La Revolución no es un fantasma
Esa no fue una reunión como cualquier otra en la que se pierde el tiempo. Jóvenes latinoamericanos o como les gusta llamarse ellos mismos: cubanos nacidos en otras tierras, llegaron al Aula Magna de la escuela camagüeyana Álvaro Morell para conocer a adolescentes de aquí y hablar sobre realidades muchas veces silenciadas, otras manipuladas.
Ellos tenían experiencias que a los más chicos de la Isla apenas les llegan por la televisión y con algunos cuentos de padres o amigos que han viajado. Vinieron a estudiar a las universidades de Camagüey, a realizar el sueño de ser profesional que en su país se les niega porque el sistema los priva de derechos inalienables al ser humano sólo porque no tienen dinero para acceder a ellos.
No siempre la prensa cubana sabe reflejar nuestras conquistas o logra un equilibrio creíble entre estas y los errores que cometemos; entre el socialismo y el capitalismo. Pero las verdades llegan mejor a la conciencia cuando pasan antes por el corazón.
Luego de que una estudiante cubana respondiera la simple pregunta sobre cuál es la rutina de un adolescente en Cuba. Vinieron las historias como la de Cecilia Carrillo que tuvo la vivencia de estar en una universidad de su país, El Salvador, antes de venir a Cuba. Allá debía levantarse cada día a las 4 de la mañana para viajar una hora y media hasta la escuela.
Estudiaba toda una jornada sin tener el alimento garantizado y a veces debía decidir entre pagar la fotocopia de un libro único en la biblioteca o comprar algo para merendar. La insostenible carga hacía abandonar a muchos y en sólo un mes el aula de cien alumnos se reducía a 30.
“Me maravilló ver como aquí tienen garantizada la beca, los libros en el almacén de la escuela y las comidas del día sin que tengan que pagar por ello”-dijo.
Catalina Maldonado está orgullosa de la raíz indígena dibujada en su rostro. Aun así reconoce como en su propia tierra, Chile, no puede estudiar Medicina porque hasta en la escuela Estatal le costaría 600 dólares mensuales durante 7 años, sin contar el precio de un libro que asciende a 200 dólares, para un salario mínimo de 360.
Esa es la realidad que impulsó a miles de estudiantes a las calles de Chile para demandar una educación gratuita y de calidad como era antes de la privatización impuesta desde 1973 con la dictadura de Pinochet.
A pesar de la juventud del auditorio compuesto por adolescentes de quince a diecisiete años, el debate no dejó de ser profundo. Ni siquiera a ellos escapa que en Cuba el salario de sus padres no alcanza. Pero también entienden que no pueden creer en el argumento trastocado que reproducen muchos medios occidentales de que un profesional cubano gana como promedio solo 20 dólares al mes. Es verdad que es insuficiente para satisfacer muchas necesidades pero en esa cuenta no entra el costo de la educación ni la salud de sus hijos.
Catalina, la muchacha chilena, desentrañó de las palabras del resto un detalle que por pequeño no deja de tener un enorme sentido. Muchos habían repitido frases como: Gracias a la Revolución...la Revolución nos dio esto o aquello, sin embargo: “la Revolución no es un fantasma y a veces hablamos de ella como si fuera algo alejado a nosotros.”
La Revolución fueron nuestros abuelos, nuestros padres, somos nosotros mismos viviendo el día a día en un aula, en una fábrica, en el campo, esforzándonos por sacar al país adelante. Debemos saber que nadie nos regala nada, que nuestros derechos y garantías no provienen de subsidios, sino de nuestro propio sudor; de lo contrario, sufriríamos de una inercia fatal que haría reversible todo lo conquistado.
También caemos en el error recurrente de creer que la Revolución solo es aquello que ocurrió hace medio siglo cuando unos barbudos tomaron las armas. El pensamiento crítico puede ser también revolucionario. “Pero hay que saber criticar y sobre todo hacerlo con el deseo de mejorar las cosas”. La Revolución del pensamiento es muy importante, hay que desterrar prejuicios y esquematismos que aun persisten. Nadie debe temer a las ideas aunque estas sean osadas, diferentes, siempre que nos hagan más libre, más justos.
A Marcos Martínez, el flaco uruguayo que unos días se va a Haití en una brigada de médicos latinoamericanos graduados en Cuba, le hace feliz la oportunidad de ser útil a los pobres de este mundo, de ejercer la profesión soñada sin cobrar un centavo por ello.
La tarde cerró con un canto de varias voces que se hicieron una.“Todo por Cuba” fue el tema interpretado por Miguel Rimba, el boliviano que se trajo su guitarra porque esa es su mejor forma de decir: “En tus manos está la esperanza de otros niños/ la libertad de amar y amar el mismo cielo/ la voluntad de conquistar un mismo sueño/ juntos, unidos, todos por Cuba.”
