Jorge Gómez Barata
Corría el año 1967 que
para la Revolución Cubana era de aguda confrontación, intensas luchas y de un
extraordinario debate ideológico, político y teórico que abarcaba a la
izquierda latinoamericana tradicional y a las interpretaciones del marxismo
vigentes en los países del socialismo real cuando, al clausurar la conferencia
de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), Fidel Castro señaló:
“…Ya no aceptamos ningún tipo de verdad
evidente. Las verdades evidentes pertenecen a la filosofía burguesa…”
En esa época cursaba una escuela para oficiales de
las fuerzas armadas donde, entre otras cosas, estudiábamos filosofía y
tratábamos de penetrar en los retruécanos hegelianos del materialismo
dialectico, mientras, muy lejos, Joseph Ratzinger enseñaba
Teología Dogmatica en la universidad de Tubinga, un retiro cuyos muros
medioevales no lo protegían de los aires renovadores de la Década Prodigiosa,
caracterizada por los sucesos de Mayo de 1968, la lucha de los afroamericanos
por los derechos civiles y por los intentos de la izquierda académica que en
Cuba, el occidente del Viejo Continente, incluso en los Estados Unidos,
intentaban realizar una lectura renovadora del marxismo.
Recuerdo que alguien preguntó a un profesor el
sentido de aquellas palabras de Fidel Castro que no coincidían con los manuales
que entonces nos servían de texto.
—No sé que habrá querido decir el Comandante
—explicó el profesor— pero debe tener razón. Y aunque su crítica estaba
dirigida al dogmatismo que coloca a algunos marxistas en el lado equivocado de
la historia, que yo sepa, donde primero se utilizó eso de las “verdades
evidentes” fue en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos.
En la tarde fui a la biblioteca, encontré una
historia de los Estados Unidos y en efecto allí estaba la tesis: “Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que
todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de
ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la
búsqueda de la felicidad…”
Naturalmente
nunca supe si Fidel aludía a aquel texto pero quedé en deuda conmigo mismo
debido a que no pude averiguar por qué las verdades evidentes son burguesas
pero guarde la nota en la memoria y la retomo ahora cuando el líder histórico
de la Revolución, en su más reciente artículo, vuelve a referirse a que: “La
búsqueda de la verdad política siempre será una tarea dura…”
Más que
evidente es obvio que los hombres nacen iguales pero, también lo es que no
viven ni mueren de la misma forma y que las vanguardias políticas no pueden
conformarse con constatar el hecho sino que han de luchar por hacerlo efectivo. La Iglesia que invita a encontrar
la verdad, puede también contribuir a realizarla.
No
podía imaginar entonces que un día vería a Ratzinger convertido en Papa desde
unos metros de distancia y que como parte de los presentes en la misa y de
todos los cubanos, caería bajo los beneficios de sus bendiciones, cosa que
agradezco.
A 236 años de
su proclamación, la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, una
conmovedora apelación a la libertad y al derecho a luchar para conquistarla, es
todavía uno de los más avanzados documentos políticos jamás escritos y también
uno de los más grandes monumentos a la hipocresía y al oportunismo.
Los prohombres
encabezados por Thomas Jefferson que redactaron aquel tratado y que con
meridiana exactitud inscribieron el derecho a la libertad como un don ligado a
la naturaleza humana al considerarlo como una “verdad evidente” cedieron ante
el reclamo de los delegados procedentes de estados sureños que hicieron
prevalecer sus mezquinos intereses y lograron que se omitieran las referencias
a la esclavitud.
La abyecta
negociación sobre la cual nacieron los Estados Unidos explica por qué tuvieron
que transcurrir 89 años y librarse la Guerra de Secesión para que en 1865 fuera
aprobada la Décima Tercera Enmienda que abolió la esclavitud, no obstante
pasaron otros 103 años para que en 1968 se adoptaran las propuestas de JFK que
pusieron fin a la segregación racial. En total fueron 192 años de inenarrables
sufrimientos desde que la igualdad, proclamada como “verdad evidente” fuera
realizada en la primera república de la era moderna.
Coincido con
Benedicto XVI en la importancia del debate constructivo en torno a la dialéctica
de la verdad y la libertad. Para buscar la verdad es preciso disfrutar de la
libertad para pensar diferente, para dudar, para investigar y para divulgar los
resultados alcanzados. Tampoco basta con establecer algunas verdades sino que
es preciso luchar para que todos puedan disfrutar de sus dones. Ningún debate
ideológico y ninguna reflexión cultural son posibles ni pertinentes mientras
las mayorías no se hallen en condiciones de poder realizarlas.
Benedicto XVI
pudo marcharse tranquilo, su llamado a tales reflexiones tendrán eco en la
sociedad cubana donde la ilustración y la cultura de las mayorías y el elevado
grado de participación política garantizan la atención a sus palabras.
Seguramente los claustros universitarios donde se explica la teoría de la
verdad del Materialismo Dialectico e Histórico, tendrán mucho que decir, lo que
no es posible garantizar es que concuerden con la Iglesia. Abrir el diálogo no
significa deponer la diversidad. Allá nos vemos.
La Habana, 03
de abril de 2012
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