domingo, 22 de abril de 2012

Una llamada crucial

Hugo Chávez y su hija Maria Gabriela.
Hugo Chávez y su hija Maria GabrielaPor más que lo manoseen y manipulen, el periodismo es y debe ser un arma extraordinaria de verdad y de denuncia. Así lo experimenté aquel 12 de abril de 2002, cuando Venezuela vivía momentos trágicos, en los que el fascismo trataba de sepultar la nueva era que se iba abriendo con el proceso transformador encabezado por Hugo Chávez Frías.
La incertidumbre rodeaba el destino del líder bolivariano, quien había sido hecho prisionero aquella madrugada en Miraflores por los militares gorilas, entrenados a la usanza de Washington y aliados a la oligarquía fascista, y conducido a destino desconocido.
La información propalada por los medios privados, que fueron eje fundamental del golpe, era que el Presidente Chávez había renunciado y se debía “retomar el hilo constitucional”. Los medios transnacionales de comunicación jugaban en el mismo bando de la noticia.
Una llamada telefónica a Fidel de la hija de Chávez, María Gabriela Chávez Colmenares, esa mañana, daría un giro en la historia. Sus breves palabras después, en una entrevista que le hicimos por igual vía -en medio de la persecución que sufrían ella, su familia y sus amigos-, fueron un aldabonazo contra la mentira y un despertar a la verdad y a la conciencia al pueblo venezolano:
“Hace dos horas logramos comunicarnos con mi papá, nos llamó por teléfono y nos dijo que, por favor, le comunicáramos al mundo entero que él en ningún momento ha renunciado”
La frase aireada por la televisión cubana al mediodía del 12 de abril abrió una brecha en la mentira mediática concertada y empezó a resquebrajar el golpe en el ámbito de los medios a escala internacional. La derrota total de la intentona tendría en el pueblo venezolano a su gran protagonista.
Como desde que se creara Radio Rebelde para combatir las mentiras de la dictadura batistiana o la Operación Verdad, que enfrentó la demonización de la Revolución naciente en 1959, Fidel Castro fue el estratega de aquella operación comunicacional y política que durante el 12, 13 y 14 de abril de 2002, desmontó desde Cuba, a golpes de llamadas telefónicas a líderes del proceso bolivariano y a familiares de Chávez, la mentira que se construyó para legalizar el golpe militar alentado desde Washington y Madrid.

En el libro “Cien horas con Fidel”, el líder de la Revolución Cubana cuenta la historia y el impacto de aquella primera llamada iluminadora y de los acontecimientos que vinieron después:

Horas después, ya en pleno día 12 de abril, en un momento (Chávez) se las arregla para realizar una llamada telefónica, y habla con su hija María Gabriela. Le afirma que no ha dimitido, que es un “presidente prisionero”. Le pide que me lo comunique para que yo lo informe al mundo. La hija me llama de inmediato el 12 de abril, a las 10:02 de la mañana, y me transmite las palabras de su padre.
Le pregunto de inmediato: “¿Tú estarías dispuesta a informarlo al mundo con tus propias palabras?”
“¿Qué no haría yo por mi padre?”, me responde con esa precisa, admirable y decidida frase.
Sin perder un segundo, me comunico con Randy Alonso, periodista y director de la “Mesa Redonda”, conocido programa de televisión. Con teléfono y grabadora en mano, Randy llama al celular que me dio María Gabriela. Eran casi las 11:00 de la mañana. Se graban las palabras claras, sentidas y persuasivas de la hija que, transcritas de inmediato, se entregan a las agencias cablegráficas acreditadas en Cuba y se transmiten por el Noticiero Nacional de Televisión a las 12:40 del 12 de abril del 2002, en la propia voz de Gabriela. La cinta se había entregado igualmente a las televisoras internacionales acreditadas en Cuba. La CNN desde Venezuela transmitía con fruición las noticias de fuentes golpistas; su reportera en La Habana, en cambio, divulgó rápidamente desde Cuba, al mediodía, las palabras esclarecedoras de María Gabriela.
(…) Bueno, eso lo escucharon millones de venezolanos, mayoritariamente antigolpistas, y los militares fieles a Chávez, a los que se trató de confundir y paralizar con las mentiras descaradas de la supuesta renuncia. En horas de la noche, a las 11:15, llama de nuevo María Gabriela. Su voz tenía acento trágico. No la dejo terminar sus primeras palabras y le pregunto: “¿Qué ha ocurrido?” Me responde: “A mi padre lo han trasladado de noche, en un helicóptero, con rumbo desconocido”. “Rápido”, le digo, “en unos minutos hay que denunciarlo con tu propia voz”.
Randy estaba conmigo, en una reunión sobre los programas de la Batalla de Ideas con dirigentes de la Juventud y otros cuadros; tenía consigo la grabadora, y de inmediato se repite la historia del mediodía. La opinión venezolana y el mundo estarían así informados del extraño traslado nocturno de Chávez con rumbo desconocido. Esto ocurre entre la noche del 12 y la madrugada del 13.
El sábado 13, bien temprano, estaba convocada una Tribuna Abierta en Güira de Melena, un municipio de la provincia de La Habana. De regreso a la oficina, antes de las 10:00 de la mañana, llama María Gabriela. Comunica que “los padres de Chávez están inquietos”, quieren hablar conmigo desde Barinas, desean hacer una declaración.