Un derecho humano es intrínseco al hombre o a la mujer solo por su condición de pertenecer a esta especie. Y no se qué opinan ustedes pero el derecho a obtener educación es algo que, a pesar de la parafernalia neoliberal, debe ser innegable.
Ellos tenían experiencias que a los más chicos de la Isla apenas les llegan por la televisión y con algunos cuentos de padres o amigos que han viajado. Vinieron a estudiar a las universidades de Camagüey, a realizar el sueño de ser profesional que en su país se les niega porque el sistema los priva de derechos inalienables al ser humano sólo porque no tienen dinero para acceder a ellos.
No siempre la prensa cubana sabe reflejar nuestras conquistas o logra un equilibrio creíble entre estas y los errores que cometemos; entre el socialismo y el capitalismo. Pero las verdades llegan mejor a la conciencia cuando pasan antes por el corazón.
Luego de que una estudiante cubana respondiera la simple pregunta sobre cuál es la rutina de un adolescente en Cuba. Vinieron las historias como la de Cecilia Carrillo que tuvo la vivencia de estar en una universidad de su país, El Salvador, antes de venir a Cuba. Allá debía levantarse cada día a las 4 de la mañana para viajar una hora y media hasta la escuela.
Estudiaba toda una jornada sin tener el alimento garantizado y a veces debía decidir entre pagar la fotocopia de un libro único en la biblioteca o comprar algo para merendar. La insostenible carga hacía abandonar a muchos y en sólo un mes el aula de cien alumnos se reducía a 30.
“Me maravilló ver como aquí tienen garantizada la beca, los libros en el almacén de la escuela y las comidas del día sin que tengan que pagar por ello”-dijo.
Catalina Maldonado está orgullosa de la raíz indígena dibujada en su rostro. Aun así reconoce como en su propia tierra, Chile, no puede estudiar Medicina porque hasta en la escuela Estatal le costaría 600 dólares mensuales durante 7 años, sin contar el precio de un libro que asciende a 200 dólares, para un salario mínimo de 360.
Esa es la realidad que impulsó a miles de estudiantes a las calles de Chile para demandar una educación gratuita y de calidad como era antes de la privatización impuesta desde 1973 con la dictadura de Pinochet.
A pesar de la juventud del auditorio compuesto por adolescentes de quince a diecisiete años, el debate no dejó de ser profundo. Ni siquiera a ellos escapa que en Cuba el salario de sus padres no alcanza. Pero también entienden que no pueden creer en el argumento trastocado que reproducen muchos medios occidentales de que un profesional cubano gana como promedio solo 20 dólares al mes. Es verdad que es insuficiente para satisfacer muchas necesidades pero en esa cuenta no entra el costo de la educación ni la salud de sus hijos.
Catalina, la muchacha chilena, desentrañó de las palabras del resto un detalle que por pequeño no deja de tener un enorme sentido. Muchos habían repitido frases como: Gracias a la Revolución...la Revolución nos dio esto o aquello, sin embargo: “la Revolución no es un fantasma y a veces hablamos de ella como si fuera algo alejado a nosotros.”
La Revolución fueron nuestros abuelos, nuestros padres, somos nosotros mismos viviendo el día a día en un aula, en una fábrica, en el campo, esforzándonos por sacar al país adelante. Debemos saber que nadie nos regala nada, que nuestros derechos y garantías no provienen de subsidios, sino de nuestro propio sudor; de lo contrario, sufriríamos de una inercia fatal que haría reversible todo lo conquistado.
También caemos en el error recurrente de creer que la Revolución solo es aquello que ocurrió hace medio siglo cuando unos barbudos tomaron las armas. El pensamiento crítico puede ser también revolucionario. “Pero hay que saber criticar y sobre todo hacerlo con el deseo de mejorar las cosas”. La Revolución del pensamiento es muy importante, hay que desterrar prejuicios y esquematismos que aun persisten. Nadie debe temer a las ideas aunque estas sean osadas, diferentes, siempre que nos hagan más libre, más justos.
A Marcos Martínez, el flaco uruguayo que unos días se va a Haití en una brigada de médicos latinoamericanos graduados en Cuba, le hace feliz la oportunidad de ser útil a los pobres de este mundo, de ejercer la profesión soñada sin cobrar un centavo por ello.
La tarde cerró con un canto de varias voces que se hicieron una.“Todo por Cuba” fue el tema interpretado por Miguel Rimba, el boliviano que se trajo su guitarra porque esa es su mejor forma de decir: “En tus manos está la esperanza de otros niños/ la libertad de amar y amar el mismo cielo/ la voluntad de conquistar un mismo sueño/ juntos, unidos, todos por Cuba.”
Un derecho humano es intrínseco al hombre o a la mujer solo por su condición de pertenecer a esta especie. Y no se qué opinan ustedes pero el derecho a obtener educación es algo que, a pesar de la parafernalia neoliberal, debe ser innegable.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario