No es nada fácil escribir una columna desde Miami para que esta sea publicada en La Habana.
El esfuerzo es doble, si la intención de escribir la columna es la de dar al pueblo de Cuba una visión más o menos objetiva sobre la realidad en la que uno vive en esta ciudad. Si aquí uno quiere mantener la sanidad mental, definitivamente tiene que dejar de oír la radio que transmite en español, pero para escribir sobre el tema, de vez en cuando tiene que sintonizarla.
La locura de esa radio miamense crea un estado demencial en sus oyentes. La enajenación, mezclada con la mezquindad, es compartida entre los oyentes y los locutores y directores de programas.
En los espacios que abren sus micrófonos para oír la opinión de los radioescuchas que piensan como ellos, los que no piensan como ellos inmediatamente son cortados del aire. Se crea una especie de simbiosis alienante entre los que llaman y los enajenados que están en los estudios.
De llamar siempre los mismos, se conocen con nombre y apellido, se tutean entre ellos y hasta se preguntan por sus familiares y sus achaques de salud.
Se crea un ambiente provinciano de conversación en el cual el tema principal es hablar mal de Cuba, criticar todo lo que allí se hace y en general, desprestigiar al cubano que vive en la Isla. La cosa se pone al borde de la histeria cuando algo extraordinario sucede en relación con Cuba. El odio batea de jonrón y la miseria humana alcanza niveles casi inalcanzables.
Dos hechos que han ocurrido hacen unos meses, relacionados con nuestra patria, que han puesto a este elemento en estado efervescente. Uno ocurrió en Cuba y fue el terrible ciclón Dennis que azotó la Isla desde oriente hasta occidente, y el otro ocurrió en Miami, y fue la expulsión del periódico local The Miami Herald, de un famoso periodista norteamericano que ha sido un constante crítico de la extrema derecha fanática cubanoamericana. Lo del ciclón sacó lo peor de esa ralea que llama a los programas de micrófono abierto. La razón para tanto odio fue la idea de algunos gruposmoderados de Miami de pedirle al gobierno de George W. Bush la suspensión temporal de las medidas tomadas en contra de Cuba el verano pasado.
Los moderados querían hacer llegar ayuda a la Isla. Los militantes del odio, con gritos histéricos, llamaban a las emisoras de radio para decir que no se podían levantar las infames sanciones, que lo que había que hacer era apretar para que el pueblo se alzara en contra del gobierno y así Bush mandara los marines a invadir la Isla. Pena ajena da ver a personas que un día nacieron en aquella tierra hablar con tanto desprecio del pueblo de Cuba.
El columnista de The Miami Herald, Jim Defede, fue botado del periódico.. El The Miami Herald alegó que Defede había grabado una conversación que sostuvo con un comisionado, al que se le imputaban cargos de corrupción, minutos antes de que el hombre se diera un tiro en la cabeza en la sala de espera del edificio del diario.
La empresa alegó que el periodista hizo la grabación sin el consentimiento del político y que eso era ilegal. Claro, se sabe que el editor aprovechó la supuesta ilegalidad cometida por el periodista para expulsarlo. Defede había estado recientemente en Cuba investigando sobre la voladura del avión de Cubana de Aviación en Barbados en 1976 y las bombas que estallaron en La Habana en los años 90. Aparte de las críticas que por años le ha hecho a la ultraderecha cubanoamericana, desde hacía algún tiempo estaba escribiendo artículos de opinión sobre las vinculaciones de Posada Carriles y estos actos terroristas.
Todo parece indicar que estaban velando a Defede para que, al primer error que cometiera, sacarlo del periódico. El editor lo llamó a su oficina y lo puso de paticas en la calle, cuando aún el cadáver del político suicida yacía tibio en la morgue de la ciudad. ¡Qué casualidad!, el editor del Herald es cubanoamericano.
El caso de Defede destapó otra oleada de odio en la radio patriotera de Miami.
Apenas se había comenzado a aplacar lo del ciclón en Cuba, cuando empezó la andanada de insultos contra él.Tanto locutores como oyentes se han dado gusto en estos días por su expulsión. Están contentos.
Al hombre le han dicho hasta botija verde, alegrándose públicamente de que un verdadero periodista independiente haya sido arrancado de su medio.
Esa es la radio de Miami.
Ya pasó lo del ciclón y lo del periodista, pero como ráfagas huracanadas vendrán otros temas para que el odio no baje su guardia y siga oyéndose estridente y militantemente en español, en este Miami en que, por causas del destino, nos ha tocado vivir.