Le informo que un cable de una agencia de prensa internacional comunica que Chávez ha sido trasladado a Turiamo, puesto naval en Aragua, en la costa norte de Venezuela. Le expreso el criterio de que por el tipo de información y detalles, la noticia parece verídica. Le recomiendo indagar lo más posible. Me añade que el general Lucas Rincón, Inspector General de las Fuerzas Armadas, quiere hablar conmigo, y desea igualmente hacer una declaración pública.
La madre y el padre de Chávez hablan conmigo: todo normal en el estado de Barinas. Me informa la madre de Chávez que el jefe militar de la guarnición acababa de hablar con su esposo, Hugo de los Reyes Chávez, el Gobernador de Barinas y padre de Chávez. Les transmito el máximo de tranquilidad posible.
También se comunica el Alcalde de Sabaneta, el pueblo donde nació Chávez, en Barinas. Quiere hacer una declaración. Cuenta de paso que todas las guarniciones son leales. Es perceptible su gran optimismo.
Hablo con Lucas Rincón. Afirma que la Brigada de Paracaidistas, la División Blindada y la base de cazabombarderos F-16 están contra el golpe y listas para actuar. Me atreví a sugerirle que hiciera todo lo posible por buscar la solución sin combates entre militares. Obviamente el golpe estaba derrotado. No hubo declaración del Inspector General, porque la comunicación se interrumpe, y no pudo restablecerse.
Minutos después, llama de nuevo María Gabriela: me dice que el general Baduel, jefe de la Brigada de Paracaidistas, necesita comunicarse conmigo, y que las fuerzas leales de Maracay desean hacer una declaración al pueblo de Venezuela y a la opinión internacional.

Un insaciable deseo de noticias me lleva a preguntarle a Baduel tres o cuatro detalles sobre la situación, antes de proseguir el diálogo. Satisface mi curiosidad de forma correcta; destilaba combatividad en cada frase.

De inmediato le expreso: “Todo está listo para su declaración”.
Me dice: “Espérese un minuto, le paso al general de división Julio García Montoya, secretario permanente del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa. Ha llegado para ofrecer apoyo a nuestra posición”.
Este oficial, de más antigüedad que los jóvenes jefes militares de Maracay, no tenía en ese momento mando de tropas.

(…) Las palabras de este oficial de alta graduación fueron realmente inteligentes, persuasivas y adecuadas a la situación. Expresó en esencia que las Fuerzas Armadas venezolanas eran fieles a la Constitución. Con eso lo dijo todo.
Yo me había convertido en una especie de reportero de prensa que recibía y transmitía noticias y mensajes públicos, con el simple uso de un celular y una grabadora en manos de Randy. Era testigo del formidable contragolpe del pueblo y las Fuerzas Armadas Bolivarianas de Venezuela.
La situación en ese momento era excelente. El golpe del 11 de abril no tenía ya la más mínima posibilidad de éxito. Pero un terrible riesgo se cernía todavía sobre el hermano país. La vida de Chávez estaba en gravísimo peligro. Secuestrado por los golpistas, a la oligarquía y el imperialismo la persona de Chávez era lo único que les quedaba en sus manos de la aventura fascista. ¿Qué harían con él? ¿Lo asesinarían? ¿Saciarían su sed de odio y venganza contra aquel rebelde y audaz luchador bolivariano, amigo de los pobres, defensor indoblegable de la dignidad y la soberanía de Venezuela? ¿Qué ocurriría si, como en Bogotá, a raíz de la muerte de Gaitán, llegaba al pueblo la noticia del asesinato de Chávez? No se me quitaba de la cabeza la idea de semejante tragedia y sus consecuencias sangrientas y destructivas.
A medida que transcurrían las horas del mediodía, después de las comunicaciones mencionadas, llegaban por todas partes noticias de la indignación y la rebeldía populares. En la ciudad de Caracas, centro principal de los acontecimientos, un mar de pueblo avanzaba por calles y avenidas hacia el Palacio de Miraflores y las instalaciones centrales de los golpistas. En mi desesperación de amigo y hermano del prisionero, mil ideas me pasaban por la mente. ¿Qué podíamos hacer con nuestro pequeño celular? A punto estuve de llamar por mi cuenta al mismísimo general Vázquez Velasco. Nunca había hablado con él ni sabía cómo era. Ignoraba si respondería o no, y cómo lo haría. Y para esa singular misión no podía contar con los valiosos servicios de María Gabriela. Lo pensé mejor. A las 4:15 de la tarde llamé a nuestro Embajador en Venezuela, Germán Sánchez. Indagué con él si creía que Vázquez Velasco respondería o no. Me dijo que tal vez sí.
“Llámalo —le pedí—, usa mi nombre, exprésale de parte mía la opinión de que un río de sangre podría correr en Venezuela, derivado de los acontecimientos. Que sólo un hombre podría evitar esos riesgos: Hugo Chávez. Exhórtalo a que lo pongan de inmediato en libertad, para impedir ese curso probable de los acontecimientos”.
El general Vázquez Velasco respondió la llamada. Afirmó que él tenía en su poder a Chávez y garantizaba su vida, pero que no podía acceder a lo que se le solicitaba. Nuestro Embajador insistió, argumentó, trató de persuadirlo. El General, molesto, interrumpió la comunicación. Colgó el teléfono.
Llamo de inmediato a María Gabriela y le informo de las palabras de Vázquez Velasco, especialmente lo relacionado con el compromiso de garantizar la vida de Chávez. Le pido que me comunique otra vez con Baduel. A las 4:49 se establece el contacto. Le cuento en detalle el intercambio Germán Vázquez Velasco. Expreso mi opinión sobre la importancia de que Vázquez Velasco reconozca que tiene en su poder a Chávez. Eran circunstancias propicias para presionarlo al máximo.
En ese momento en Cuba no se sabía con seguridad si Chávez había sido trasladado o no y a qué punto. Se rumoraba hacía horas que el prisionero había sido enviado a la isla de Orchila. Cuando ha¬blé con Baduel, casi a las 5:00 de la tar¬de, el Jefe de la Brigada seleccionaba los hombres y preparaba los helicópteros que rescatarían al Presidente Chávez. Imaginaba cuán difícil sería para Baduel y los paracaidistas obtener los datos precisos y exactos para tan delicada misión.

