Pero los cientos, puede que miles, de mensajes que cuelgan de las esquinas, las farolas, las cabinas, las barandas de metro… se resisten a ser atrapados en el aquí y ahora. Cuentan ya la historia del movimiento, los porqués, y puede que, a partir del lunes, empiecen a contar los cómos y los hasta cuándo.
“Spain is díferent” dice una pancarta en la plaza del Sol. Reproduce irónicamente el tópico que inundaba la publicidad franquista que invitaba al turista europeo. Entonces, España se vendía a Europa como un producto diferente: dicharachera, vestida de faralaes y con sonido de castañuelas. Desde la entrada en la Unión Europea el 1 de enero de 1986, el esfuerzo por encajarnos en el modelo europeo ha sido inmenso, se han derramado ríos de tinta, se ha difundido todo tipo de propaganda, se han impuesto políticas comunes y nos han obligado a ser eficaces, rentables y a estar sobradamente preparados. Pero el molde acaba de reventar. Se nos ha vendido Europa al tiempo que nos vendían a Europa. Pero la realidad de este maltrecho país es tozuda. España sigue siendo diferente, más cercana a África, y sobre todo más mediterránea. Quizá por eso se levanta tarde, pero cuando lo hace escribe poesía.
El instante de la Puerta del Sol tiene un proceso. Incluso tiene un punto de partida: la Transición española. Momento en el que se decidió que este país sería una democracia restringida. Para que la píldora fuera digerida se la envolvió con promesas de un capitalismo blando, socialdemócrata, de oportunidades, de consumo, de paz. A los niños se nos engañó con chuches y globos. A los mayores con amenazas: una nueva guerra civil, el caos, el aislamiento, descolgarnos de Europa. En este país no se recuperó la democracia asesinada con la dictadura. Si hubiera habido una transición a la democracia tendría que haber habido un proceso constituyente. Si hubiera habido un proceso constituyente tendríamos una constitución que permitiría al pueblo decidir sobre la forma del Estado (república, monarquía), podría elegirse al Jefe del Estado, tendría cabida un referéndum sobre autodeterminación y podríamos, tal vez, decidir sobre nuestra economía.
Todavía es pronto para que los grupos de trabajo y las comisiones que se van creando en la Plaza vayan más allá de reconocerse como ciudadanos. Es pronto para ir más allá de constituirse como pueblo en movimiento y para expandir con sus aspas el viento hacia otras ciudades y territorios. Pero se avanza rápido. Muy rápido. Anoche se gritaba en la plaza “el pueblo unido jamás será vencido”. Apenas una semana y en los grupos de trabajo, que se multiplican cada día, se habla de cosas muy concretas: Del sistema electoral que surgió de la transición. Se habla de la monarquía, de las disfunciones del sistema de autonomías. Se habla de los recursos naturales y su expolio. Se habla de laicidad. Se habla del desmantelamiento del Sistema de Salud Pública, de la educación pública. Se habla de la burbuja inmobiliaria. De los banqueros, de la deuda, del 45% de desempleo en los jóvenes, de la reforma laboral y la reforma de las pensiones…
La Puerta del Sol lucha por escapar del instante.
Cuando Esperanza Aguirre –la candidata del Partido Popular a la Comunidad de Madrid- habla contra los que nos concentramos en la Puerta del Sol dice que “la democracia es la democracia, sin adjetivos”, nos está diciendo que la aterroriza que la gente de este país ponga adjetivos a la democracia que tiene.
La aprobación de la Constitución Española en diciembre de 1978 significó el punto de partida hacia la construcción de un sistema político que alejaba a la ciudadanía de las posibilidades de decidir sobre las cosas importantes. Tal vez como todos los sistemas políticos contemporáneos. El politólogo B. Manin nos dice, en su estudio sobre los principios que rigen los sistemas representativos contemporáneos, que estos sistemas, lejos de tener su origen en la Democracia griega, surgieron y evolucionaron en oposición al propio concepto de gobierno del pueblo.
Los representantes políticos elegidos no consideran que el pueblo esté capacitado para ejercer la política. Identifican su propio juicio con el bien del pueblo, por lo que consideran al pueblo menor de edad e incapaz de gobernarse tanto como de reconocer sus intereses colectivos. Por eso se blindan en sus escaños y, al presidente Zapatero, cuando se le pregunta sobre los concentrados en Sol, afirma que siente simpatía.
Un gobernante debe sentir simpatía por sus gobernados. El líder de la oposición dice que les tendrá en cuenta, ¿será por la cuenta que le tienen los ciudadanos? Otros líderes de partidos más pequeños pero igualmente institucionalizados preguntan a los concentrados “qué pueden hacer por ellos”, en caso de que obtengan mayor representación, claro. Las respuestas han sido contundentes: “deja el escaño y sal a la calle”. Pero ninguno de ellos están hoy en esos foros espontáneos. A estas horas de la noche las personas de Sol ya distinguen entre el partidismo y la política. Han decidido que no representan a nadie, que no hay partidos ni sindicatos en el movimiento, que cada cual se representa a sí mismo y que cada uno mismo tiene algo que aportar.
Es probable que todos y cada uno de los miembros de la clase política española consideren que las votaciones que tendrán lugar mañana “expresarán la voluntad de los ciudadanos”. Quizá a ninguno se le ocurra pensar que si la gente en las calles no considera que vive en una democracia, difícilmente pensará que las votaciones expresan su voluntad. Las gentes de Sol y del resto de las plazas españolas que hoy reflexionan en la calle, en grupos, hablando y debatiendo, intuyen, saben, que están haciendo democracia. Por eso reflexionan en grupos. Piensan en grupo. No sabemos si irán a votar mañana, sí sabemos que le dan más importancia a lo que hacen hoy que a lo que pasará mañana en las urnas.
Una joven proponía un grupo de trabajo la nacionalización de la banca. Una persona mayor le respondía condescendiente que eso era utópico. Ella replicaba que utópico era hace una semana imaginar que podrían estar decenas de personas en la calle hablando de economía.
1 comentario:
El fantasma de Dolores Ibarruri, recorre España.
De la protesta callejera, a la acción organizada.
Hay que organizar un movimiento revolucionario independiente, crear grupos de afiliados, de estos a grupos municipales y territoriales y de estos elegir a los representantes en las autonomias, y de ellos, quizas hombres y mujeres hasta ahora superdesconocidos, surgiran los líderes.
a prepararse para las próximas elecciones, donde de seguro triunfara un representante del M-15.
arriba a preparar sus candidatos.
alejandro adeguello
Publicar un comentario