Carta de René González a su hermano Roberto
Mi Brother de toda la vida:
Nunca
pensé tener que escribirte esta carta. Compartimos el mismo desapego
por el intercambio epistolar, cosa de sobra demostrada durante nuestras
respectivas misiones internacionalistas o –más conclusivamente- en la
experiencia única de los últimos veinte años. En otras palabras, solo
condiciones extraordinarias como las actuales me harían escribirla.
Si
las condiciones fueran ordinarias estas cosas debería de estártelas
diciendo personalmente, y muchas ni siquiera te las tendría que decir.
Debería de ser suficiente para ti con esa lucha a brazo partido contra
una enfermedad que busca devorarte, pero ha de añadirse a ella el
enfrentamiento a una dolencia humana mucho más letal: el odio.
El odio que no me permite retribuirte todos tus esfuerzos con ese merecido abrazo que quisiéramos darte los Cinco.
El odio que no me deja unir mi risa a cada una de las ocurrencias que brotan de tu inmenso coraje.
El
odio que me obliga a adivinar por la fuerza de tu aliento, a través
del teléfono, el accidentado desplazamiento de las líneas del frente en
esta batalla que libras.
El odio que me impone
la angustia de no poder acompañar en tu cuidado a todos los que te
quieren; y que me impide estar ahí para apoyar a Sary y a los
muchachos.
El odio que me niega el presenciar
cómo se crecen nuestros sobrinos, que se han hecho hombres y mujeres en
estos años. ¡Qué orgulloso te puedes sentir de tus hijos!
El
odio que no me permite simplemente abrazar a mi hermano. Que me obliga
a seguir desde un absurdo y distante enclaustramiento un proceso del
que debería ser parte, como cualquier otra persona que ha cumplido una
sentencia de encarcelamiento, de por sí suficientemente larga, dictada
precisamente por el odio; pero aún para él insuficiente.
¿Qué
hacer ante tanto odio? Supongo que lo que hemos hecho siempre: Amar la
vida y luchar por ella, tanto la nuestra como la de los demás.
Enfrentar todos los obstáculos con una sonrisa en los labios, con la
broma oportuna, con ese optimismo que nos inculcaron desde la infancia.
Echar pa´lante, guapear, no rendirnos nunca; siempre juntos y bien
cerca, por más que se empeñen en separarme de mis afectos para
castigarnos con ello a todos.
Hoy me vienen a
la mente aquellos hermosos días de tus tiempos de atleta. Tú en la
piscina y nosotros en las gradas, gritando tu nombre mientras tú
braceabas, y el sonido de nuestras voces que te llegaba intermitente
cada vez que asomabas la cabeza para respirar. Luego nos contabas cómo a
veces escuchabas tu nombre entero, a veces el principio y a veces el
final. Entonces nos entrenamos para esperar a que sacaras la cabeza del
agua y en ese preciso momento todos, al unísono, gritábamos tu nombre.
No podías vernos, pero el clamor de nuestra presencia llegaba a ti y
sabías que estábamos contigo aunque no pudiéramos intervenir
directamente en la lidia que se desarrollaba en la piscina.
Hoy
la historia se repite. Mientras te enfrentas con todas tus fuerzas a
este reto te sigo animando, ahora sumado a la familia que entonces no
habías construido. Aunque no puedes verme sabes que estoy ahí, junto a
los tuyos que son los míos. Sabes que este hermano, desde su insólito
destierro, desde la angustia de la separación forzada, en las
condiciones de libertad supervisada más absurdas, desde la dignidad de
su condición de patriota cubano como lo eres tú y desde el cariño
sembrado por la sangre y las vivencias que nos unen, está y estará
siempre contigo. Cada vez que asomes la cabeza podrás sentir mi clamor
junto al de mis sobrinos.
¡¡Respira brother, respira!!
Te quiere tu hermano,
René
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