viernes, 24 de febrero de 2012

Sueño que se desvanece


estados-unidos-fin-del-sueno-americanoLa llamaron la tierra prometida. Su expansión geográfica y económica necesitó de muchos brazos y mentes. Su fortalecimiento imperial a costa del resto del mundo le permitió sostener un irracional nivel de vida para buena parte de los ciudadanos. El llamado “sueño americano” se convirtió en quimera de propios y extraños. No pocos han perdido la vida en el intento de alcanzarlo.
Pero la crisis económica actual trajo tempestades para buena parte de la sociedad estadounidense. Más de 8 millones de empleos han desaparecido desde el 2008. Personas de mediana edad, con deseos aún de trabajar, han sido jubiladas a la fuerza. No pocos han gastado todos sus ahorros forzados por la situación de desempleo. Jóvenes graduados universitarios, con miles de dólares en adeudos por los estudios, están sin empleo. Entre los jóvenes de 18 a 29 años, la proporción de personas desempleadas o fuera de la fuerza de trabajo en 2010 fue de 38%, la más alta en cuarenta años, según el Pew Research Center.
El estallido de la burbuja inmobiliaria también dejó sus marcas. Más de 7 millones de familias han perdido sus hogares y se han mudado a casas de parientes y amigos o han ido a parar a tráileres y casas de campaña. Un informe publicado a principios de enero por el Centro Nacional de Familias Sin Techo señaló que el pasado año 1.6 millones de niños vivieron en las calles, refugios o compartiendo casa con otras familias. La cifra de ciudadanos que viven en el imperio por debajo de la línea de pobreza alcanzó la cota de 46 millones 200 mil al cierre de 2010, unos 10 millones más que a fines de 2006.
Para el Premio Nobel de Economía (2001) Joseph Stiglitz, “Nos estamos ahogando. Si miramos la desigualdad, la más grande desde la Gran Depresión, hay un problema importante”

Abismo que crece

Mientras los ingresos netos del 20% más pobre de la sociedad norteamericana aumentaron un 9 por ciento ente 1979 y el 2004, los del 1 por ciento más rico se multiplicaron un 176 por ciento. La diferencia de ingresos entre patrones y empleados en los negocios se ha agrandado a 262 veces.
“Este es un sistema ilegítimo”- declararon en un Comunicado los Ocupantes del Congreso norteamericano el pasado 17 de enero. “Rechazamos aceptar el futuro gris que los compinches de Wall Street han diseñado. Rehusamos ser la ciudadanía capturada por el uno por ciento…El 99 por ciento ya no será complaciente…”
Es el estallido de sectores de la sociedad estadounidense que no aguantan ya la profunda inequidad que se ha forjado. Es el pesimismo ante la lejanía del “sueño” que le vendieron como promesa.
Un estudio reciente del Pew Research Center sitúa a la diferencia de ingresos como el primer problema de carácter social para los ciudadanos. El abismo entre ricos y pobres es hoy percibido como más importante que las tensiones raciales. Esa diferencia es repudiada con mayor fuerza por los jóvenes, los mismos que hoy ocupan calles, parques e instituciones en diversas partes del país.
Al Presidente Barack Obama no le quedó otra que concordar con Stiglitz en unas declaraciones al The New York Times: “Tenemos los mayores niveles de desigualdad desde la Gran Depresión”

Privilegios y mezquindades

Amén de injusto, el sistema sublima los privilegios de los poderosos. La campaña electoral, entre mezquindades y colectas, ha sacado a la luz realidades silenciadas. La revelación de que el multimillonario Mitt Romney, principal favorito a la candidatura republicana para la Casa Blanca - quien hizo su fortuna en un Fondo de Inversiones-, sólo pagó en el 2010 un 13,9 por ciento de impuestos sobre sus ingresos, mientras los asalariados deben pagar hasta un 35 por ciento, mostró la cara de una sociedad hecha a la medida de los más ricos.
Las políticas de la Casa Blanca desde la época de Bush y las medidas legislativas aprobadas en el Capitolio han acentuado esa realidad. Si en 1961 los 390 estadounidenses más ricos aportaban en impuestos el 42 por ciento de sus ingresos, en el 2008 sólo entregaban el 18 por ciento. George Romney, director ejecutivo de American Motors entre 1955 y 1966 , pagaba en aquellos tiempos un 36,9 por ciento de tales ingresos en impuestos sobre la renta. Su hijo Mitt, el que aspira a habitar la Casa Blanca, paga hoy mucho menos de la mitad.
El asunto se ha convertido en parte de la campaña electoral, El Presidente Obama trató de sacarle partido en su discurso sobre el Estado de la Unión el pasado 24 de enero: “Es hora de aplicar las mismas reglas a los de arriba que a los de abajo: ni planes de rescate, ni dádivas ni escapatorias. Un Estados Unidos construido para perdurar tiene que insistir en que cada uno asuma sus responsabilidades”
Obama defiende un impuesto mayor para los ricos. Pero una cosa piensa el mandatario y otra sus adversarios y una parte de la élite. La cúpula republicana y una porción significativa del Congreso se oponen a cualquier ataque a los privilegios de la clase alta. Se comprende en un Congreso cuyos miembros han triplicado en promedio su patrimonio entre 1984 y 2009, sin incluir el valor de sus bienes raíces, según señaló en diciembre el diario The Washington Post.

Dudas

El poder está dubitativo ante la quiebra del ideal que ha sustentado la derrochadora sociedad norteamericana: “Creo que tenemos tres o cuatro años en Occidente para mejorar el modelo económico que tenemos, si no lo hacemos habremos perdido el juego”, advirtió en el Foro de Davos el director del poderoso Fondo de Inversiones Carlyle David Rubinstein.
Los ocupas están en las calles dando la clarinada. El mito del estadounidense feliz se va difuminando. Las aguas de la economía internacional permanecen revueltas y turbias; Estados Unidos pasa apuros para navegar en ellas. El libre mercado va dejando de ser a ojos vista la panacea universal que tanto le vendieron al mundo y el Estado de bienestar quedó como un pasado mejor. ¿A dónde irán los “sueños” a parar?

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