Antes de los años 90 las teorías conspiratorias sobre el “Nuevo Orden
Mundial” en Estados Unidos se limitaban a dos contra-culturas: la de la
derecha militante y anti-gobierno y la de los fundamentalistas
cristianos preocupados por el fin del mundo y la llegada del Anticristo.
Pero a partir de septiembre de 1990, cuando en su discurso “Hacia un
Nuevo Orden Mundial,” Bush padre describe objetivos de gobierno global
se revitaliza la idea de la “globalización” como un mundo con capacidad
de crear un nuevo orden mundial. Pero, ¿Qué orden mundial?
En Chile la dictadura militar desde 1973 experimenta y aplica feroces
medidas neoliberales en pos del “libre mercado.” Lo seguirán luego
Inglaterra y Estados Unidos, y de allí al mundo. Se trata de privatizar
bienes públicos, desregular la economía, eliminar o reducir las
políticas sociales, privatizar la seguridad social, desmantelar las
leyes laborales y sociales y las condiciones de trabajo, crear nuevas
políticas fiscales y tributarias favoreciendo a los capitales, asegurar
la inserción y la integración económica en base a convenios y tratados
de libre comercio, medidas incluidas en el paquete ideológico de la
“globalización.”
La palabra misma globalización alude a un proceso en desarrollo
presentado como un inevitable. Manuel Castells lo define como una
economía nueva que aparece en las dos últimas décadas del siglo 20, una
forma de capitalismo donde las actividades centrales son globales, las
empresas y los territorios están organizados como redes de producción,
manejo y distribución, y la productividad y la competitividad se
organiza mayormente en función de la generación de conocimientos y el
procesamiento de la información.
El proceso globalizador, posible a partir del avance de la tecnología y
las comunicaciones, era un desarrollo predecible, algunos lo intuyeron
incluso a partir del nacimiento del ferrocarril --que hacía posible
pensar que el mundo sería un día una inmensa ciudad. Ya en 1848 Carlos
Marx argumentaba que los imperativos de la producción capitalista
llevaban inevitablemente a que la burguesía se asentara en cualquier
parte y desarrollara conexiones con todas partes. Preveía inevitable que
el capitalismo industrial facilitaría el desarrollo de tecnologías que
resultarían en la contracción del espacio, el intercambio en todas las
direcciones y la interdependencia universal de las naciones. Este
desarrollo futuro no asustaba a Marx que entendía las nuevas tecnologías
como fuerzas progresistas que facilitarían el intercambio humano y
contribuirían eventualmente a la emergencia de una civilización
socialista y cosmopolita.
En 1927, John Dewey se preocupaba previendo estos cambios en los
contornos temporales y espaciales de la actividad humana y pensando que
tendrían un efecto en lo político. Según su observación eran
precisamente las comunidades pequeñas el espacio político crucial para
el ejercicio efectivo de la participación democrática y estas correrían
peligro de desaparecer. Martín Heidegger, filósofo alemán, cuestionó el
efecto de las interacciones crecientes, ricas y múltiples, antes
imposibilitadas para la mayoría por la distancia y el tiempo y que de
ser posibles el preveía actuarían primero como nivelador y luego
favoreciendo la indiferencia y transformando la experiencia humana en
monótona y unidimensional, un futuro alienante.
La globalización ha afectado lo económico y político y favorecido
políticas clásicas liberales y neoliberales de libre mercado, ha
impulsado la occidentalización del mundo –o la creciente dominancia de
occidente, y ha presentado una visión idealizada de integración global,
falsa. Conceptos generales emitidos por Winston Churchill sobre la
justicia, el juego equitativo, la protección de los más débiles y el
respeto por los derechos humanos, aparecen mezcladas con
fundamentalismos de libre mercado que favorecen todo lo opuesto --el
creciente y rápido enriquecimiento de unos pocos en la cúpula de la
pirámide social. Se habla del papel fundamental de las Naciones Unidas
pero se persigue un mundo sin barreras, fronteras o límites que favorece
la penetración y el libre movimiento del capital pero restringe a las
personas y oprime a la población.
Para Noam Chomsky, autor de “Ordenes Mundiales Viejos y Nuevos” (1994),
el nuevo orden mundial posterior a la guerra fría es simplemente uno en
el que “el Nuevo Mundo da las órdenes.” El bombardeo de Serbia por los
EEUU y la OTAN, explica el científico, tiene como meta establecer el
papel de los poderes imperialistas mayores –y sobre todos ellos, el de
los EEUU-- como árbitros incuestionables de lo que suceda en el mundo.
