de la reducciĂłn de
la mano de obra desde los 146 millones a que ascendĂa en 2007 hasta los
140 millones en 2011. En el año 2008, el 62,7 por ciento de la población
tenĂa empleo; antes de que empezara el año 2012 habĂa caĂdo hasta el
58,5 por ciento, lo que explica un descenso del desempleo del 9,3 al 8,3
por ciento. Si en el año 2012 estuviera buscando trabajo el mismo
nĂșmero de trabajadores que en el año 2007, el desempleo serĂa
superior al 11 por ciento. La caĂda de la renta media es causa y
consecuencia del acusado descenso de la «clase media». Los puestos de
trabajo bien remunerados del sector manufacturero estĂĄn siendo
sustituidos por «empleos mal pagados en el ĂĄmbito de los servicios»: mĂĄs
del 90 por ciento de los 27,3 millones de puestos de trabajo de nueva
creaciĂłn en las Ășltimas dos dĂ©cadas pertenecen al sector servicios.
La explotaciĂłn de la mano de obra se
evidencia en el aumento de la productividad, aun cuando el nĂșmero de
trabajadores haya disminuido: todos los beneficios de las innovaciones
tecnolĂłgicas se deben al capital, pues las mĂĄquinas sustituyen a los
trabajadores. A medida que aumenta la eficiencia, los puestos de trabajo
se desvanecen y los beneficios aumentan. En los Ășltimos veinte años, la
contribuciĂłn de la mano de obra a la renta nacional ha descendido del
63 por ciento al 58 por ciento. Mientras que el salario medio ha
disminuido un 2,7 por ciento desde la recesión de los años 2008-2010,
los beneficios han aumentado casi un 30 por ciento. Mientras que el
mercado interior se contrae, Standard & Poor obtiene el 33 por
ciento de sus beneficios de la explotaciĂłn de mano de obra barata en el
extranjero. La globalizaciĂłn ha perjudicado sin duda a la mano de obra
estadounidense y ha beneficiado al conglomerado multinacional. Un
ejemplo pertinente es el de General Motors, que en el año 2011 registró
unos beneficios de 7.600 millones de dĂłlares, los mĂĄs abultados de su
historia.
El proyecto de presupuesto de Obama para
2013 propone ahondar en la divisiĂłn social recortando gastos de
atenciĂłn sanitaria y seguridad social en 364.000 millones de dĂłlares,
mientras que solo aumenta los impuestos a los ricos en menos de un
tercio de esa suma.
Ante un descontento creciente por la
crisis econĂłmica, las guerras imperiales en el exterior, el aumento del
precio del petrĂłleo y el descenso del nivel de vida, Estados Unidos ha
acrecentado inmensamente la legislaciĂłn policial permitiendo que el
Estado asesine a ciudadanos sospechosos de confraternizar con
terroristas mal categorizados y suspendiendo la supervisiĂłn judicial (
habeas corpus ) en la realizaciĂłn de intervenciones policiales en
hogares, oficinas y sitios de Internet.
Una orden presidencial del 16 de marzo
de 2012 autorizĂł la clausura gubernamental de todos los centros de
trabajo importantes y la militarizaciĂłn de la mano de obra en tiempo de
«emergencia»… lo que incluye tiempos de paz.
Estados Unidos e Inglaterra son los
mayores perdedores de la reconstrucciĂłn econĂłmica iraquĂ durante la
posguerra. De los 1.860 millones de dĂłlares en proyectos de
infraestructura, las empresas de Estados Unidos y Reino Unido obtendrĂĄn
menos de un 5 por ciento. Es probable que se produzca un balance
similar en Libia y otros lugares. El militarismo imperial estadounidense
destruye a un adversario sumiéndose en deudas para conseguirlo y los
paĂses no beligerantes cosechan los lucrativos contratos de
reconstrucciĂłn econĂłmica de la posguerra. De hecho, la construcciĂłn del
imperio detrae billones de dĂłlares en gasto militar sin extraer ninguna
riqueza econĂłmica acorde. En realidad, se exprime la economĂa nacional
para financiar un imperio militar de 700 bases en el exterior. A medida
que las guerras se multiplican, el consumo interior se contrae.
El estancamiento y la recuperaciĂłn
econĂłmica estadounidense sin empleo queda patente en el creciente nĂșmero
de estadounidenses que dependen de los comedores populares, en la
epidemia de desahucios (mĂĄs de diez millones de personas deben 3 o mĂĄs
plazos de su hipoteca) y en el hecho de que el 30 por ciento de los
escolares tienen que recurrir a los desayunos y comidas gratuitos.
La explotaciĂłn de la mano de obra
(«productividad») se ha intensificado cuando los capitalistas obligan a
los trabajadores a producir mĂĄs por menos sueldo, con lo que ensanchan
la brecha de renta entre salarios y beneficios. Hace varias
décadas, el salario medio de un consejero delegado estadounidense era
setenta veces mayor que el de un trabajador ordinario. Hoy dĂa es 350
veces superior. Las desigualdades han alcanzado una cota sin precedentes
y siguen aumentando: en los Ășltimos diez años, el 1 por ciento mĂĄs
acomodado de la estructura de clases recibiĂł el 90 por ciento del
incremento de las rentas, lo que ha supuesto un descenso real del
salario medio superior al 5 por ciento.
La mala situaciĂłn econĂłmica y el aumento
del desempleo vienen acompañados de recortes salvajes de gastos
sociales para pagar el rescate de los bancos, las agencias de inversiĂłn y
la industria del automĂłvil con problemas econĂłmicos. Los debates entre
los partidos demĂłcrata y republicano giran en torno a cuĂĄnto recortar
los programas de salud pĂșblica para jubilados (Medicare) y pobres
(Medicaid) y cĂłmo continuar privatizando la seguridad social con el fin
de garantizar la «confianza» de los titulares de bonos del Estado. Ante
un abanico de opciones polĂticas reducido, el electorado reacciona
votando en contra de los gobernantes, absteniéndose en masa (mås del 60
por ciento de abstenciĂłn en las elecciones al Congreso y el 50 por
ciento en las elecciones presidenciales) o mediante movimientos de masas
espontĂĄneos y organizados, como la protesta «Occupy Wall Street».
El
descontento, la hostilidad y la frustraciĂłn predominan en la cultura
polĂtica norteamericana. Los dos partidos principales intentan desviar
las crĂticas y distraer a los votantes descontentos demonizando a los
ciudadanos y paĂses islĂĄmicos calificĂĄndolos de «amenaza para la
seguridad nacional» y aumentando el poder policial del Estado a costa de
las libertades constitucionales. Los demagogos del Partido DemĂłcrata
culpan de todo a las prĂĄcticas comerciales injustas de China, en lugar
de a la huida generalizada de las multinacionales estadounidenses del
territorio nacional. Los demagogos del Partido Republicano culpan de la
devastaciĂłn econĂłmica del sector manufacturero llevada a cabo por Wall
Street, sobre todo, a los trabajadores inmigrantes latinoamericanos por
«robar puestos de trabajo estadounidenses». Ambos, siguiendo los pasos
del « lobby israelĂ», despotrican contra los islamo-fascistas de IrĂĄn.
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