El juez de la Corte Suprema de Argentina, Raúl Zaffaroni, analiza la muerte de Osama Bin Laden // “Fue una ejecución sin proceso”
En la semana del asesinato de Bin Laden, más precisamente el día en que se conoció ampliamente la noticia, Raúl Za-ffaroni presentó su nuevo libro, La palabra de los muertos, y dijo que una de sus metas era poner en tela de juicio la expansión de “la criminología mediática”, que viene a ser la construcción a través de los medios de comunicación de una realidad amenazada por el delito y el terrorismo, enemigos –uno u otro– que no parecen ofrecer más opción que morirse de miedo, vivir paranoico pero, eso sí, estar siempre preparados para responder con una suculenta venganza.
Ese molde, dijo, es obra del binomio Reagan-Bush, está diseminado por doquier y ha servido para justificar toda clase de masacres cometidas desde los Estados. Era inevitable, al escucharlo, asociar sus palabras con la muerte del líder de Al Qaida, y la frase de Barack Obama de que “se hizo justicia” y que “el mundo es un lugar más seguro” aunque no se descartan represalias. Pero ni el juez de la Corte ni quienes lo rodeaban hicieron alusión. Quizá estaba todo demasiado fresco y difícil de digerir. Página/12 se lo hizo notar unos días después.
El juez pensó y dijo: “Obama está recuperando terreno en la lucha contra Satán. Y como Satán no puede morir, se va a seguir diciendo que Bin Laden está vivo. Es algo muy similar a lo que nos ocurrió a nosotros con Yabrán: aún hoy hay quien dice que está vivo. Cuando el mal absoluto se pone en un enemigo (Satán significa enemigo en hebreo) hay resistencia a creer que murió, que desapareció el mal”. Más tarde agregará: “La lucha contra el terrorismo se ha convertido en la nueva doctrina planetaria de la seguridad nacional, que pretende legitimar procedimientos extraordinarios”. Matar a Bin Laden, en el contexto de esa doctrina, explicó, es una “ejecución sin proceso”.
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–Ese Satán escondido durante los últimos diez años como amenaza latente ¿era un peligro real o forma parte de la construcción de la realidad propia de lo que usted llama criminología mediática?
–Todo indica que Bin Laden era un personaje bastante temible, sin duda que había alguna buena cuota de verdad en su temibilidad. Es claro que no era un pacifista inocente, sencillamente porque nunca se puede construir la realidad sin un mínimo de verdad, ni siquiera en el más loco de los delirios falta algún fondo de verdad, pero no podemos saber hasta qué punto lo era realmente, porque la hipertrofia de su peligrosidad era demasiado funcional a Bush. Sin duda que era un personaje casi ideal para que sobre su temibilidad real se construya un mito de Dios malo, dado que él mismo se ocupaba de alimentar su imagen satánica, quizá por su propio juego de poder entre quienes lideraba o frente a quienes confrontaba en el mundo árabe. En esto hubo realidad y construcción, no sólo por parte de Bush sino de él mismo, por lo que hoy no podemos saber en qué medida se combinaron. Seguro que esto se discutirá por muchos años y se escribirán toneladas de papel y billones de gigabites.
–Bin Laden parecía el enemigo ideal.
–La criminología mediática es la construcción social de la realidad acerca del fenómeno criminal, que hoy domina en el mundo y condiciona la política, mostrando que el único riesgo físico que corremos es la criminalidad reconstruida como Satán, el enemigo. Cuando se dispone de un enemigo funcional construye la realidad en torno de éste. Bin Laden era bastante funcional. Cuando no hay un enemigo tan ideal, se cae en la delincuencia común, que no es buena, es residual, porque le falta un elemento para ser el Satán ideal, que es el componente conspirativo. La satanización del pibe de barrio marginal no es buena, porque no se les puede atribuir conspiración. En este sentido, Bin Laden era ideal, hecho casi a medida.
–¿Estados Unidos debió juzgar a Bin Laden?
–Hay un principio de derecho internacional que se llama “real o de defensa”, en que el país que sufre el daño aplica su ley al que lo ofende. Según este principio y si Bin Laden era responsable de un delito consumado en territorio de los Estados Unidos, aunque nunca hubiese estado allí, podía ser juzgado por la Justicia federal norteamericana.
–Si recorremos el relato de Estados Unidos sobre lo ocurrido, todos los días cambió. Es como la confesión de una mentira, o de que algo se hizo mal.
–Todo esto me reconfirma en la peligrosa tesis del desconcierto.
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