“El Nuevo Orden Mundial es precisamente esto: un régimen internacional
de presión e intimidación constante por parte de los más poderosos
estados capitalistas contra los más débiles.”
Gobernabilidad sin Gobierno
Aunque la globalización anticipa un gobierno global, se usa el término
“gobernabilidad” a menudo y este contribuye a despolitizar el concepto
mismo de gobernar. Es cierto que la ideología en favor de un gobierno
global existe incluso desde antes de que la globalización se
materializara. La idea de que las soberanías nacionales son
incompatibles con la supervivencia del hombre y de que hay sólo dos
alternativas, gobierno mundial o muerte, fue expresada a principios del
siglo 20 por Bertrand Russell -filósofo, matemático, crítico social e
historiador inglés. Russell fue una de tantas figuras de notoriedad,
Gandhi, Nehru, Einstein, Sartre, Mann, Kant, Breton, Steinbeck, que se
pronunciaron en favor de esta perspectiva.
En el caso de Russell, un pacifista que justificó sin problemas las
guerras de colonización porque contribuyeron, según él, a extender el
mundo civilizado (del Mediterráneo a la mayor parte del planeta)
favoreciendo la “supervivencia de los mejores” se evidencia una
perspectiva arrogante. En Éticas de Guerra, [6] Russell explica:
“…estas guerras son justificables siempre que exista una gran e
innegable diferencia entre la civilización de los colonizadores y la de
los nativos a ser desposeídos…(y) que el clima favorezca el
florecimiento de la raza invasora. Cuando estas condiciones se dan la
conquista se justifica, aunque el proceso actual de lucha contra los
habitantes desposeídos debería…ser evitado tanto como sea posible dentro
de la colonización. Muchas personas humanitarias han de estar en
desacuerdo con la justificación de esta forma de robo, pero no pienso
que ninguna objeción práctica o efectiva se levante.”
La perspectiva racista de Russell favorece una dominancia compartida
entre blancos y asiáticos, vistos ambos como superiores a las gentes de
color y a los negros. Es por racismo, y miedo al avance numérico de los
no-blancos, que Russell aboga en favor de los anticonceptivos, la
extensión del control de la natalidad al mundo entero y la existencia de
una autoridad internacional:
“No veo como podemos esperar permanentemente ser suficientemente fuertes
como para mantener a las razas de color afuera; más tarde o más
temprano vamos a ser inundados, por lo que lo mejor que podemos hacer es
esperar que esas naciones acepten la sabiduría del control de los
nacimientos… Necesitamos para ello una fuerte autoridad internacional.”
Russell cambió su perspectiva en 1951, y desde entonces favoreció la
igualdad racial y los casamientos inter-raciales, [8] pero sus conceptos
sobre la necesidad de controlar la natalidad inspiraron al movimiento
de control de la población de los años 60 en las Naciones Unidas. Su
perspectiva es una muestra del bagaje ideológico que alienta la
globalización.
Mas recientemente, Robert Muller -creador de la Universidad por la Paz
de las Naciones Unidas en Costa Rica, plantea un Gobierno de la Tierra
creado a partir de una Conferencia Mundial convocando a la comunidad
corporativa mundial, al Fondo Monetario Internacional (FMI), al Banco
Mundial (BM) y similares organizaciones internacionales, que deja
totalmente de lado a los ciudadanos del planeta. Se espera, quizás
inocentemente, quizás no, que las corporaciones y agencias parcial o
totalmente responsables del calamitoso estado de la Tierra y de su gente
sean el poder detrás de un gobierno global, en favor del sistema de
libre mercado, pero que asegure el cuidado del planeta y el bienestar de
la humanidad. Algo así como poner al zorro a cargo del gallinero porque
obviamente el foco corporativo es siempre asegurar las ganancias de la
corporación. Muller describe la meta como la creación de “una democracia
real de los consumidores en una economía en manos del poder corporativo
y la riqueza.” Evidentemente y siendo que la gente común no está
invitada a participar, de lo que se trata es de crear un gobierno
corporativo fascista moderno.
