El Papa Benedicto XVI tiene razón: el marxismo ya no responde a la
realidad.
Sí, ya no responde a la realidad el marxismo tal como lo entienden muchos en la Iglesia Católica: una ideología ateísta que justificó los crímenes de Stalin.
Pero aceptar que el marxismo según la óptica de Ratzinger es lo mismo que el marxismo según la óptica de Marx equivaldría a identificar el catolicismo con la Inquisición.
Hoy podría decirse también que el catolicismo no responde a la realidad. Porque ya no se justifica quemar en la hoguera a las mujeres que se tienen por brujas ni torturar a los sospechosos de herejía. Pero, por fortuna, no es posible identificar el catolicismo con la Inquisición, ni con la pedofilia de algunos curas y obispos.
Del mismo modo, no es posible confundir el marxismo con los marxistas que lo utilizaron para sembrar el miedo, el terror, y para sofocar la libertad religiosa.
Hay que volver a Marx para saber lo que es el marxismo, del mismo modo que hay que regresar a los Evangelios y a Jesús para saber lo que es el cristianismo, y a Francisco de Asís para saber lo que es el catolicismo.
A lo largo de la historia, se han cometido los más horrendos crímenes en nombre de las más bellas palabras.
El marxismo es un método de análisis de la realidad. Resulta más útil que nunca para comprender la actual crisis del capitalismo.
El capitalismo sí que ya no responde a la realidad, porque ha impulsado la desigualdad social más acentuada en el seno de la población mundial; se ha apoderado de las riquezas naturales de otros pueblos; ha desplegado su fase imperialista y monopolista; ha hecho que el centro del equilibrio mundial sean los arsenales nucleares; y ha difundido la ideología neoliberal, que reduce al ser humano a mero consumista sometido a los encantos de la mercancía.
Hoy el capitalismo es hegemónico en el mundo.
Y de los 7 mil millones de habitantes del planeta, 4 mil millones viven por debajo del nivel de pobreza, y 1 200 millones padecen de hambre crónica.
El capitalismo ha fracasado para las dos terceras partes de la humanidad que no tienen acceso a una vida digna. Allí donde el cristianismo y el marxismo hablan de solidaridad, el capitalismo introdujo la competencia; donde hablan de cooperación, introdujo la concurrencia; donde hablan de respeto a la soberanía de los pueblos, introdujo la globocolonización.
La religión no es un método de análisis de la realidad.
El marxismo no es una religión.
Quiéralo o no el Vaticano, la luz que proyecta la fe sobre la realidad siempre está mediada por una ideología. La ideología neoliberal, que identifica a la democracia con el capitalismo, impera hoy en la conciencia de muchos cristianos y les impide percibir que el capitalismo es intrínsecamente perverso.
La Iglesia Católica se muestra muchas veces connivente con el capitalismo porque este la cubre de privilegios y le franquea una libertad que la pobreza les niega a millones de seres humanos.
Ya se ha probado que el capitalismo no le garantiza un futuro digno a la humanidad. Benedicto XVI lo admitió al afirmar que debemos buscar nuevos modelos.
El marxismo, al analizar las contradicciones e insuficiencias del capitalismo, nos abre una puerta de esperanza a una sociedad que los católicos caracterizan, en la celebración eucarística, como aquella en la que todos compartirán “los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo humano”. Marx le llamó a eso socialismo. Reinhard Marx, el arzobispo católico de Munich, publicó en el año 2011 un libro titulado "El Capital". Un alegato a favor de la humanidad. En la cubierta aparecen los mismos colores y la misma tipografía de la primera edición de El capital de Carlos Marx, publicado en Hamburgo en 1867. “Marx no ha muerto y es necesario tomarlo en serio”, dijo el prelado al presentar su obra. “Hay que confrontarse con la obra de Carlos Marx, que nos ayuda a entender las teorías de la acumulación capitalista y el mercantilismo. Eso no significa dejarse atraer por las aberraciones y atrocidades cometidas en su nombre durante el siglo XX”.
El autor del nuevo "El Capital", nombrado cardenal por Benedicto XVI en noviembre de 2010, denomina “social-éticos” los principios que defiende en su libro, critica el capitalismo neoliberal, califica la especulación de “salvaje” y “pecado”, y aboga por un rediseño de la economía según las normas éticas de un nuevo orden económico y político. “Las reglas del juego deben ser de orden ético. En ese sentido, la doctrina social de la Iglesia es crítica del capitalismo”, afirma el arzobispo. El libro se inicia con una carta de Reinhard Marx a Carlos Marx, fallecido en 1883, a quien llama “querido homónimo”.
En ella, le ruega que reconozca ahora que se equivocó en lo que toca a la inexistencia de Dios. Ello sugiere, entre líneas, que el religioso admite que el autor del Manifiesto comunista es uno de los que, del otro lado de la vida, disfrutan de la visión beatífica de Dios.
Sí, ya no responde a la realidad el marxismo tal como lo entienden muchos en la Iglesia Católica: una ideología ateísta que justificó los crímenes de Stalin.
Pero aceptar que el marxismo según la óptica de Ratzinger es lo mismo que el marxismo según la óptica de Marx equivaldría a identificar el catolicismo con la Inquisición.
