¿Hacia dónde van los gobiernos de izquierda y progresistas?
América Latina: ¿Hacia dónde van los gobiernos de izquierda y progresistas?
El auge de los movimientos sociales y la elección de gobiernos de
izquierda y progresistas, son dos de los grandes acontecimientos
ocurridos en América Latina en las postrimerías del siglo XX y los
albores del XXI. Pese a la aún hoy no resuelta tensión entre «lo social»
y «lo político», es decir, entre las formas de organización y lucha
social, y las formas de organización y lucha política, la relativa
convergencia de ambas fue la que contuvo y desaceleró la avalancha
reaccionaria que azotó a la región en las décadas de 1980 y 1990, festín
de la concentración y transnacionalización de la riqueza y el poder
político, con su correlato de agravamiento de la pobreza, la miseria y
la exclusión social.
Cuando
en el mundo se enseñoreaban el desconcierto y el abatimiento provocados
por el colapso de los paradigmas comunista y socialdemócrata europeos,
en América Latina, la irrupción de los nuevos movimientos sociales y la
determinación de un amplio espectro de fuerzas políticas de izquierda de
emprender lo que se conoció como búsqueda de alternativas al
capitalismo neoliberal, abrieron nuevos caminos en sustitución de los
que cerraban. Por esos caminos hemos avanzado desde entonces, pero al
adentrarnos en segunda década del siglo XXI, ya no basta con hablar de
«nuevos» movimientos ni de «búsqueda» de alternativas.
En rigor, los llamados nuevos movimientos sociales surgen en los años
sesenta (¡hace ya más de cinco décadas!) en los Estados Unidos, Europa
Occidental y América Latina, con características derivadas de la
situación de cada región. En la nuestra, su identificación y
reconocimiento generalizado como tales data de los años ochenta (hace ya
más de tres décadas) porque hasta entonces habían estado entremezclados
con los movimientos clandestinos e insurgentes surgidos bajo el influjo
de la Revolución Cubana. Ese es el momento en el cual: 1) el cambio en
la situación internacional y regional provoca el declive de la lucha
armada, y relega a las organizaciones sociales y políticas tradicionales
a planos secundarios y hasta marginales; 2) los nuevos movimientos
sociales demuestran ser inmunes al efecto de la crisis terminal del
«socialismo real» y el advenimiento del mundo unipolar; y, 3) se
evidencia su condición de protagonistas principales de la lucha contra
el neoliberalismo y contra las más diversas formas de opresión,
explotación y discriminación. En lo referente a los gobiernos de
izquierda y progresistas, a más de trece años de la victoria de Hugo
Chávez en la elección presidencial venezolana de 1998, ya son diez los
existentes en América Latina continental, parte de los cuales está en su
tercer período consecutivo, otra en el segundo y el resto en el
primero.
Es conocido que los procesos históricos, como el tránsito de una
formación económico social a otra, por ejemplo, del feudalismo al
capitalismo, tardan siglos y atraviesan por etapas de avance y
retroceso. No está de más recordar los setenta y cuatro años en la
fracasada experiencia de la Unión Soviética. Visto desde esta
perspectiva, las cinco décadas transcurridas desde el nacimiento de los
«nuevos» movimientos sociales, las tres décadas transcurridas desde que
se les reconoce como tales en América Latina, y el poco más de una
década transcurrido desde el inicio de la elección de los gobiernos
latinoamericanos de izquierda y progresistas, son lapsos
incomparablemente breves. Pero, desde otra perspectiva, en esos largos
procesos históricos se abren y cierran «ventanas de oportunidad», cuyo
aprovechamiento los acelera y cuyo desperdicio los derrota o, al menos,
los retrasa. Es en esta perspectiva en la que tenemos que ubicarnos.
Marx afirmaba que capital que no crece, muere. En forma análoga podemos
decir que proceso de transformación social revolucionaria o de reforma
social progresista que no avanza, muere: abre flancos a la
desestabilización del imperialismo y la derecha local, y fomenta la
desmovilización, el voto de castigo y la abstención de castigo de los
sectores populares defraudados. Por eso es que debemos preguntarnos en
qué medida los «nuevos» movimientos sociales, que en los años sesenta,
setenta, ochenta y noventa estuvieron a la altura de las circunstancias,
se han convertido en movimientos social-políticos, es decir, han
logrado desarrollar la vocación y la capacidad de luchar por una
transformación social revolucionaria. Y también, por las mismas razones,
debemos preguntarnos si los actuales gobiernos de izquierda y
progresistas están enrumbados hacia la edificación de sociedades
«alternativas» o si serán un paréntesis que, en definitiva, contribuya
al reciclaje de la dominación del capital. El objetivo de estas
preguntas no es calificar o descalificar a una u otra fuerza política o
social-política, o a uno u otro gobierno de izquierda o progresista,
sino recordar una sentencia del siglo XX que no pierde vigencia en el
XXI: sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario.
Como es lógico, entre la izquierda de épocas anteriores y la actual, hay
similitudes y diferencias. Una similitud es que, como ocurrió de manera
periódica en los siglos XIX y XX, el comienzo de una nueva etapa
histórica obliga a la izquierda a formular nuevos objetivos, programas,
estrategias y tácticas. Una diferencia es que, tanto las corrientes
revolucionarias, como las corrientes reformistas del movimiento obrero y
socialista nacido en el siglo XIX, habían elaborado y debatido sus
respectivos proyectos políticos mucho tiempo antes de que la Revolución
Bolchevique en Rusia (1917) y la elección del primer ministro laborista
Ramsey McDonald en Gran Bretaña (1924), llevaran al gobierno, por
primera vez, a representantes de una y otra, mientras que la izquierda
latinoamericana actual llegó al gobierno sin haber elaborado los suyos.
La izquierda latinoamericana llega al gobierno sin descifrar la clave
para dar el salto de la reforma social progresista a la transformación
social revolucionaria, sin la cual quedará atrapada en el mismo círculo
vicioso de reciclaje del capitalismo concentrador y excluyente que la
socialdemocracia europea. Este es el problema pendiente: construir la
imprescindible sinergia entre teoría y praxis revolucionaria.
Los denominados gobiernos de izquierda y progresistas electos en América
Latina desde finales de la década de 1990, son en realidad gobiernos de
coalición en los que participan fuerzas políticas de izquierda,
centroizquierda, centro e incluso de centroderecha. En algunos, la
izquierda es el elemento aglutinador de la coalición y en otros ocupa
una posición secundaria. Cada uno tiene características particulares,
pero es posible ubicar a los más emblemáticos en dos grupos. Estos son:
a) gobiernos electos por el quiebre o debilitamiento extremo de la
institucionalidad democrático neoliberal, como ocurrió en Venezuela,
Bolivia y Ecuador; y, b) gobiernos electos por acumulación política y
adaptación a las reglas de juego de la gobernabilidad democrática,
caracterización aplicable a Brasil y Uruguay. Además, están los casos de
Nicaragua, El Salvador, Paraguay, Argentina y Perú, sobre los cuales el
espacio no nos permite siquiera unas escuetas palabras de referencia.
¿Cómo se explica la elección de gobiernos de izquierda y progresistas en
el mundo unipolar donde imperan la injerencia y la intervención
imperialista?
Se explica por cuatro razones fundamentales, tres de ellas positivas y una negativa. Las positivas son:
1) El acumulado de lucha de las fuerzas populares libradas en
la etapa abierta por el triunfo de la Revolución Cubana, en la cual,
aunque no alcanzaron los objetivos máximos que se habían planteado,
demostraron una voluntad y capacidad de combate que obligó a las clases
dominantes a reconocerles los derechos políticos que les estaban
negados.
2) La lucha en defensa de los derechos humanos que forzó la
suspensión del uso de la violencia más descarnada como mecanismo de
dominación.
3) El aumento de la conciencia, la organización y la
movilización social y política registrado en la lucha contra el
neoliberalismo, que sienta las bases para la participación política y
electoral de los sectores antes marginados.
Como contraparte, la razón negativa es la apuesta del imperialismo
norteamericano a que la unipolaridad le permitiría someter a los países
latinoamericanos a los nuevos mecanismos transnacionales de dominación,
motivo por el cual dejó de oponerse de oficio a todo triunfo electoral
de la izquierda, como había hecho históricamente. A todo lo anterior
debe agregarse un factor volátil: el voto de castigo a las fuerzas
políticas de derecha por los efectos socioeconómicos de la
reestructuración neoliberal, es decir, un voto no ideológico, ni
político, y mucho menos cautivo de la izquierda, que ésta puede perder
si su ejercicio de gobierno no satisface las expectativas.
¿Por qué fuerzas políticas y social-políticas de la izquierda
latinoamericana llegan al gobierno sin siquiera haber esbozado las
líneas gruesas de sus proyectos estratégicos o, aún peor, en algunos
casos sacrifican sus proyectos estratégicos para llegar al gobierno?
Ello es resultado de cuatro factores que ejercen una influencia
determinante en las condiciones y características de las luchas
populares en el subcontinente:
1. El salto de la concentración nacional a la concentración
transnacional de la propiedad, la producción y el poder político (la
llamada globalización), ocurrido en la década de 1970, tras un proceso
de acumulación de premisas finales que se desarrolla durante la segunda
posguerra mundial, que cambia la ubicación de América Latina en la
división internacional del trabajo y modifica la estructura
socioclasista.
2. La avalancha universal del neoliberalismo, de la década de
1980, desarticula las alianzas sociales y políticas construidas durante
el período nacional desarrollista y establece las bases de la
reestructuración de la sociedad y la refuncionalización del Estado
sustentadas en función de la concentración y transnacionalización de la
riqueza.