Organismos internacionales y socios afines
Naturalmente, el proceso globalizador no emerge en el vacío ni
simplemente porque exista la tecnología que lo permita, sino en conexión
a las políticas antes mencionadas implementadas por organismos
internacionales como el FMI, el BM, Organización Mundial de Comercio y
similares. Estos organismos han gozado de mucho poder, tanto que sus
directivas (incluso siendo suicidas) se transforman en órdenes para los
países deudores. Las recientes crisis financieras europeas, resultado
del endeudamiento, del fraude, de la especulación y la manipulación de
tasas de interés, del robo y la cooptación y control de los gobiernos
por parte de la Banca Internacional, no son esencialmente diferentes de
aquellas de finales del siglo pasado que se le crearon al mundo pobre.
Tampoco son tan diferentes las soluciones que hoy se le imponen a Europa
de aquellos ajustes estructurales o medidas de choque que América
Latina fue obligada a aplicar durante su “década perdida.”
Para los más ricos las crisis financieras son oportunidades de adquirir
bienes a precios de bagatela, y de poner a países enteros de rodillas
esclavizando a su población. La Banca se asegura el pago de deudas
aunque estas sean ilegitimas y esencialmente impagables. Los países
periféricos que han sufrido esta suerte entienden el mecanismo. Méjico
victimizado en 1985 es hoy casi una “democracia fallida,” y no es por
casualidad que el hombre más rico del mundo es mejicano y enriquecido
gracias a la privatización de empresas públicas a precios de ganga.
Filipinas recibe el golpe dos veces en 1986 y luego en 1997 con otros
“tigres” Asiáticos (Tailandia, Indonesia, Corea del Sur). Entre 1998 y
el 2002 le toca a Argentina quedar en la ruina. En el caso de Méjico,
como en otros países periféricos, explica Harnecker, se funcionó como
una tijera: desde abajo intervenían la Organizaciones No-Gubernamentales
dan micro empréstitos y favorecen la micro empresa como forma de evitar
un levantamiento popular que podría terminar con el “esquema”
neoliberal, y por arriba el FMI y el BM implementaban “ajustes”
criminales contra la población con total despotismo.
Un resultado de la globalización ha sido la fragmentación del poder de
las naciones, lo que contribuye a aumentar el poder de las
corporaciones. El 2012 de entre las 100 mayores economías del mundo 41
eran corporaciones (Wal-Mart, Exxon Mobil, BP, Sinopic Group,
PetroChina, Stategrid, Toyota Motor, Japan Post Holdings, Chevron,
Total, Conoco Phillips, Volkswagen, AXA Group, Fannie Mae, General
Electric, ING Group, Bershire Hathaway, General Motors, Bank of America,
Samsung Electronics, ENI, Dalmier, Ford Motor, BNP Paribas, Alianz,
Hewett Packard, EON, AT&T, Nippon Telegraph and Telephones,
Carrefour, Assicurazioni Generali, Petrobras, Gazprom, JP Morgan Chase,
McKesson, GDF Suez, Citigroup, Hitachi, Verizon, Nestle, Credit
Agricole). Los beneficiados directos no son anónimos, sino que tienen
nombre y apellido y de entre ellos los diez más ricos son Carlos Slim
Helu, Bill Gates, Warren Buffet, Bernard Arnault, Larry Elison, Lakshmi
Mittal, Amancio Ortega, Eike Batista, Mukesh Ambani y Christy Walton,
quienes juntos suman 400 mil millones de dólares.
El futuro del mundo
Ulrich Beck entiende la globalización como una etapa transitoria
posterior a la sociedad industrial, una que vive la paradoja que él
bautiza “sociedad del riesgo” donde dejamos de contar con los elementos
protectores de la sociedad industrial --sea porque desaparecieron o
porque son incapaces de protegernos de los nuevos y crecientes riesgos
que la globalización implica. Beck entiende que es más que el repliegue o
fin del estado de bienestar, que aumenta la responsabilidad individual
de cada ciudadano, el proceso se complica con la creciente
individualización, con la revolución de género, con el subempleo y el
desempleo y con otros riesgos globales. La teoría de Beck se hace
popular porque emerge a meses del desastre de Chernobyl en 1986. Es una
teoría occidental, que coloca a occidente al centro, olvidando que a
pesar de la globalización el mundo está aún lejos de ser uno. China se
define viviendo la industrialización, no más allá de ella; y el resto
del mundo pobre no ha conocido nunca el estado de bienestar, que ha sido
un período corto incluso para Europa. Algunos argumentan que la
globalización no ha tenido capacidad de terminar con los estados porque
tiene raíces en algunos de ellos que son quienes la promueven.
