Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)
En
el siglo XIX, cuando el liberalismo y el capitalismo se consolidaban en
Europa y los Estados Unidos, las vanguardias patrióticas
latinoamericanas conquistaron la independencia, no mediante plebiscitos
sino por medio de la guerra. Antes que líderes políticos, nuestros
próceres fueron jefes militares habituados a mandar y a ser obedecidos.
Los mariscales, generales y coroneles de la independencia y sus
herederos se convirtieron en presidentes, senadores y alcaldes.
El
mismo proceso histórico que engendró a la clase criolla y a los
patricios dio lugar a las deformaciones estructurales que abrieron
espacios a la oligarquía y a los sátrapas que asumieron las repúblicas
como botín y fueron precursores de nefastas tradiciones políticas.
De las formas de gobierno
El
presidencialismo nació en los Estados Unidos, donde el riesgo de crear
un “rey sin corona” fue conjurado por George Washington que trabajó por
impedir que la monarquía se trasladara a la república. Eso explica por
qué entre la declaración de independencia en 1776 y la adopción de la
Constitución en 1789 transcurrieron 13 años, en los cuales se debatió
cómo evitar que el gobierno federal y el presidente tuvieran excesivas
atribuciones. La solución fue: conceder las mayores prerrogativas al
Congreso, separar los poderes del Estado y adoptar el federalismo.
Por
su parte en Europa occidental, por temor al radicalismo republicano, se
optó por establecer la democracia liberal sin repudiar a las monarquías
se introdujeron los sistemas parlamentarios. Aunque ninguna de aquellas
experiencias resultó perfecta, ambos modos de encarar el poder y la
dirección de la sociedad en sus respectivos entornos han resultado
viables.
En América
Latina no ocurrió así porque no se adoptó lo uno ni lo otro y si bien
siguiendo el modelo estadounidense se estableció el presidencialismo,
fórmula ideal para los caudillos y la oligarquía, no concurrió el
respeto a las constituciones, la separación de los poderes ni el
compromiso del liderazgo con el país. A ello se añade la dependencia al
capital extranjero y el sometimiento político a los Estados Unidos.
En
otra parte de Europa, primero en Rusia con la Revolución bolchevique y
luego en Europa Oriental se trató de evadir las reglas del
parlamentarismo y el presidencialismo creándose gobiernos más o menos
colegiados que en la Unión Soviética asumieron la forma de “Soviet” y de
“Consejo de Estado” en los países del socialismo real.
La
idea que prometía avances en el funcionamiento de la democracia fue
abortada, entre otros factores por inconsecuencias y por la introducción
de elementos en el sistema político que no resultaron eficaces, además
de por concepciones equivocadas acerca del carácter del Estado y por el
papel atribuido al liderazgo. Un elemento extremadamente perjudicial fue
la creencia que para suprimir la democracia burguesa era preciso
cuestionar la democracia en su conjunto.
Actualmente
mientras en Europa, Estados Unidos y Asia apenas se discute la
pertinencia de los sistemas de gobierno establecidos, en América Latina
existe una intensa lucha a favor y en defensa de la democracia, que es
ahora una bandera de la izquierda frente a los esfuerzos de la derecha
oligárquica y pro imperialista por mantener sus privilegios y secuestrar
el poder del pueblo.
Los
intentos golpistas en Venezuela, Bolivia y Ecuador y los golpes de
estado consumados en Honduras y Paraguay han relanzado el debate. Les
prometo nuevos comentarios. Allá nos vemos.
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