Es un año más de insomnio y
pesadilla para el 99 por ciento en Estados Unidos. Pero a veces las pesadillas
provocan gritos y despiertan la demanda de
soñar.
David Brooks / LA
JORNADA
El sueño americano –tanto
su mito como su realidad– ha sido anulado aquí y sólo los ricos pueden dormir.
Esto no es simbólico; de hecho, está al centro de todo el debate político y
social de Estados Unidos. La promesa de este país fue que todos, sin importar
dónde y cómo nacieron, en la pobreza o en una mansión, si en este u otro país,
de una raza u otra, tenían a su alcance la oportunidad de mejorar sus
condiciones de vida para que fueran superiores a las de la generación
anterior.
Claro que en su forma más
simplista –cualquiera podría llegar a ser presidente o millonario si se portaba
bien, estudiaba mucho y trabajaba más– siempre fue un mito, como también eso de
que ésta era una sociedad sin clases económicas. Pero en cierto grado, por ser
la economía más rica del mundo, con una serie de conquistas logradas por
movimientos sociales (derechos y normas laborales, derechos civiles, educación
pública, seguro social, etcétera), Estados Unidos sí ofreció elementos de ese
sueño, y durante décadas cada generación gozó de mejores condiciones que
su antecesora. Hasta que ya no.
El sueño aquí fue cancelado
con las mismas políticas neoliberales aplicadas a países del “tercer mundo”,
ahora implementadas en el “primer mundo”. Los resultados, en el contexto de cada
país, son los mismos: desmantelamiento del estado de bienestar, privatización de
funciones públicas (incluidas las guerras), ataque frontal para destruir
organizaciones sociales, sobre todo sindicatos, intentos por revertir conquistas
sociales (derechos laborales, de mujeres, de minorías, de educación, etcétera),
mayor represión (este país ha enjaulado a más de 2 millones de sus habitantes
–más que cualquier otro en el mundo– en sus prisiones), y concentración extrema
de la riqueza.
Durante los últimos meses se ha
documentado tanto el fin de ese sueño como las pesadillas que lo han
sustituido. Entre éstas: uno de cada dos estadunidenses está en la pobreza o al
borde de ésta; dos tercios del caudal neto de los latinos y la mitad del de los
afroestadunidenses se esfumó al perder su posesión más valiosa: sus casas, en la
crisis hipotecaria; la desigualdad económica ha llegado a extremos sin
precedente desde la gran depresión; el ingreso promedio de los trabajadores se
ha estancado durante más de tres décadas; uno de cada siete hogares
estadunidenses padece o enfrenta la amenaza del hambre (el nivel más alto jamás
registrado).
Más recientemente se detectó algo
que anula en lo fundamental el sueño americano. La educación siempre ha
sido considerada el factor clave en promover la igualdad de oportunidades en una
sociedad, en particular en Estados Unidos. Pero recientes y amplias
investigaciones descubrieron que la brecha educativa entre estudiantes de
familias ricas y pobres se ha ampliado de manera significativa. En una se
registró que la distancia en calificaciones de exámenes estandarizados entre los
estudiantes prósperos y los de bajos ingresos se amplió 40 por ciento desde los
años sesenta hasta ahora. En otra, la brecha entre pobres y ricos que completan
sus estudios universitarios se amplió 50 por ciento desde finales de los
ochenta, reporta el New York Times. La conclusión es que el ingreso
familiar ahora determina más que nunca el “éxito” de un joven en el ámbito de la
educación.
Anteriormente se reportó otra
investigación de expertos que reveló que Estados Unidos se distingue entre los
países avanzados por ser donde hay menos “movilidad social”, o sea, donde más se
hereda la posición socioeconómica de sus ciudadanos. Eso contradice toda la
esencia del llamado sueño americano, y confirma que hoy es casi todo mito
y poca realidad.
De hecho, para los varones con
preparatoria o menos –los que antes lograban obtener vidas de clase media con
buenos empleos manufactureros, o sea, participar en el sueño– las cosas
van de mal en peor: los salarios se han desplomado 23 por ciento desde 1973, y
mientras 65 por ciento de ellos en 1980 tenían seguro de salud como prestación
de su empleo, en 2009 sólo 29 por ciento gozaban de él, reportó el economista
premio Nobel Paul Krugman.
Hasta los multimillonarios más
honestos confiesan que algo está muy mal entre lo que debería ser y lo que
existe en este país. “La marea alta eleva a todos los barcos”, decía el refrán,
recuerda el segundo hombre más rico de Estados Unidos, Warren Buffett, en una
entrevista para la cadena de televisión CBS. Pero lo que ha ocurrido es que “esa
marea alta sólo ha elevado a los yates”, dijo, y agregó que “los muy ricos de
este país no han sacrificado ni una onza” para mejorar las condiciones
económicas de todos los habitantes del país. El financiero George Soros
recientemente alertó, en entrevista con Newsweek, que “estamos
enfrentando un tiempo extremadamente difícil, comparable en muchas maneras a los
treintas, la gran depresión”, y que con ello pueden surgir “mayores conflictos
de clase, disturbios en las calles y, con ello, mayor represión estatal, mucho
en torno a la desigualdad económica”.
De hecho, en encuestas recientes
del Centro de Investigación Pew, el conflicto de clases se agrava: 66 por ciento
(dos de cada tres) creen que existen conflictos fuertes o muy fuertes entre la
élite y los empobrecidos en Estados Unidos.
Hace unas semanas, otro
multimillonario, Richard Branson (Virgin Airways, Virgin Records y otras
empresas), opinó que el movimiento Ocupa Wall Street debería ser “un muy
necesario despertador” para los empresarios ricos. En entrevista con The New
Yorker, Branson estimó que Ocupa es “un movimiento admirable, un movimiento
pacífico. La única cosa que no ha sido pacífica es la manera en que la policía
en algunos estados lo ha enfrentado, lo cual creo que está absolutamente
mal”.
El grito de Ocupa Wall Street, de
que el 99 por ciento padece el secuestro del sueño americano por el 1 por
ciento, logró enmarcar el contexto básico en el cual se realizan las elecciones
nacionales este año en Estados Unidos.
Es un año más de insomnio y
pesadilla para el 99 por ciento en Estados Unidos. Pero a veces las pesadillas
provocan gritos y despiertan la demanda de soñar
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