Algo ha cambiado en Sudamérica donde un país llora a mares a un presidente muerto en su cama, otro hubiera querido que el mandatario saliente permaneciera más tiempo en el poder y en más de uno salen a las calles para evitar que el suyo sea derrocado. Lula, Kirchner y Correa, con Morales, Chávez y otros son como estandartes de los nuevos tiempos que, dicho sea de paso, son nuevos en todos los sentidos.
Aquellos que por no haber leído a Lenin creen en la existencia de una ideología exclusiva de la clase obrera y asumen como profesión de fe el mito de que los operarios destilan radicalismo, no encontrarán en Jose Inacio “Lula da Silva, un paradigma.
Su legado reivindica más bien la laboriosidad, el sentido de la justicia y la equidad, la humildad, la generosidad y las tendencias gregarias propias de los trabajadores y de los pobres.
Lula es un socialista en estado natural, a la antigua, obrero metalúrgico que llegó a la política desde el sindicalismo reivindicativo que opera dentro de los márgenes del sistema sin pretender cambiarlo; sin formación universitaria ni educación marxista, relumbrones que no se necesitan cuando se posee su talento y se es portador de los instintos de las clases populares, un hombre que por su propia experiencia llegó a la misma conclusión que Karl Marx: el capitalismo es un camino no un destino, para llegar al uno es preciso pasar por el otro.
El ahora casi ex presidente de Brasil, un país que como India y China se levantó sólo de la ruina en que lo dejaron el colonialismo y las oligarquías y oscila ahora entre la quinta y la octava economía mundial, el Estado latinoamericano mejor ubicado y más respetado en la política internacional y que ha llegado a ese punto pasando por idénticas experiencias que el resto de Iberoamérica, con la diferencia de que ha aprovechado mejor sus oportunidades; Brasil no es más afortunado que otros grandes países sino más sensato.
En medio de las circunstancias creadas por el auge neoliberal y la crisis que en Europa condujo al fin del experimento soviético y del llamado socialismo real, cuando las guerras étnicas, las invasiones y el terrorismo caracterizaron un interregno de violencia y crispaciones y en América Latina la oligarquía tradicional se resistía a aceptar las reformas; el gobierno sedado y la figura ecuánime de Lula se convirtieron en una especie de fiel de la balanza, capaz de probar que con arte y sin desmentirse, simultáneamente se puede ser interlocutor de Obama y de Ahmadineyad, socio de Chávez, crítico de Álvaro Uribe y Arias, amigo de Fidel Castro y protector de Manuel Zelaya.
Lula es acusado de pactar con la burguesía, abrir demasiadas puertas al capital extranjero y de coquetear con recetas neoliberales, cosas que no niega. En definitiva para elaborar consensos hay que avenirse y para solucionar diferendos algo hay que ceder.
Él lo ha dicho: “En política se hace lo que se puede” En lugar de la tradicional rivalidad con Argentina, Lula cultivó la amistad y creo confianza con los Kirchner: los resultados de ese estilo y esa gestión están a la vista: deja la presidencia con más popularidad que como llegó y, cosa rara no cedió a la tentación de modificar la Constitución para hacerse reelegir.
Trabajando con los gobernantes avanzados del área, especialmente con el presidente venezolano Hugo Chávez contribuyó a la expansión de los vínculos económicos con todos los países de la región contribuyendo al fortalecimiento del Mercado Común del Sur (MERCOSUR) y la creación de Unión de Naciones del Sur (UNASUR). Sin mezquinos egoísmos nacionales, pasó de la competencia a la cooperación con Argentina, no vaciló en contener las apetencias pseudo imperiales de algunas de sus propias empresas, imponiéndole a Petrobras el pago justo por el gas boliviano y empujando al ente energético para avanzar en el arreglo del diferendo con Paraguay por el pago adecuado de la energía excedente de Itaipú.
Exigiendo responsabilidad y garantías pero con la determinación del necesitado, avanzó en la búsqueda del petróleo en aguas súper profundas y sostuvo la defensa equilibrada de la Amazonia. Sin alardes ni complejos, se alió con India, China y otras naciones para formar una especie de entente de los países con economías emergentes y con ellos, de modo natural accedió a los conclaves del G7 y el G8 donde nunca fue un convidado de piedra y desde dentro contribuyó a la ampliación de aquel selecto club de millonarios que amenazaba con constituirse en otro Consejo de Seguridad. El G20 no es una panacea pero es un paso.
No obstante, trabajar en esa estructura, avanzó en formaciones alternativas que pudieran dar que hablar en el futuro, entre ellas el BRIC, un foro de concertación propio que agrupa a Brasil, Rusia, India y China y que pudiera ser la locomotora de la economía internacional del mañana.
Es cierto que en Brasil hay todavía más decenas de pobres aunque también lo es que son treinta millones menos que hace ocho años.
En cualquier caso se trata de una ratificación del curso seguido por Brasil y de otra muestra de la estabilidad política de la cual América Latina está necesitada.
Aquellos que por no haber leído a Lenin creen en la existencia de una ideología exclusiva de la clase obrera y asumen como profesión de fe el mito de que los operarios destilan radicalismo, no encontrarán en Jose Inacio “Lula da Silva, un paradigma.
Su legado reivindica más bien la laboriosidad, el sentido de la justicia y la equidad, la humildad, la generosidad y las tendencias gregarias propias de los trabajadores y de los pobres.
