Los indignados,
los ocupas y los de la primavera árabe no se remiten al clásico discurso de las
izquierdas, ni siquiera a los sueños de las distintas ediciones del Foro Social
Mundial. Nos encontramos en otro tiempo y ha surgido una nueva
sensibilidad.
Leonardo Boff / Servicios
Koinonia
En una de las mesas más
importantes de debates en el Foro Social Temático de Porto Alegre, en la tuve la
oportunidad de participar, pude escuchar los testimonios vivos de los Indignados
de España, de Londres, de Egipto y de Estados Unidos. Lo que me dejó muy
impresionado fue la seriedad de los discursos, lejos del tono anárquico de los
años 60 del siglo pasado con sus muchas «parole». El tema central era
«democracia ya». Se reivindicaba otra democracia, bien diferente de esta a la
que estamos acostumbrados, que es más farsa que realidad. Quieren otra
democracia que se construya a partir de la calle, de las plazas, el lugar del
poder originario. Una democracia desde abajo, articulada orgánicamente con el
pueblo, transparente en sus procedimientos y no corroída nunca más por la
corrupción. Esta democracia, de entrada, se caracteriza por vincular justicia
social con justicia ecológica.
Curiosamente, los indignados, los
ocupas y los de la primavera árabe no se remiten al clásico discurso de las
izquierdas, ni siquiera a los sueños de las distintas ediciones del Foro Social
Mundial. Nos encontramos en otro tiempo y ha surgido una nueva sensibilidad. Se
postula otro modo de ser ciudadano, incluyendo poderosamente a las mujeres antes
invisibilizadas, ciudadanos con derechos, con participación, con relaciones
horizontales y transversales facilitadas por las redes sociales, por el móvil,
por el twitter y por los facebooks. Nos encontramos ante una verdadera
revolución.
Antes las relaciones se
organizaban de forma vertical, de arriba abajo. Ahora lo hacen de forma
horizontal, hacia los lados, en la inmediatez de la comunicación a la velocidad
de la luz. Este modo representa el tiempo nuevo que estamos viviendo, el de la
información, del descubrimiento del valor de la subjetividad, no aquella de la
modernidad, encapsulada en sí misma, sino la de la subjetividad relacional, la
de la emergencia de una conciencia de especie que se descubre dentro de una
misma y única Casa Común, que amenaza ruina a causa del excesivo pillaje
practicado por nuestro sistema de producción y de
consumo.
Esta sensibilidad no tolera ya más
los métodos del sistema para superar la crisis económica y derivadas, saneando
los bancos con el dinero de los ciudadanos, imponiendo una severa austeridad
fiscal, el desmantelamiento de la seguridad social, el abaratamiento del empleo,
el recorte de las inversiones, suponiendo ilusamente que de esta forma se
reconquista la confianza de los mercados y se reanima la economía. Tal
concepción se ha vuelto dogma y en muchas partes se oye la estúpida muletilla
\"TINA: there is no alternative”, no hay
alternativa. Los sacrílegos sumos sacerdotes de la trinidad nada santa formada
por el FMI, la Unión Europea y el Banco Central europeo han dado un golpe
financiero en Grecia e Italia, y han impuesto allí a sus acólitos como gestores
de la crisis, sin pasar por el rito democrático. Todo es visto y decidido desde
la óptica exclusiva de lo económico, rebajando lo social y aumentando el
sufrimiento colectivo innecesario, la desesperación de las familias y la
indignación de los jóvenes porque no consiguen trabajo. Todo esto puede
desembocar en una crisis de consecuencias dramáticas
.
Paul Krugmann, premio Nobel de
economía, pasó unos días en Islandia para estudiar la forma como ese pequeño
país ártico salió de su crisis avasalladora. Siguieron el camino correcto que
otros también deberían haber seguido: dejaron quebrar a los bancos, pusieron en
prisión a los banqueros y especuladores que practicaron desfalcos, reescribieron
la constitución, garantizaron la seguridad social para evitar el colapso
generalizado y consiguieron crear empleo. Consecuencia: el país salió del
atolladero y es uno de los países nórdicos que más crece. El camino islandés ha
sido silenciado por los medios de comunicación de masas mundiales por temor a
que sirva de ejemplo a los demás países. Y así el carruaje, con medidas
equivocadas pero coherentes, corre veloz hacia el
precipicio.
Contra este curso previsible se
oponen los Indignados. Quieren otro mundo más amigo de la vida y respetuoso de
la naturaleza. Tal vez Islandia les servirá de inspiración. ¿Hacia dónde irán?
Quién sabe. Seguramente no en la dirección de los modelos del pasado, ya
agotados. Irán en dirección de aquello que decía Paulo Freire de lo «inédito
viable» que nacerá de ese nuevo imaginario y que se expresa, sin violencia,
dentro de un espíritu democrático-participativo. En cualquier caso, el mundo ya
nunca será como antes, y mucho menos como a los capitalistas les gustaría que
fuese
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