El esfuerzo es doble, si la intención de escribir la columna es la de dar al pueblo de Cuba una visión más o menos objetiva sobre la realidad en la que uno vive en esta ciudad. Si aquí uno quiere mantener la sanidad mental, definitivamente tiene que dejar de oír la radio que transmite en español, pero para escribir sobre el tema, de vez en cuando tiene que sintonizarla.
La locura de esa radio miamense crea un estado demencial en sus oyentes. La enajenación, mezclada con la mezquindad, es compartida entre los oyentes y los locutores y directores de programas.
En los espacios que abren sus micrófonos para oír la opinión de los radioescuchas que piensan como ellos, los que no piensan como ellos inmediatamente son cortados del aire. Se crea una especie de simbiosis alienante entre los que llaman y los enajenados que están en los estudios.
De llamar siempre los mismos, se conocen con nombre y apellido, se tutean entre ellos y hasta se preguntan por sus familiares y sus achaques de salud.
Se crea un ambiente provinciano de conversación en el cual el tema principal es hablar mal de Cuba, criticar todo lo que allí se hace y en general, desprestigiar al cubano que vive en la Isla. La cosa se pone al borde de la histeria cuando algo extraordinario sucede en relación con Cuba. El odio batea de jonrón y la miseria humana alcanza niveles casi inalcanzables.
Dos hechos que han ocurrido hacen unos meses, relacionados con nuestra patria, que han puesto a este elemento en estado efervescente. Uno ocurrió en Cuba y fue el terrible ciclón Dennis que azotó la Isla desde oriente hasta occidente, y el otro ocurrió en Miami, y fue la expulsión del periódico local The Miami Herald, de un famoso periodista norteamericano que ha sido un constante crítico de la extrema derecha fanática cubanoamericana. Lo del ciclón sacó lo peor de esa ralea que llama a los programas de micrófono abierto. La razón para tanto odio fue la idea de algunos gruposmoderados de Miami de pedirle al gobierno de George W. Bush la suspensión temporal de las medidas tomadas en contra de Cuba el verano pasado.
Los moderados querían hacer llegar ayuda a la Isla. Los militantes del odio, con gritos histéricos, llamaban a las emisoras de radio para decir que no se podían levantar las infames sanciones, que lo que había que hacer era apretar para que el pueblo se alzara en contra del gobierno y así Bush mandara los marines a invadir la Isla. Pena ajena da ver a personas que un día nacieron en aquella tierra hablar con tanto desprecio del pueblo de Cuba.
El columnista de The Miami Herald, Jim Defede, fue botado del periódico.. El The Miami Herald alegó que Defede había grabado una conversación que sostuvo con un comisionado, al que se le imputaban cargos de corrupción, minutos antes de que el hombre se diera un tiro en la cabeza en la sala de espera del edificio del diario.
La empresa alegó que el periodista hizo la grabación sin el consentimiento del político y que eso era ilegal. Claro, se sabe que el editor aprovechó la supuesta ilegalidad cometida por el periodista para expulsarlo. Defede había estado recientemente en Cuba investigando sobre la voladura del avión de Cubana de Aviación en Barbados en 1976 y las bombas que estallaron en La Habana en los años 90. Aparte de las críticas que por años le ha hecho a la ultraderecha cubanoamericana, desde hacía algún tiempo estaba escribiendo artículos de opinión sobre las vinculaciones de Posada Carriles y estos actos terroristas.
Todo parece indicar que estaban velando a Defede para que, al primer error que cometiera, sacarlo del periódico. El editor lo llamó a su oficina y lo puso de paticas en la calle, cuando aún el cadáver del político suicida yacía tibio en la morgue de la ciudad. ¡Qué casualidad!, el editor del Herald es cubanoamericano.
El caso de Defede destapó otra oleada de odio en la radio patriotera de Miami.
Apenas se había comenzado a aplacar lo del ciclón en Cuba, cuando empezó la andanada de insultos contra él.Tanto locutores como oyentes se han dado gusto en estos días por su expulsión. Están contentos.
Al hombre le han dicho hasta botija verde, alegrándose públicamente de que un verdadero periodista independiente haya sido arrancado de su medio.
Esa es la radio de Miami.
Ya pasó lo del ciclón y lo del periodista, pero como ráfagas huracanadas vendrán otros temas para que el odio no baje su guardia y siga oyéndose estridente y militantemente en español, en este Miami en que, por causas del destino, nos ha tocado vivir.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario