Es como si el carácter demencial que nutre sus fibras y propulsa cada tentáculo avasallador por el mundo – en lo político, económico y especialmente en lo social – lo dotara, al mismo tiempo, de las “habilidades” necesarias para preservar y, peor aún, multiplicar sus desaciertos en cualquier ámbito.
En dicha materia ninguna Formación Económica Social anterior (ni mucho menos las que continuarán sobreviviéndole desde las entrañas socialistas y sus impostergables actualizaciones) disfrutó de tan nefasto privilegio.
Deportivamente hablando la comparación ni siquiera se acerca al basquetbolista a quienes los rivales interceptan el balón, el futbolista que anota autogoles en la portería de su equipo, o el pelotero que no conecta cuadrangulares ni impulsa carreras porque recibe, uno tras otro, ponches en el cajón de bateo, dejándose cantar el tercer strike.
Parece un contrasentido eso de “capacidades” para superar lo negativo; pero cuando se trata de la enajenación galopante entre las élites del capital trasnacional, ninguna pieza defectuosa queda excluida del rompecabezas. A ellos, lo hemos dicho, nada se les acerca, erigiéndose en monarcas absolutos en eso de fomentar la barbarie.
Evidentemente, para que el lector avezado no acuse al redactor de sumarse a la lista de los absurdos, un simple colegial de bachillerato ripostaría que de no contar con esos dones el imperialismo se extinguiría de facto, prescindiendo de sus pulmones, brazos e incluso el corazón.
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