Durante todo el resto del día hasta las 12:00 de la noche del 13, dediqué mi tiempo a la tarea de hablar con cuantas personas podía hacerlo sobre el tema de la vida de Chávez. Y hablé con muchos, porque durante esa tarde el pueblo, con el apoyo de jefes y soldados del Ejército, iba controlándolo todo. Ignoro todavía a qué hora y de qué forma Carmona, el Breve, abandonó el Palacio de Miraflores. Supe que la escolta, bajo la dirección de Chourio y los miembros de la Guardia Presidencial, tenían ya en sus manos y ocupaban los puntos estratégicos del edificio, y Rangel, que se mantuvo firme todo el tiempo, había vuelto al Ministerio de Defensa.
Incluso llamé por teléfono a Diosdado Cabello apenas tomó posesión de la Presidencia. Al interrumpirse la comunicación por causas técnicas, le transmití un mensaje a través de Héctor Navarro, Ministro de Educación Superior, sugiriéndole que en su condición de Presidente Constitucional le ordenara a Vázquez Velasco liberar a Chávez, advirtiéndole de la grave responsabilidad en que incurriría si desacataba esa orden.

Con casi todos hablé, me sentía parte también de aquel drama en el que me introdujo la llamada de María Gabriela en la mañana del 12 de abril. Sólo cuando se supieron después todos los detalles del calvario de Hugo Chávez, desde que lo trasladaron con rumbo desconocido en horas de la noche del día 12, pudo comprobarse cuán increíbles peligros corrió, en los que puso en juego toda su agudeza mental, su serenidad, sangre fría e instinto revolucionario. Más increíble todavía es que los golpistas hasta el último minuto lo mantuvieron desinformado de lo que ocurría en el país, y hasta el último minuto insistieron en que firmara una renuncia que nunca firmó.
 
A diez años de los acontecimientos, se dibuja como definitoria aquella llamada de Maria Gabriela a Fidel. Desde una pequeña isla se contribuyó modestamente a derrotar el poder mediático y político del imperio y sus acólitos.
Como periodista y testigo, sentí en aquellas horas orgullo inmenso de la profesión que había escogido. Las palabras de Maria Gabriela aquella mañana del 12 de abril me estremecieron profundamente y me comprometieron para siempre:
Ese es mi celular, lo voy a tener siempre conmigo, me pueden llamar a cualquier hora, cualquier cosa; es más fácil que tú te comuniques conmigo porque yo no tengo como llamarlos, cualquier cosa que quieran saber yo los mantendré informados. No tenemos ningún problema. Por mi papá cualquier cosa. Nosotros también los queremos mucho, a todo el pueblo cubano. Gracias por ese apoyo.
Una década después es igual el compromiso de Cuba con la lucha por la verdad, y con Chávez, la Revolución Bolivariana y su pueblo.

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