Siempre he pensado que el problema de los distintos gobiernos estadounidenses con Cuba, después que allí triunfó la revolución, no es más que el hecho de que ella haya decidido tomar la soberanía y la independencia nacional en serio.
Evidentemente, el gobierno de Dwight D. Eisenhower, que era el que estaba de turno cundo los rebeldes tomaron el poder en Cuba, allá en 1959, no pudo aceptar que aquel nuevo gobierno decidiera que los asuntos de Cuba se decidían en La Habana y no en Washington.
Evidentemente, el gobierno de Dwight D. Eisenhower, que era el que estaba de turno cundo los rebeldes tomaron el poder en Cuba, allá en 1959, no pudo aceptar que aquel nuevo gobierno decidiera que los asuntos de Cuba se decidían en La Habana y no en Washington.
No había ningún indicio de que la revolución triunfante se proclamara comunista, para que la CIA, que respondía a la política implantada por el presidente, comenzara a planear operaciones con el fin de derrocar al gobierno revolucionario.
El planteamiento inicial era que los Estados Unidos no iban a permitir un gobierno comunista a 150 kilómetros de sus costas, pero la realidad era que el gobierno norteamericano no iba a permitir una república soberana e independiente a esa distancia de su frontera.
Desde los primeros meses de 1959 comenzaron las conspiraciones contra el gobierno que acababa de llegar al poder en Cuba. Desde que a finales del siglo IXX los norteamericanos invadieron Cuba declarándole la guerra a España, hasta el triunfo revolucionario a mediados del siglo XX, el embajador norteamericano era quien de verdad gobernaba en aquella república.
Hasta la década del 30, gobernaron por medio de la enmienda Platt que estaba escrita en la constitución, y de ahí en adelante, a pesar de haberse eliminado, por medio de esa misma enmienda que, en la práctica, seguía existiendo.
La última palabra en Cuba no la tenía el Jefe de Estado cubano, sino el Departamento de Estado de los Estados Unidos, por medio de su embajador en La Habana. Sobran los ejemplos que no hace falta de nuevo enumerar. Los que vivíamos en aquella república lo sabíamos de memoria. Tan era así, que me atrevería a afirmar que la mayoría de los cubanos que nos enfrentamos a la revolución en aquellos primeros años estábamos convencidos de que los norteamericanos no iban a aceptar a aquel gobierno, y que los días del mismos estaban contados.
Esa fue la mentalidad que existió en la contrarrevolución interna y externa durante aquellos primeros años, por lo menos, hasta que llegó la invasión de Playa Girón y todas las esperanzas de acabar con aquel régimen se esfumaron ante la realidad de que la mayoría de los cubanos lo respaldaban, que la mayoría del pueblo estaba cansada de que su país no fuera más que un apéndice de la potencia del norte. Pero a decir verdad, al menos aquella oposición que se enfrentó al gobierno revolucionario tenía algún objetivo real y una meta definida, y aunque algunos lo puedan negar, y aunque su tesis estuviera completamente equivocada, aquella oposición tenía valor y valentía, y muchos dieron su vida por lo que creían.
Los que ahora dicen oponerse sólo tienen una meta, es de color verde y la reparten desde un edificio del malecón habanero. En Cuba, en aquellos años, hubo, hasta cierto punto, un estado de guerra civil en el que se enfrentaron la revolución y la contrarrevolución, los anexionistas y los independentistas y en la que ambos bandos demostraron coraje.
La revolución triunfó y demostró que la razón estaba de su parte, que aquel país se merecía ser independiente y soberano, que los viejos intereses de una república que languidecía en la corrupción habían sido sepultados para siempre. Sin embargo, para los vecinos del norte, el hecho de haber perdido la guerra no significó que la intención desapareciera. Lo que sucedió fue que ya no hubo forma de derrotar al gobierno revolucionario, y se convirtió en hacer daño por hacer daño. Eso es lo que ha seguido sucediendo a través de los años hasta los días de hoy.
El planteamiento inicial era que los Estados Unidos no iban a permitir un gobierno comunista a 150 kilómetros de sus costas, pero la realidad era que el gobierno norteamericano no iba a permitir una república soberana e independiente a esa distancia de su frontera.
Desde los primeros meses de 1959 comenzaron las conspiraciones contra el gobierno que acababa de llegar al poder en Cuba. Desde que a finales del siglo IXX los norteamericanos invadieron Cuba declarándole la guerra a España, hasta el triunfo revolucionario a mediados del siglo XX, el embajador norteamericano era quien de verdad gobernaba en aquella república.
Hasta la década del 30, gobernaron por medio de la enmienda Platt que estaba escrita en la constitución, y de ahí en adelante, a pesar de haberse eliminado, por medio de esa misma enmienda que, en la práctica, seguía existiendo.
La última palabra en Cuba no la tenía el Jefe de Estado cubano, sino el Departamento de Estado de los Estados Unidos, por medio de su embajador en La Habana. Sobran los ejemplos que no hace falta de nuevo enumerar. Los que vivíamos en aquella república lo sabíamos de memoria. Tan era así, que me atrevería a afirmar que la mayoría de los cubanos que nos enfrentamos a la revolución en aquellos primeros años estábamos convencidos de que los norteamericanos no iban a aceptar a aquel gobierno, y que los días del mismos estaban contados.
Esa fue la mentalidad que existió en la contrarrevolución interna y externa durante aquellos primeros años, por lo menos, hasta que llegó la invasión de Playa Girón y todas las esperanzas de acabar con aquel régimen se esfumaron ante la realidad de que la mayoría de los cubanos lo respaldaban, que la mayoría del pueblo estaba cansada de que su país no fuera más que un apéndice de la potencia del norte. Pero a decir verdad, al menos aquella oposición que se enfrentó al gobierno revolucionario tenía algún objetivo real y una meta definida, y aunque algunos lo puedan negar, y aunque su tesis estuviera completamente equivocada, aquella oposición tenía valor y valentía, y muchos dieron su vida por lo que creían.
Los que ahora dicen oponerse sólo tienen una meta, es de color verde y la reparten desde un edificio del malecón habanero. En Cuba, en aquellos años, hubo, hasta cierto punto, un estado de guerra civil en el que se enfrentaron la revolución y la contrarrevolución, los anexionistas y los independentistas y en la que ambos bandos demostraron coraje.
La revolución triunfó y demostró que la razón estaba de su parte, que aquel país se merecía ser independiente y soberano, que los viejos intereses de una república que languidecía en la corrupción habían sido sepultados para siempre. Sin embargo, para los vecinos del norte, el hecho de haber perdido la guerra no significó que la intención desapareciera. Lo que sucedió fue que ya no hubo forma de derrotar al gobierno revolucionario, y se convirtió en hacer daño por hacer daño. Eso es lo que ha seguido sucediendo a través de los años hasta los días de hoy.
Los distintos gobiernos que han gobernado a los Estados Unidos han seguido, a pesar de que no tienen la más mínima posibilidad de derrocar al régimen de La Habana, haciéndole daño a Cuba y a su pueblo, por el mero hecho de hacerle daño. Habrán llegado a la conclusión de que, por lo menos por ahora, no pueden triunfar en Cuba, pero no han llegado a la aceptación de que Cuba es soberana e independiente, y ya no le pertenece. Por eso persiste esta política agresiva contra la Isla. Por eso la agresión continúa. Veremos hasta cuando
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