Lula es un socialista en estado natural, a la antigua, obrero metalúrgico que llegó a la política desde el sindicalismo reivindicativo que opera dentro de los márgenes del sistema sin pretender cambiarlo; sin formación universitaria ni educación marxista, relumbrones que no se necesitan cuando se posee su talento y se es portador de los instintos de las clases populares, un hombre que por su propia experiencia llegó a la misma conclusión que Karl Marx: el capitalismo es un camino no un destino, para llegar al uno es preciso pasar por el otro.
El ahora casi ex presidente de Brasil, un país que como India y China se levantó sólo de la ruina en que lo dejaron el colonialismo y las oligarquías y oscila ahora entre la quinta y la octava economía mundial, el Estado latinoamericano mejor ubicado y más respetado en la política internacional y que ha llegado a ese punto pasando por idénticas experiencias que el resto de Iberoamérica, con la diferencia de que ha aprovechado mejor sus oportunidades; Brasil no es más afortunado que otros grandes países sino más sensato.
En medio de las circunstancias creadas por el auge neoliberal y la crisis que en Europa condujo al fin del experimento soviético y del llamado socialismo real, cuando las guerras étnicas, las invasiones y el terrorismo caracterizaron un interregno de violencia y crispaciones y en América Latina la oligarquía tradicional se resistía a aceptar las reformas; el gobierno sedado y la figura ecuánime de Lula se convirtieron en una especie de fiel de la balanza, capaz de probar que con arte y sin desmentirse, simultáneamente se puede ser interlocutor de Obama y de Ahmadineyad, socio de Chávez, crítico de Álvaro Uribe y Arias, amigo de Fidel Castro y protector de Manuel Zelaya.
Lula es acusado de pactar con la burguesía, abrir demasiadas puertas al capital extranjero y de coquetear con recetas neoliberales, cosas que no niega. En definitiva para elaborar consensos hay que avenirse y para solucionar diferendos algo hay que ceder.
Él lo ha dicho: “En política se hace lo que se puede” En lugar de la tradicional rivalidad con Argentina, Lula cultivó la amistad y creo confianza con los Kirchner: los resultados de ese estilo y esa gestión están a la vista: deja la presidencia con más popularidad que como llegó y, cosa rara no cedió a la tentación de modificar la Constitución para hacerse reelegir.
Trabajando con los gobernantes avanzados del área, especialmente con el presidente venezolano Hugo Chávez contribuyó a la expansión de los vínculos económicos con todos los países de la región contribuyendo al fortalecimiento del Mercado Común del Sur (MERCOSUR) y la creación de Unión de Naciones del Sur (UNASUR). Sin mezquinos egoísmos nacionales, pasó de la competencia a la cooperación con Argentina, no vaciló en contener las apetencias pseudo imperiales de algunas de sus propias empresas, imponiéndole a Petrobras el pago justo por el gas boliviano y empujando al ente energético para avanzar en el arreglo del diferendo con Paraguay por el pago adecuado de la energía excedente de Itaipú.
Exigiendo responsabilidad y garantías pero con la determinación del necesitado, avanzó en la búsqueda del petróleo en aguas súper profundas y sostuvo la defensa equilibrada de la Amazonia. Sin alardes ni complejos, se alió con India, China y otras naciones para formar una especie de entente de los países con economías emergentes y con ellos, de modo natural accedió a los conclaves del G7 y el G8 donde nunca fue un convidado de piedra y desde dentro contribuyó a la ampliación de aquel selecto club de millonarios que amenazaba con constituirse en otro Consejo de Seguridad. El G20 no es una panacea pero es un paso.
No obstante, trabajar en esa estructura, avanzó en formaciones alternativas que pudieran dar que hablar en el futuro, entre ellas el BRIC, un foro de concertación propio que agrupa a Brasil, Rusia, India y China y que pudiera ser la locomotora de la economía internacional del mañana.
Es cierto que en Brasil hay todavía más decenas de pobres aunque también lo es que son treinta millones menos que hace ocho años.
El país de Lula no fue inmune a la crisis económica mundial pero entró ultimo y salió el primero y con muchas menos cicatrices. Brasil mueve su economía para evitar las actitudes proteccionistas, observa la disciplina financiera impuesta por quienes controlan los organismos financieros internacionales pero mantiene sus posiciones, no se somete al FMI a quien no debe nada, en la OMC le ha doblado el brazo a Estados Unidos y contribuyó a paralizar aquel engendro llamado ALCA.
La herencia de Lula incluye a un país mejor que el que encontró, a una población más cohesionada o como mínimo menos dividida, una economía floreciente y en expansión y a una Nación que ha elevado su protagonismo internacional e incluye a Dilma Rousseff.
Dilma Rousseff no es Lula con faldas ni una lideresa fabricada por él para traspasarle la totalidad de su capital político, en ella los brasileños no han votado por persona interpuesta aunque no caben dudas de que su elección es una muestra de que el país confía en el buen sentido político del hombre que lo gobernó en los últimos ocho años.
Es cierto que Dilma no ha ocupado antes grandes cargos políticos electos aunque también lo es que tampoco lo había hecho Lula y tal vez el pueblo prefiera lideres de ese origen frente a los políticos tradicionales.
Los sectores populares votaron con Lula y las clases medias que lo hicieron por ella se abstuvieron de considerar invalidante su pasado radical, que la llevó a las guerrillas y a la cárcel. En cualquier caso se trata de una ratificación del curso seguido por Brasil y de otra muestra de la estabilidad política de la cual América Latina está necesitada.
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