Hoy
en la mañana estuve en la manifestación de los mineros arropada por el
pueblo de Madrid. Había quedado con una amiga cineasta para hablar de
proyectos y sueños. Para construir historias y testimonios desde los
saberes del documental. Desde la metáfora de la verdad. Desde la
simbiosis del discurso fílmico y el texto hecho voz. Que se juntan para
hacer del arte una verdad consumada y verás.
La cita era para fundar un sueño compartido, donde las ideas y los ingenios se tuercen para hacer de la voz un verso vivo. Estaba emocionado. Francamente feliz. Desbordado ante entre tanta gente que –como yo-, aplaudieron a los dignos mineros del carbón. Que son referentes y ejemplo de la dignidad del pueblo español.
Dignos hombres y mujeres, en tiempos donde el miedo y la zozobra se adueñan del este hermoso país. Una nación que pide paz, humanidad y derechos, que han sido arrebatados por los “políticos” incultos, corruptos y vendidos al mejor postor: el mercado. Se han bajado los pantalones ante la voluntad del dinero y las grandes fortunas.
Cuanta gente hermosa y noble aplaudieron a estos héroes que ya son historia. Cuantas ganas de seguirlos, besarlos y abrazarlos, tras una fatigosa marcha de días por las carreteras de España. Era otra manera de reivindicar lo que es derecho universal y definitivo: el derecho a ser hombres y mujeres dignos de este agrietado planeta.
Las voces, los gritos, las consignas y los petardos fueron parte de ese discurso. Son –en definitiva- esa “danza humana” engrandecida y viril. No faltaron lágrimas. Era una “carretera” de emociones y sabores, traídos para hacerlos ver que no están solos. Son la voz y el ejemplo de toda una nación que exige un cambio de ruta, de este barco que anda sin capitán.
Un “capitán” que no tiene velas, remos ni muelles para atracar. Tan solo una pandilla de mercenarios pagados para complacer -sin medias tintas-, a ese mercado que es la parte visible y “ejemplar” del capitalismo que anda desesperado y dando aletazos.
La marcha era compacta e “interminable”. Las voces de los que allí estuvimos trascendieron los altos edificios que por ambos lados se erigen, como símbolos de lo que hoy es una agrietada verdad: la crisis de los valores, de la cultura mediocre y banal. La decadencia del consumismo y el mercado voraz. La muerte súbita y necesaria de un modelo de sociedad, que es antihumana, excluyente, elitista y enemiga de las clases sociales que estos obreros representan.
La cita no se dio. Las circunstancias hicieron imposible encontrarnos para hablar de sueños e ideas. Me fui horondo, sabiendo que esos hombres y mujeres seguían arropados por los que creen que: “Un mundo mejor es posible”. La felicidad estaba a mi lado y tenía ganas de escribir sobre esta experiencia que ha quedado en mí, como algo irrepetible.
Al final de la tarde, mi felicidad se vio truncada por la barbarie, la incultura y el ejercicio del terror. Los agentes “del orden” que defienden y protegen a estos maleantes con corbata, sacaron su parte “de gloria” y arremetieron contra ese pueblo, erguido, feliz y digno que seguirá dando la pelea.
Un pueblo que seguirá crecido, contra las injusticias que se hacen en este país, en nombre de la libertad y la “democracia representativa”, de los partidos del capital y el mercado.
Mi abrazo comprometido y sincero para todos los que allí estuvieron. Acompaño esta crónica, con un video que me ha hecho llegar un amigo, gracias a las bondades de las redes sociales. Este es el testimonio de la cobardía y el miedo de los que arremeten contra el pueblo.
La cita era para fundar un sueño compartido, donde las ideas y los ingenios se tuercen para hacer de la voz un verso vivo. Estaba emocionado. Francamente feliz. Desbordado ante entre tanta gente que –como yo-, aplaudieron a los dignos mineros del carbón. Que son referentes y ejemplo de la dignidad del pueblo español.
Dignos hombres y mujeres, en tiempos donde el miedo y la zozobra se adueñan del este hermoso país. Una nación que pide paz, humanidad y derechos, que han sido arrebatados por los “políticos” incultos, corruptos y vendidos al mejor postor: el mercado. Se han bajado los pantalones ante la voluntad del dinero y las grandes fortunas.
Cuanta gente hermosa y noble aplaudieron a estos héroes que ya son historia. Cuantas ganas de seguirlos, besarlos y abrazarlos, tras una fatigosa marcha de días por las carreteras de España. Era otra manera de reivindicar lo que es derecho universal y definitivo: el derecho a ser hombres y mujeres dignos de este agrietado planeta.
Las voces, los gritos, las consignas y los petardos fueron parte de ese discurso. Son –en definitiva- esa “danza humana” engrandecida y viril. No faltaron lágrimas. Era una “carretera” de emociones y sabores, traídos para hacerlos ver que no están solos. Son la voz y el ejemplo de toda una nación que exige un cambio de ruta, de este barco que anda sin capitán.
Un “capitán” que no tiene velas, remos ni muelles para atracar. Tan solo una pandilla de mercenarios pagados para complacer -sin medias tintas-, a ese mercado que es la parte visible y “ejemplar” del capitalismo que anda desesperado y dando aletazos.
La marcha era compacta e “interminable”. Las voces de los que allí estuvimos trascendieron los altos edificios que por ambos lados se erigen, como símbolos de lo que hoy es una agrietada verdad: la crisis de los valores, de la cultura mediocre y banal. La decadencia del consumismo y el mercado voraz. La muerte súbita y necesaria de un modelo de sociedad, que es antihumana, excluyente, elitista y enemiga de las clases sociales que estos obreros representan.
La cita no se dio. Las circunstancias hicieron imposible encontrarnos para hablar de sueños e ideas. Me fui horondo, sabiendo que esos hombres y mujeres seguían arropados por los que creen que: “Un mundo mejor es posible”. La felicidad estaba a mi lado y tenía ganas de escribir sobre esta experiencia que ha quedado en mí, como algo irrepetible.
Al final de la tarde, mi felicidad se vio truncada por la barbarie, la incultura y el ejercicio del terror. Los agentes “del orden” que defienden y protegen a estos maleantes con corbata, sacaron su parte “de gloria” y arremetieron contra ese pueblo, erguido, feliz y digno que seguirá dando la pelea.
Un pueblo que seguirá crecido, contra las injusticias que se hacen en este país, en nombre de la libertad y la “democracia representativa”, de los partidos del capital y el mercado.
Mi abrazo comprometido y sincero para todos los que allí estuvieron. Acompaño esta crónica, con un video que me ha hecho llegar un amigo, gracias a las bondades de las redes sociales. Este es el testimonio de la cobardía y el miedo de los que arremeten contra el pueblo.
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