Científicos del laboratorio estatal Sandia, que desarrollaban un
polémico proyecto de drones nucleares junto con ingenieros del gigante
de la industria militar estadounidense Northrop Grumman, publicaron un resumen detallado del mismo.
La existencia de los proyectos secretos estadounidenses solo se da a
conocer una vez que los rechazan. Así ocurrió con este proyecto de
Sandia: un drone (avión no tripulado) con planta propulsora nuclear, que
fue rechazado por el Pentágono. Según el documento, fechado en junio del 2011, los científicos demostraron la viabilidad tanto técnica como política de crear este aparato.
Los beneficios militares de esta arma están a la vista: la
disponibilidad de estos aparatos hará posible “aumentar la duración de
las misiones de combate de días a meses, junto con el aumento al doble
de la potencia eléctrica”.
Aunque el resumen del proyecto (que no proporciona detalles técnicos)
no utiliza la palabra “nuclear”, sí habla de “tecnologías de propulsión y
energía que van más allá las existentes tecnologías de hidrocarburos”.
Pero hace referencias a “sistemas de protección” y “actuales condiciones
políticas que no permiten su uso”, o “desmantelamiento y residuos”, que
no dejan espacio a dudas.
Originalmente, el nuevo mortífero artefacto es por sus dimensiones muy
parecido al existente RQ-4 Global Hawk, que fue diseñado para la
“observación y prevención de actividades terroristas y el uso de armas
de destrucción masiva”.
Puesto que este vehículo puede sencillamente convertirse en un arma de
este tipo si es derribado (y hay casos en que ha ocurrido), el gobierno
estadounidense hizo bien en haber rechazado la idea de la planta nuclear
volante.
Esto por los escándalos registrados con el drone de la CIA, que supuestamente fue hackeado y capturado por Irán o sus tristemente famosos drones con los que frecuentemente matan a personas inocentes en Pakistán. Quizá el Pentágono haya aprendido algo porque, ¿quién sabe dónde podría caer un vehículo-portador de energía nuclear?
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