3. El derrumbe de la URSS y el bloque europeo oriental de
posguerra, entre 1989 y 1991, que le imprime un impulso extraordinario a
la reestructuración neoliberal, provoca el fin de la bipolaridad
estratégica, que actuó como muro de contención de la injerencia y la
intervención imperialista en el Sur durante la posguerra y tiene un
efecto negativo, a corto plazo, para la credibilidad de todo proyecto
social ajeno al neoliberalismo, no solo anticapitalista, sino incluso
apenas discordante con él, efecto que llega a ser devastador para las
ideas de la revolución y el socialismo.
4. La neoliberalización de la socialdemocracia europea, en
sus dos grandes vertientes, la Tercera Vía británica y la Comisión
Progreso Global de la Internacional Socialista, en la década de 1990,
que recicla la doctrina neoliberal cuando su inducida credibilidad se
desploma, la encubre con una presentación humanista, «light» y «progre».
Téngase en cuenta que los primeros triunfos de fuerzas de izquierda y
progresistas en elecciones presidenciales latinoamericanas, el de Chávez
en Venezuela (1998) y el de Lula en Brasil (2002), se producen cuando
el efecto acumulado de estos factores está en su apogeo, en particular,
es el momento de mayor impacto en América Latina de las ideas de la
Tercera Vía y la Comisión Progreso Global. Esos factores combinados
ejercen una influencia determinante en los gobiernos de Brasil, Uruguay,
Argentina y otros, y una influencia menos evidente, pero también
efectiva, en los de Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Tras el derrumbe de la URSS, el desaparecido dirigente revolucionario
salvadoreño Schafik Hándal empezó a repetir una idea que parece
simplona, pero es más profunda que un sinnúmero de doctas reflexiones:
«Habrá socialismo –decía Schafik– si la gente quiere que haya
socialismo». Las preguntas que se derivan de esta idea son: ¿Quiere que
haya socialismo la gente de Venezuela, Bolivia, Ecuador, los países
cuyos procesos políticos se corresponden con la definición de revolución
entendida como acumulación de rupturas sucesivas con el orden vigente?
¿Quiere que haya socialismo la gente de Brasil, Uruguay, Nicaragua u
otros países latinoamericanos gobernados por fuerzas de izquierda o
progresistas? A estas preguntas tenemos que añadir otras: ¿sabe la gente
de esos países qué es socialismo? ¿Comparten los líderes de esos países
nuestro concepto de socialismo que, al margen de las diferentes
condiciones, características, medios, métodos y vías, implica la
abolición de la producción capitalista y del sistema de relaciones
sociales que se erige a partir de ellas y en función de ellas? ¿Hay en
esos procesos fuerzas políticas capaces de concientizar a la gente para
que quiera que haya socialismo? ¿Lo están haciendo? Todas estas
preguntas son cruciales, pero las definitorias son las dos últimas.
Planteada en términos teóricos, la idea, en apariencia simplona, de
Schafik implica que para avanzar en dirección al socialismo los procesos
de reforma o transformación social de signo popular que hoy se
desarrollan en América Latina necesitan: teoría revolucionaria;
organización revolucionaria; bloque social revolucionario, basado en la
unidad dentro de la diversidad; y solución del problema del poder, este
último entendido como la concentración de la fuerza imprescindible para
producir un cambio efectivo de sistema social. Podemos hablar de
protoformas de esos cuatro elementos en Venezuela, Bolivia y Ecuador, y
quizás en algunos otros gobernados por fuerzas de izquierda y
progresistas, pero en ninguno se puede hablar de formas acabadas.
Nada de esto es nuevo. De todo ello habla desde hace años y, quizás,
hasta de manera sobredimensionada, porque a esos elementos se atribuye
el papel determinante en la formación de la identidad del futuro
socialismo latinoamericano. Sin dudas, su papel será crucial, pero lo
determinante es cómo, cuándo, dónde y en qué condiciones tendrá lugar el
acceso al poder político, sea mediante su conquista o construcción. Sin
estas respuestas, no puede hablarse de Socialismo del Siglo xxi,
Socialismo en el Siglo xxi, Vivir Bien, Buen Vivir, o cualquier noción
similar, más que como una utopía realizable de contornos aún muy
difusos.
- Roberto Regalado es Doctor en Ciencias Filosóficas,
profesor-investigador del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre
Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana y coordinador de
varias colecciones de la editorial Ocean Sur.
El método de propaganda del ImperioNo existe duda ninguna sobre la escalada de agresión imperial en América Latina durante los últimos años. Desde el golpe de Estado contra Venezuela en 2002, el secuestro del presidente Aristide de Haití en 2004, las intervenciones en los distintos procesos electorales en la región, la reactivación de la cuarta flota de la armada estadounidense en 2008, los intentos de generar un conflicto regional entre Colombia, Venezuela y Ecuador, el separatismo en Bolivia, y hasta el golpe de Estado contra Honduras en 2009 y el alarmante aumento en presencia militar de Estados Unidos en la región – todo evidencia que el imperio está a la ofensiva de nuevo en América Latina. Pero más allá de la manifestación visible de esta agresión, que busca neutralizar los procesos de cambio revolucionario en la región, existen pruebas contundentes –innegables- de que hoy en día, Washington está apuntando hacia el Sur con su gran poder militar, diplomático, económico y comunicacional.
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