Por Jesús Arboleya Cervera
El 2011 terminó con la derrota del intento de la ultraderecha cubanoamericana de limitar los viajes a Cuba.
En ello influyó la reacción de la propia comunidad a la propuesta, el rechazo bastante generalizado de la opinión pública estadounidense y la posición del gobierno, más firme que otras veces, anunciando que el presidente vetaría la ley del presupuesto si incluía una enmienda de esta naturaleza. Ante el peligro que esto impidiera la aprobación de una ley de importancia capital para el país, el liderazgo republicano optó por eliminarla y, como premio de consuelo, también retiró una propuesta de signo contrario, destinada a facilitar el comercio con Cuba.
En el lado demócrata, aunque los representantes votaron mayoritariamente a favor de la enmienda contra los viajes a Cuba, sus colegas del senado presionaron por excluirla, por lo que es fácil concluir que se trató de un diferendo que traspasó las filiaciones partidistas, reflejando la complejidad del tema cubano para la política norteamericana. Vale entonces que analicemos este equilibrio de fuerzas y las tendencias que intervienen en el mismo y así tener una idea de lo que puede ocurrir en el año que recién comienza.
Está demostrado que el voto cubanoamericano no es decisivo para ganar el estado de La Florida, ni siquiera el condado Miami-Dade, e incluso la cohesión de este electorado alrededor de la agenda de la extrema derecha cada día resulta más frágil. Tampoco las contribuciones del lobby cubanoamericano, por bienvenidas que sean, determinan el futuro de los políticos norteamericanos. Por tanto, mirado históricamente, la fuerza de la extrema derecha cubanoamericana no ha radicado en su poder real, sino en potenciar la política en curso, particularmente durante los gobiernos de Ronald Reagan y George W. Bush; en su vínculo con otros sectores políticos de la Unión y, durante una etapa, en la ausencia de contrapartes interesadas en un cambio de la política hacia Cuba.
El gobierno de Barack Obama transformó el primero de los presupuestos, toda vez que, a pesar de sus limitaciones e inconsistencias, su política hacia Cuba confronta con los intereses básicos de la extrema derecha cubanoamericana y la ubica entre sus más fervientes opositores. En ello también influyen razones ideológicas e intereses políticos domésticos, que tradicionalmente han acercado a estos grupos a los sectores más conservadores del Partido Republicano, particularmente aquellos que abogan por una política muy agresiva hacia América Latina.
A estos sectores republicanos la extrema derecha cubanoamericana aporta el control de la política local en el sur de la Florida, vínculos con la oligarquía latinoamericana y un intenso activismo político alrededor del tema cubano, que se expresa fundamentalmente en las campañas electorales y el funcionamiento del congreso.
Quizás uno de los déficits más significativos de la política de Obama, no solo referido al caso de Cuba, sino respecto a sus propios intereses domésticos, ha sido no enfrentar con mayor determinación esta maquinaria política cubanoamericana, la cual, paradójicamente, en buena medida se alimenta de los aportes del gobierno a los planes contra Cuba, por lo que cada dólar que les entrega es una soga para su propio pescuezo.
Una de las razones que pudiera explicar este contrasentido, es que dentro de los demócratas también se mueven fuerzas contra Cuba, las cuales se benefician de la extrema derecha cubanoamericana para impulsar sus propias políticas, como es el caso del importante lobby judío. Está claro que cuando hablamos del lobby judío no hablamos de toda la comunidad judía, aunque buena parte de ella actúa bajo el influjo de esta poderosa maquinaria, capaz de ejercer una influencia transversal en todo el país, abarcando desde liberales hasta neoconservadores.
Para el lobby judío la principal prioridad no es Cuba, pero los conflictos del gobierno cubano con Israel han determinado la hostilidad hacia la Isla de la política sionista en todo el mundo.
Prueba de ello es que, junto con Estados Unidos, Israel es el único país que vota consistentemente contra las condenas al bloqueo aprobadas por la ONU.
Los intereses de la extrema derecha cubanoamericana entroncan perfectamente con esta política, lo cual tiene además ramificaciones en el estado de La Florida, donde el electorado judío es uno de los más importantes del país. Políticos como Ileana Ros-Lethinen han hecho sus carreras basándose en esta alianza y la propia Fundación Nacional Cubano Americana surgió con el asesoramiento directo del lobby judío, que encontró en estos grupos una forma barata de ampliar el rango de su acción política respecto al caso cubano.
Este cuadro nos permite comprender las fuerzas que se oponen a un cambio de la política hacia Cuba.
No obstante, contrario a lo que sucedía hace algunos años, cuando apenas existían contrapartes a la derecha cubanoamericana, hoy día otras fuerzas nada despreciables empujan en sentido contrario.
Desde hace años, el lobby a favor de modificar la política y ampliar las relaciones económicas con Cuba no está concentrado solo en la izquierda o los sectores más liberales del Partido Demócrata, sino en grupos económicos de fuerte afiliación conservadora republicana, como el sector agroalimentario, especialmente interesado en el comercio con la Isla.
Durante la administración de George W. Bush, la influencia de esta tendencia se vio limitada por la amenaza del veto presidencial, afectando una alianza que podía repercutir en otros intereses, como los subsidios a la agricultura, principal prioridad de este sector en sus relaciones con el gobierno.
Con el ascenso al poder de Barack Obama desapareció la amenaza del veto, potenciando la actividad de este grupo respecto al caso cubano, al que se suman otros intereses, particularmente dentro del sector petrolero, dadas las expectativas que ofrecen las exploraciones en Cuba.
Algunos analistas afirman que Cuba no es una prioridad de la política norteamericana y ello determina su inercia.
Pero la causa pudiera ser lo contrario, ya que en verdad el problema cubano transita por múltiples coordenadas de la vida política de ese país; el asunto aparece cuando se tratan los asuntos más diversos; por él se interesan los grupos más importantes de la política nacional y, desde el bloqueo hasta la política migratoria, existe un tratamiento excepcional para el caso cubano, cuya eficacia está puesta en duda. Es cierto que la mayoría de los grupos de poder involucrados hasta ahora en este debate, cualquiera sea su signo, preferirían transformaciones radicales en Cuba y que el país se ubique nuevamente en la órbita norteamericana.
Pero solo para la extrema derecha cubanoamericana alentar tal desenlace constituye una precondición existencial. En ello radica, tanto la excepcionalidad de su caso, como la posibilidad de que se imponga, en algún momento, la tendencia que favorece formas de coexistencia que modifiquen la política actual.
Quizá el 2012, otra vez por culpa de las elecciones, no sea el momento adecuado para ello y continúe imponiéndose la inercia. El resultado será que la política norteamericana hacia Cuba continuará poniéndose más vieja y no se cumplan los deseos de muchos para el nuevo año.
El 2011 terminó con la derrota del intento de la ultraderecha cubanoamericana de limitar los viajes a Cuba.
En ello influyó la reacción de la propia comunidad a la propuesta, el rechazo bastante generalizado de la opinión pública estadounidense y la posición del gobierno, más firme que otras veces, anunciando que el presidente vetaría la ley del presupuesto si incluía una enmienda de esta naturaleza. Ante el peligro que esto impidiera la aprobación de una ley de importancia capital para el país, el liderazgo republicano optó por eliminarla y, como premio de consuelo, también retiró una propuesta de signo contrario, destinada a facilitar el comercio con Cuba.
En el lado demócrata, aunque los representantes votaron mayoritariamente a favor de la enmienda contra los viajes a Cuba, sus colegas del senado presionaron por excluirla, por lo que es fácil concluir que se trató de un diferendo que traspasó las filiaciones partidistas, reflejando la complejidad del tema cubano para la política norteamericana. Vale entonces que analicemos este equilibrio de fuerzas y las tendencias que intervienen en el mismo y así tener una idea de lo que puede ocurrir en el año que recién comienza.
Está demostrado que el voto cubanoamericano no es decisivo para ganar el estado de La Florida, ni siquiera el condado Miami-Dade, e incluso la cohesión de este electorado alrededor de la agenda de la extrema derecha cada día resulta más frágil. Tampoco las contribuciones del lobby cubanoamericano, por bienvenidas que sean, determinan el futuro de los políticos norteamericanos. Por tanto, mirado históricamente, la fuerza de la extrema derecha cubanoamericana no ha radicado en su poder real, sino en potenciar la política en curso, particularmente durante los gobiernos de Ronald Reagan y George W. Bush; en su vínculo con otros sectores políticos de la Unión y, durante una etapa, en la ausencia de contrapartes interesadas en un cambio de la política hacia Cuba.
El gobierno de Barack Obama transformó el primero de los presupuestos, toda vez que, a pesar de sus limitaciones e inconsistencias, su política hacia Cuba confronta con los intereses básicos de la extrema derecha cubanoamericana y la ubica entre sus más fervientes opositores. En ello también influyen razones ideológicas e intereses políticos domésticos, que tradicionalmente han acercado a estos grupos a los sectores más conservadores del Partido Republicano, particularmente aquellos que abogan por una política muy agresiva hacia América Latina.
A estos sectores republicanos la extrema derecha cubanoamericana aporta el control de la política local en el sur de la Florida, vínculos con la oligarquía latinoamericana y un intenso activismo político alrededor del tema cubano, que se expresa fundamentalmente en las campañas electorales y el funcionamiento del congreso.
Quizás uno de los déficits más significativos de la política de Obama, no solo referido al caso de Cuba, sino respecto a sus propios intereses domésticos, ha sido no enfrentar con mayor determinación esta maquinaria política cubanoamericana, la cual, paradójicamente, en buena medida se alimenta de los aportes del gobierno a los planes contra Cuba, por lo que cada dólar que les entrega es una soga para su propio pescuezo.
Una de las razones que pudiera explicar este contrasentido, es que dentro de los demócratas también se mueven fuerzas contra Cuba, las cuales se benefician de la extrema derecha cubanoamericana para impulsar sus propias políticas, como es el caso del importante lobby judío. Está claro que cuando hablamos del lobby judío no hablamos de toda la comunidad judía, aunque buena parte de ella actúa bajo el influjo de esta poderosa maquinaria, capaz de ejercer una influencia transversal en todo el país, abarcando desde liberales hasta neoconservadores.
Para el lobby judío la principal prioridad no es Cuba, pero los conflictos del gobierno cubano con Israel han determinado la hostilidad hacia la Isla de la política sionista en todo el mundo.
Prueba de ello es que, junto con Estados Unidos, Israel es el único país que vota consistentemente contra las condenas al bloqueo aprobadas por la ONU.
Los intereses de la extrema derecha cubanoamericana entroncan perfectamente con esta política, lo cual tiene además ramificaciones en el estado de La Florida, donde el electorado judío es uno de los más importantes del país. Políticos como Ileana Ros-Lethinen han hecho sus carreras basándose en esta alianza y la propia Fundación Nacional Cubano Americana surgió con el asesoramiento directo del lobby judío, que encontró en estos grupos una forma barata de ampliar el rango de su acción política respecto al caso cubano.
Este cuadro nos permite comprender las fuerzas que se oponen a un cambio de la política hacia Cuba.
No obstante, contrario a lo que sucedía hace algunos años, cuando apenas existían contrapartes a la derecha cubanoamericana, hoy día otras fuerzas nada despreciables empujan en sentido contrario.
Desde hace años, el lobby a favor de modificar la política y ampliar las relaciones económicas con Cuba no está concentrado solo en la izquierda o los sectores más liberales del Partido Demócrata, sino en grupos económicos de fuerte afiliación conservadora republicana, como el sector agroalimentario, especialmente interesado en el comercio con la Isla.
Durante la administración de George W. Bush, la influencia de esta tendencia se vio limitada por la amenaza del veto presidencial, afectando una alianza que podía repercutir en otros intereses, como los subsidios a la agricultura, principal prioridad de este sector en sus relaciones con el gobierno.
Con el ascenso al poder de Barack Obama desapareció la amenaza del veto, potenciando la actividad de este grupo respecto al caso cubano, al que se suman otros intereses, particularmente dentro del sector petrolero, dadas las expectativas que ofrecen las exploraciones en Cuba.
Algunos analistas afirman que Cuba no es una prioridad de la política norteamericana y ello determina su inercia.
Pero la causa pudiera ser lo contrario, ya que en verdad el problema cubano transita por múltiples coordenadas de la vida política de ese país; el asunto aparece cuando se tratan los asuntos más diversos; por él se interesan los grupos más importantes de la política nacional y, desde el bloqueo hasta la política migratoria, existe un tratamiento excepcional para el caso cubano, cuya eficacia está puesta en duda. Es cierto que la mayoría de los grupos de poder involucrados hasta ahora en este debate, cualquiera sea su signo, preferirían transformaciones radicales en Cuba y que el país se ubique nuevamente en la órbita norteamericana.
Pero solo para la extrema derecha cubanoamericana alentar tal desenlace constituye una precondición existencial. En ello radica, tanto la excepcionalidad de su caso, como la posibilidad de que se imponga, en algún momento, la tendencia que favorece formas de coexistencia que modifiquen la política actual.
Quizá el 2012, otra vez por culpa de las elecciones, no sea el momento adecuado para ello y continúe imponiéndose la inercia. El resultado será que la política norteamericana hacia Cuba continuará poniéndose más vieja y no se cumplan los deseos de muchos para el nuevo año.
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