La realidad destructora de las últimas crisis financieras, transformadas
en desfalco universal y gigantesco endeudamiento mundial, parecieran al
menos confirmar un futuro incierto. Pero acaso la globalización no sea
más que un espejismo temporal insostenible, uno que ha facilitado este
gran robo del siglo 21. Si entendemos que en EEUU hoy hay 104 plantas
nucleares produciendo energía y que igualmente se requieren 20 millones
de barriles diarios de petróleo para echar la maquinaria a andar,
comenzamos a visualizar la mayor limitación que la globalización
enfrenta: la imposibilidad de asegurar suministros de este tamaño al
mundo. Y sin embargo, estos son suministros necesarios para nutrir y
mantener el impulso globalizador andando.
Richard Heinberg, en su reporte del 2012 dice:
“Con los combustibles fósiles desapareciendo con rapidez, y el
suministro haciéndose cada vez más caro y problemático, las esperanzas
se han vuelto hacia las fuentes renovables… Desgraciadamente…la ganancia
de “energía neta” de todos los sistemas alternativos es de lejos
demasiado pequeña para empezar a sostener la sociedad industrial a sus
niveles actuales. Son noticias sombrías y exigen grandes y rápidos
ajustes de todas las partes…Hay caminos viables…el más importante y
urgente (es) la necesidad de un empuje de amplio espectro por la
conservación; es solo una cuestión de realismo, flexibilidad, dedicación
y algo más que un poco de humildad.”
Tenemos poco tiempo para transformar una infraestructura que funciona en
base a recursos de energía en vías de desaparición, debemos usar esos
recursos que aún existen para este cambio. Todo el transporte
–vehículos, aviones, barcos dependen casi exclusivamente del petróleo;
y, un mundo globalizado no funciona sin él, fundamentalmente no se
alimenta.
En su artículo, ¿Crisis terminal del capitalismo?, Leonardo Boff
advierte que “nos hemos saltado los límites de la Tierra” y que como
predijera Marx hemos llegado al punto en el que el capital termina con
sus dos fuentes fundamentales de riqueza, la naturaleza y el trabajo. Es
obvio que la naturaleza está estresada y que el trabajo está
precarizado o que se nos presenta como prescindible. Enfrentamos,
explica, tres desenganches fundamentales que son fatales al sistema
vigente: el capitalismo mismo desenganchado de la economía real (a la
que las finanzas atacan y destruyen), la economía desenganchada de la
sociedad misma (a la que ya no sirve sino que esclaviza) y la sociedad
desenganchada de la naturaleza que la nutre (que esta estresada y
llegando a su límite).
Fundamentalmente, Heinberg y Boff nos plantean que nuestro estilo de
vida está terminado, que es insostenible, que es necesario desarrollar
otro tipo de economía y sociedad. Heinberg argumenta claramente en
favor de una economía de estado estacionario, una que no se base en el
continuo crecimiento. Hay un consumo óptimo de energía por persona y por
año, dice, que nos permitiría desarrollarnos y está entre los 50 y los
100 GJ, pero en EEUU se consumen 325 GJ aunque por hacerlo nadie sea más
feliz. Hay que tomar medidas mientras nos quedan energías fósiles para
implementar los cambios necesarios. Y las medidas son, como nos
imaginamos, totalmente opuestas a lo que entendemos por globalización.
Se trata de un cambio sistémico obligatorio, uno que ha de obligarnos a
repoblar el campo, a desarrollar sociedades sostenibles, a funcionar
localmente y dejar de invertir en sistemas económicos (globalizados) de
despilfarro que externalizan los costos reales de energía que deberían
reflejar en cambio la realidad. No tenemos más opción que favorecer la
eficiencia, la conservación energética y estándares de suficiencia
económica que reflejen el bienestar de los seres humanos –en lugar de
medir el Producto Interno Bruto. Sin duda estos son argumentos reales y
urgentes que desafían al espejismo de la globalización. Sin embargo no
soy idílica, y veo y me preocupa la colusión actual entre especuladores
financieros, poderes políticos y prensa. Hay una urgentísima necesidad
de democratización. Alcanzar los cambios necesarios se presenta como un
imposible dentro de la presente jerarquía de poder, se trata de una
revolución del pensamiento y de la práctica diaria. Y no tenemos tiempo
que perder.
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