Recuerdo muy bien (seguro que vosotros también) aquello de “España va
bien” de Aznar y lo de “ya somos la quinta potencia” de Zapatero. Dos
versiones de la misma mentira y/o ceguera que les descalifica como
políticos. Dos gobiernos que no han hecho absolutamente nada para
cambiar la estructura económica de este enano con pies de barro.
En realidad, España es un bluff, una chapuza. Es, desde hace unos cuantos años, el país europeo con mayor índice de desempleo. Es, junto con Italia y Rusia, el país más corrupto de Europa. Tiene una clase empresarial sin la más mínima conciencia cívica, sin ningún interés por la innovación (“¡que inventen otros!”) y chapucera a más no poder. Lamentablemente, la conciencia cívica y crítica de los ciudadanos tampoco es una maravilla (es algo imposible en este contexto). Tenemos una derecha heredera, en muchos aspectos, del franquismo. Y tenemos la izquierda más derechista de Europa (y si no, dénse una vuelta por el laborismo inglés o el socialismo francés, o incluso la misma socialdemocracia alemana y comparen). La cultura del pelotazo es ancestral en este país, está profundamente arraigada y es una causa importante de la corrupción; ha salido a la luz recientemente, cuando los nuevos ricos han hecho ostentación de un éxito logrado a base de corruptelas y se han descubierto escándalos monumentales.
No es de extrañar, pues, que, según Eurostat, España tenga el mayor índice de miseria de Europa (un 26,4 por ciento), por delante de Grecia (24,1%), Letonia (19,6%), Portugal (18,5%), Eslovaquia (18,4%) y Lituania (18,1%).
Los sociólogos deberían explicar cómo, con un 25 por ciento de desempleo y un estado de bienestar birrioso, no se ha montado la marimorena en este país. Algunos dicen que se debe al apoyo que ofrece la familia, institución muy viva en nuestra sociedad. Otros añaden que hay mucha economía ‘sumergida’. Desde luego, la indignación está creciendo a marchas forzadas gracias a los brutales ataques del gobierno Rajoy contra la calidad de vida del 99 por ciento de los ciudadanos. Ya veremos si esta indignación se traduce en creciente movilización. El pulso que le están echando al gobierno los mineros puede ser decisivo.
El caso es que hace falta cambiar radicalmente las estructuras económicas y culturales de la sociedad española. La construcción y el turismo no son bases sólidas para un país de las dimensiones de España. Solo la innovación, la creatividad y la investigación pueden sacarnos de esta pestilente ciénaga que, a fin de cuentas, es la herencia de una sofocante y esterilizante dictadura fascista de 40 años (“40 años de paz”).
Hace falta una empresa en la que el trabajador no sea mera ‘mano de obra’, sino fuente de conocimiento y cooperación. Lo mejor sería, desde luego, que experiencias como la cooperativa de Mondragón se extendieran. Esta cooperativa está sobreviviendo bastante bien en esta profunda crisis y está creciendo, aunque, lógicamente, lo está haciendo más en el extranjero que en Euskadi y España.
Para apoyar esas nuevas empresas innovadoras y cooperativas se necesita una banca que apoye a los emprendedores y a los proyectos de economías alternativas. El germen de esa banca ya existía en este país, pero se lo cargó el gobierno de Zapatero. Me refiero a las cajas de ahorro. En lugar de convertirlas en bancos privados, se debería haber buscado limpiarlas de corrupción, de intereses políticos partidistas, de incompetentes… y reestructurarlas al servicio de los ciudadanos y de los emprendedores.
En EEUU, en Grecia, en Gran Bretaña e incluso en España están surgiendo iniciativas con gran potencial transformador. Son las cooperativas de trabajadores, de consumo y de crédito, son los sistemas de trueque y de intercambio de servicios, son los bancos éticos, nuevas monedas basadas en principios más solidarios e inteligentes, como el del “interés negativo”, asociaciones de ayuda mutua, etc. Surgen espontáneamente, como fórmulas para defenderse de la crisis, del desempleo, de los recortes, de la falta de ayudas y de préstamos, pero abren los caminos para una estructura económica diferente, al servicio de los ciudadanos y no del 1 por ciento
En realidad, España es un bluff, una chapuza. Es, desde hace unos cuantos años, el país europeo con mayor índice de desempleo. Es, junto con Italia y Rusia, el país más corrupto de Europa. Tiene una clase empresarial sin la más mínima conciencia cívica, sin ningún interés por la innovación (“¡que inventen otros!”) y chapucera a más no poder. Lamentablemente, la conciencia cívica y crítica de los ciudadanos tampoco es una maravilla (es algo imposible en este contexto). Tenemos una derecha heredera, en muchos aspectos, del franquismo. Y tenemos la izquierda más derechista de Europa (y si no, dénse una vuelta por el laborismo inglés o el socialismo francés, o incluso la misma socialdemocracia alemana y comparen). La cultura del pelotazo es ancestral en este país, está profundamente arraigada y es una causa importante de la corrupción; ha salido a la luz recientemente, cuando los nuevos ricos han hecho ostentación de un éxito logrado a base de corruptelas y se han descubierto escándalos monumentales.
No es de extrañar, pues, que, según Eurostat, España tenga el mayor índice de miseria de Europa (un 26,4 por ciento), por delante de Grecia (24,1%), Letonia (19,6%), Portugal (18,5%), Eslovaquia (18,4%) y Lituania (18,1%).
Los sociólogos deberían explicar cómo, con un 25 por ciento de desempleo y un estado de bienestar birrioso, no se ha montado la marimorena en este país. Algunos dicen que se debe al apoyo que ofrece la familia, institución muy viva en nuestra sociedad. Otros añaden que hay mucha economía ‘sumergida’. Desde luego, la indignación está creciendo a marchas forzadas gracias a los brutales ataques del gobierno Rajoy contra la calidad de vida del 99 por ciento de los ciudadanos. Ya veremos si esta indignación se traduce en creciente movilización. El pulso que le están echando al gobierno los mineros puede ser decisivo.
El caso es que hace falta cambiar radicalmente las estructuras económicas y culturales de la sociedad española. La construcción y el turismo no son bases sólidas para un país de las dimensiones de España. Solo la innovación, la creatividad y la investigación pueden sacarnos de esta pestilente ciénaga que, a fin de cuentas, es la herencia de una sofocante y esterilizante dictadura fascista de 40 años (“40 años de paz”).
Hace falta una empresa en la que el trabajador no sea mera ‘mano de obra’, sino fuente de conocimiento y cooperación. Lo mejor sería, desde luego, que experiencias como la cooperativa de Mondragón se extendieran. Esta cooperativa está sobreviviendo bastante bien en esta profunda crisis y está creciendo, aunque, lógicamente, lo está haciendo más en el extranjero que en Euskadi y España.
Para apoyar esas nuevas empresas innovadoras y cooperativas se necesita una banca que apoye a los emprendedores y a los proyectos de economías alternativas. El germen de esa banca ya existía en este país, pero se lo cargó el gobierno de Zapatero. Me refiero a las cajas de ahorro. En lugar de convertirlas en bancos privados, se debería haber buscado limpiarlas de corrupción, de intereses políticos partidistas, de incompetentes… y reestructurarlas al servicio de los ciudadanos y de los emprendedores.
En EEUU, en Grecia, en Gran Bretaña e incluso en España están surgiendo iniciativas con gran potencial transformador. Son las cooperativas de trabajadores, de consumo y de crédito, son los sistemas de trueque y de intercambio de servicios, son los bancos éticos, nuevas monedas basadas en principios más solidarios e inteligentes, como el del “interés negativo”, asociaciones de ayuda mutua, etc. Surgen espontáneamente, como fórmulas para defenderse de la crisis, del desempleo, de los recortes, de la falta de ayudas y de préstamos, pero abren los caminos para una estructura económica diferente, al servicio de los ciudadanos y no del 1 por ciento
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