Hoy podría decirse también que el catolicismo no responde a la realidad. Porque ya no se justifica quemar en la hoguera a las mujeres que se tienen por brujas ni torturar a los sospechosos de herejía. Pero, por fortuna, no es posible identificar el catolicismo con la Inquisición, ni con la pedofilia de algunos curas y obispos.
Del mismo modo, no es posible confundir el marxismo con los marxistas que lo utilizaron para sembrar el miedo, el terror, y para sofocar la libertad religiosa.
Hay que volver a Marx para saber lo que es el marxismo, del mismo modo que hay que regresar a los Evangelios y a Jesús para saber lo que es el cristianismo, y a Francisco de Asís para saber lo que es el catolicismo.
A lo largo de la historia, se han cometido los más horrendos crímenes en nombre de las más bellas palabras.
En nombre de la democracia, los
Estados Unidos se apoderaron de Puerto Rico y de la base cubana de
Guantánamo.
En nombre del progreso, algunos países de Europa Occidental
colonizaron a los pueblos africanos y dejaron allí un rastro de miseria.
En nombre de la libertad, la reina Victoria de Gran Bretaña libró en
China las devastadoras Guerras del Opio.
En nombre de la paz, la Casa
Blanca cometió el acto terrorista más peligroso y genocida de la
historia: el lanzamiento de bombas atómicas sobre las poblaciones de
Hiroshima y Nagasaki.
En nombre de la libertad, los Estados Unidos
instituyeron en casi toda la América Latina dictaduras sangrientas a lo
largo de tres décadas (1960-1980).
El marxismo es un método de análisis de la realidad. Resulta más útil que nunca para comprender la actual crisis del capitalismo.
El capitalismo sí que ya no responde a la realidad, porque ha impulsado la desigualdad social más acentuada en el seno de la población mundial; se ha apoderado de las riquezas naturales de otros pueblos; ha desplegado su fase imperialista y monopolista; ha hecho que el centro del equilibrio mundial sean los arsenales nucleares; y ha difundido la ideología neoliberal, que reduce al ser humano a mero consumista sometido a los encantos de la mercancía.
Hoy el capitalismo es hegemónico en el mundo.
Y de los 7 mil millones de habitantes del planeta, 4 mil millones viven por debajo del nivel de pobreza, y 1 200 millones padecen de hambre crónica.
El capitalismo ha fracasado para las dos terceras partes de la humanidad que no tienen acceso a una vida digna. Allí donde el cristianismo y el marxismo hablan de solidaridad, el capitalismo introdujo la competencia; donde hablan de cooperación, introdujo la concurrencia; donde hablan de respeto a la soberanía de los pueblos, introdujo la globocolonización.
La religión no es un método de análisis de la realidad.
El marxismo no es una religión.
Quiéralo o no el Vaticano, la luz que proyecta la fe sobre la realidad siempre está mediada por una ideología. La ideología neoliberal, que identifica a la democracia con el capitalismo, impera hoy en la conciencia de muchos cristianos y les impide percibir que el capitalismo es intrínsecamente perverso.
La Iglesia Católica se muestra muchas veces connivente con el capitalismo porque este la cubre de privilegios y le franquea una libertad que la pobreza les niega a millones de seres humanos.
Ya se ha probado que el capitalismo no le garantiza un futuro digno a la humanidad. Benedicto XVI lo admitió al afirmar que debemos buscar nuevos modelos.
El marxismo, al analizar las contradicciones e insuficiencias del capitalismo, nos abre una puerta de esperanza a una sociedad que los católicos caracterizan, en la celebración eucarística, como aquella en la que todos compartirán “los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo humano”. Marx le llamó a eso socialismo. Reinhard Marx, el arzobispo católico de Munich, publicó en el año 2011 un libro titulado "El Capital". Un alegato a favor de la humanidad. En la cubierta aparecen los mismos colores y la misma tipografía de la primera edición de El capital de Carlos Marx, publicado en Hamburgo en 1867. “Marx no ha muerto y es necesario tomarlo en serio”, dijo el prelado al presentar su obra. “Hay que confrontarse con la obra de Carlos Marx, que nos ayuda a entender las teorías de la acumulación capitalista y el mercantilismo. Eso no significa dejarse atraer por las aberraciones y atrocidades cometidas en su nombre durante el siglo XX”.
El autor del nuevo "El Capital", nombrado cardenal por Benedicto XVI en noviembre de 2010, denomina “social-éticos” los principios que defiende en su libro, critica el capitalismo neoliberal, califica la especulación de “salvaje” y “pecado”, y aboga por un rediseño de la economía según las normas éticas de un nuevo orden económico y político. “Las reglas del juego deben ser de orden ético. En ese sentido, la doctrina social de la Iglesia es crítica del capitalismo”, afirma el arzobispo. El libro se inicia con una carta de Reinhard Marx a Carlos Marx, fallecido en 1883, a quien llama “querido homónimo”.
En ella, le ruega que reconozca ahora que se equivocó en lo que toca a la inexistencia de Dios. Ello sugiere, entre líneas, que el religioso admite que el autor del Manifiesto comunista es uno de los que, del otro lado de la vida, disfrutan de la visión beatífica de Dios.
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