Jesús Arboleya Cervera
Cualquiera sea el próximo presidente de Estados Unidos,
tendrá en enfrentar las presiones de grupos muy diversos que, por
diferentes razones y propósitos, reclaman una reforma integral de la
política migratoria del país. En este contexto, es muy posible que salga
a flote el tema de la excepcionalidad de las relaciones migratorias con
Cuba.
Para
muchos, la política hacia Cuba constituye una escandalosa desigualdad en
el tratamiento a los inmigrantes. La garantía para el ingreso legal de
20 000 personas anuales, el máximo permitido por la ley y, en la
práctica, solo aplicable al caso cubano; el asilo automático a todo inmigrante indocumentado que pise el suelo de Estados Unidos y la existencia de una exclusiva “ley de ajuste”
con plazo indeterminado, que asegura a los inmigrantes procedentes de
Cuba la posibilidad de obtener la residencia permanente mucho antes que
cualquier otro grupo, es motivo de crítica o resentimiento, tanto por
los xenófobos conservadores opuestos a todo tipo de inmigración, como
por los grupos defensores de los derechos humanos que reclaman un
tratamiento equitativo para todos los inmigrantes.
Si tal
política ha sido sostenible a lo largo de cincuenta años, fue porque
encontró su racionalidad en el supuesto de que los cubanos no eran
inmigrantes, sino exiliados, y porque históricamente la política
migratoria hacia Cuba ha formado parte de una estrategia más abarcadora,
destinada a desestabilizar el sistema cubano, a la cual se han sumado
tanto conservadores como liberales norteamericanos, presentándola a la
opinión pública como un asunto de interés nacional y un compromiso con
la “democracia” en el mundo.
Partiendo
de estas premisas, los inmigrantes cubanos, sobre todo el llamado
“exilio histórico”, recibió beneficios económicos y sociales
extraordinarios, así como un tratamiento político especial, que llegó a
convertirlo en el grupo latino mejor representado en las estructuras
políticas del país. Tales condiciones determinaron el poder relativo
alcanzado por la extrema derecha cubanoamericana en la vida política
norteamericana y explican las razones por lo que hasta ahora han
defendido a capa y espada esta excepcionalidad.
La
llegada masiva de inmigrantes cubanos y su rápida incorporación a la
vida política local, como resultado de la ley de ajuste, se correspondía
con los intereses domésticos de la maquinaria política de la extrema
derecha cubanoamericana, en tanto incrementaba constantemente su base
electoral, especialmente en el enclave miamense. Debido a ello han
aceptado la firma de acuerdos migratorios, el único existente entre los
dos países, a pesar de que tal tipo de arreglo se contradice con el
discurso contrarrevolucionario, siempre enemigo a cualquier tipo de
conciliación.
El
problema se complicó cuando cambió la naturaleza de los inmigrantes
cubanos y, más que reproducir, estas personas tienden a transformar los
patrones ideológicos y políticos de la base social que les ha servido de
sustento. El primer intento para enfrentar esta realidad ha sido el esfuerzo por enmendar la ley de ajuste,
condicionando su aplicación a la prohibición de que los nuevos
inmigrantes visiten Cuba, lo que implica retrasar varios años la
participación electoral de aquellos que no se ajusten a esta norma.
Si nos
atenemos a esta lógica, es de esperar entonces que el próximo paso sea
tratar de entorpecer la continuidad de los acuerdos migratorios entre
los dos países. Mirado desde su perspectiva parecería una jugada
perfecta: reducirían el número de inmigrantes indeseados, crearían
nuevos conflictos con Cuba y apostarían a aumentar las presiones
internas en el país, a pesar de que si bien se reducirían las
posibilidades de emigrar, también disminuiría el estímulo para hacerlo.
Con
seguridad, tal posición encontrará muchos adeptos en el sistema político
norteamericano. El gobierno se quitaría de encima tener que defender
una excepcionalidad que ya no tiene sustento en la realidad ni resulta
funcional para su política hacia Cuba; los conservadores verían
confirmados su propósitos de reducir la inmigración a toda costa y los
liberales, que tampoco tienen la voluntad de extender este tratamiento a
todos los inmigrantes, lo asumirían como un acto de justicia.
No
obstante, mirado estratégicamente se trata de un intento condenado al
fracaso. En primer lugar, porque acrecienta la distancia entre la actual
representación política de la comunidad cubanoamericana y su base
electoral, la cual verá afectados sus intereses en asuntos tan sensibles
como la reunificación familiar y el contacto con su patria de origen.
En verdad, tales medidas constituyen una fábrica de enemigos que, tarde o
temprano, les pasarán la cuenta.
En
segundo lugar, porque esta política no cambia la realidad de que se
están produciendo transformaciones en la comunidad cubanoamericana cuyo
desenlace resulta inevitable y no solo están determinadas por el acceso
de nuevos inmigrantes, sino por la acelerada desaparición física de la
mayoría del llamado “exilio histórico”, por el desgaste de la
beligerancia como alternativa y por la emergencia de nuevas
generaciones, que ya demuestran tendencias políticas distintas a las de
sus padres y abuelos.
Si ello
no ha tenido aún una expresión cabal en la vida política miamense, es
debido a que aún estas tendencias no resultan mayoritarias en el
electorado y las nuevas figuras políticas han surgido manipuladas por la
vieja maquinaria de la extrema derecha, sirviendo a sus intereses. Pero
es solo un problema de tiempo que las presiones electorales transformen
esta realidad y aparezcan nuevas tendencias, condenando a más de un
político al ostracismo o a cambiar camaleónicamente sus posiciones, como
ocurre usualmente en la política norteamericana.
Por otro
lado, en lo que sí puede tener un peso relevante la llegada de nuevos
inmigrantes cubanos, es en el balance relativo del electorado
cubanoamericano respecto a otros grupos latinos en el sur de La Florida.
Ya vemos como el peso específico de los votantes cubanoamericanos
disminuye en relación con estos grupos y tal tendencia aumentaría
aceleradamente si se reduce el número de personas de origen cubano que
arriban al país, perjudicando a la comunidad cubanoamericana en su
conjunto.
La
intolerancia de la extrema derecha no le permite sacar estas cuentas.
Como el alacrán, prefiere matar a la tortuga que lo ayuda a cruzar el
río, porque eso es lo que se aviene a su naturaleza. (Publicado en Progreso semanal)
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