Publicado por Vincenzo Basile (Capítulo Cubano)
Foto tomada en Internet |
Días atrás, mi atención se fijó en un texto escrito por el llamado periodista independiente cubano Ivan Gracía y publicado por el periódico digital Diario de Cuba.
Es evidente que entre el comentarista cubano y yo no hay ninguna
posibilidad de compartir ningún punto de vista, pero como siempre quedo
sin palabras al enterarme hasta donde puede llegar (o, si se quiere, lo
que puede generar) el desconocimiento del mundo, una imagen
distorsionada de la realidad y una confianza ciega en el modelo
‘occidental’.
Dicho texto titulaba “¿Se puede ser feliz en Cuba?" Tras una pequeña introducción (que comparto plenamente) sobre el carácter subjetivo de la felicidad y su definición como un “estado de ánimo poco exigente”,
empieza el típico show anticubano. El texto describe una situación que,
según Ivan García, es típica de Cuba. El citado comentarista pretende
analizar “cómo las carencias materiales (en Cuba, NdR) hacen infeliz a un matrimonio habanero”.
En primer lugar, la infeliz pareja encuentra unas dificultades -digamos logísticas- en su apartamento; el motor del edificio que lleva el agua desde las cisternas hasta los apartamentos hoy está roto y por tanto tienen que cargar una docena de cubos de agua para poder asearse. Además un arreglo al tendido eléctrico de la zona provoca un corte desde las 9 de la mañana hasta las 3 de la tarde.
El desayuno se considera tremendo. El pan garantizado por la libreta parece ser ácido (me encantaría saber el sentido de esa palabra) y el café no es puro sino un sucédaneo ligado con chícharos. Sólo es mañana y las malditas circustancias cubanas le han añadido una dosis de bilis a su hígado (de la pareja, NdR).
Pero no es todo. Por la calle empieza la terrible odisea cubana: abordar un ómnibus metropolitano para llevar al parque de diversiones a los hijos este domingo. Dos horas en la parada. Un combate cuerpo a cuerpo dentro de la guagua. Gritos, malos olores y los niños llorando e incómodos. Es decir, ¡un típico problema de un país subdesarrollado!
Llegan al parque, pero en Cuba siempre hay algo que destruye la felicidad de las personas. En ese caso, la terrible lluvia cubana
(quizás programada por el gobierno cubano para destruir la felicidad de
nuestros amigos) que obliga la familia a correr para no mojarse. Luego
llegan a un café en moneda dura. Y aquí, en ese terrible lugar,
se consuma la peor tragedia para los niños cubanos: el padre, con su
salario en moneda nacional, no puede comprar un chocolate Nestlé a
sus hijos. Esta imposibilidad genera todo tipo de reacción entre
nuestros amigos cubanos. Los hijos, probablemente, de desesperan. El
padre tiene una reacción más inmadura que sus hijos y, diría yo, un poco
exagerada: vuelve a sentirse frustrado e infeliz. Quiere que la tierra se lo trague.
Baja la noche y con ella llega la hora de cenar. La comida, por pura casualidad, es más o menos decente: pollo, arroz, frijoles colorados, ensalada y una natilla deliciosa. Claramente se trata de un caso; la triste realidad es otra: las familias pobres suelen cenar carne de cerdo solo los fines de semana. ¡Qué triste destino!
Después de la pobre cena, los esposos conversan y se hacen la fatídica pregunta: ¿Somos felices en Cuba? La respuesta es un categórico ¡no! Ellos desean otro modo de vida. Y sueñan. Desean cambiar
los muebles viejos, reparar la casa, comprar una tele, ver canales
extranjeros, tener un ordenador, navegar por internet, comer lo que les
plazca y no esas repugnantes croquetas de clarias [...] un aire
acondicionado, un sistema de transporte público eficiente,. calles y
parques iluminados y limpios y agua potable las 24 horas.
Por fin llega la solución: el futuro del matrimonio y sus hijos es marcharse de Cuba. Consideran que podrían ser más felices fuera de la isla. ¿Pero dónde? La respuesta es sencilla, hay que marcharse en un bote de goma a Florida.
La
culpa de esas carencias la conocen muy bien nuestros amigos. No es el
contexto histórico-geográfico del Caribe. No es un bloqueo que ha
provocado más de medio siglo de aislamiento económico, comercial,
político y financiero. La culpa es toda de los hermanos Castro quienes no traerán el cambio que ellos desean.
Una vez más, me he encontrado en un texto típicamente modernista y completamente fuera de todo sentido común. El autor intenta hablarnos de grandes problemas que afectan a la sociedad cubana pero por fin se cae en una ridícula exageración al hablar de guaguas llenas y de chocolate caro. La visión modernista del autor se entiende bien cuando propone la única solución posible para el matrimonio: irse a Florida.
No
es la prima vez que dichos autores intentan hablar de una Cuba en ruína
llevando argumentos tan rídiculos. Hay que recordar, por ejemplo, el
intento de Yoani Sánchez,
el pasado día de la mujer, de describir una situación agotante para las
mujeres de Cuba, quienes, entre otras cosas, no podían comprar pañales
desechables. O también hay que citar las declaraciones de los dos actores que, el pasado mes de abril, huyeron de Cuba y dejaron entrevistas describiendo una situación trágica: las mujeres no tienen el dinero para vestirse bonito y los jóvenes no tienen el dinero para ir a la discoteca.
La ironía es inevitable. Un autor
de un país pobre, del tercer mundo, que comparte situaciones de pobreza
similares a los países de su entorno geográfico y que, a pesar de eso,
ha alcanzado niveles de desarrollo humano análogos a los países del
primer mundo, toca el ridículo al catalogar las carencias cubanas
y presentar como única solución la emigración hacia el vecino del
Norte. Los lectores procedentes de Europa o de América del Norte,
entenderán muy bien la absurdidad de ese texto y el grotesco intento derrotista de su autor (independiente). Además,
entenderán muy bien que si son esos los problemas más trágicos que
afligen a la sociedad cubana, entonces se puede concluir que Cuba goza
de un altísimo nivel de desarrollo ya que su población está
completamente libre de los problemas que caracterizan sociedades
similares: pobreza extrema, hambre, malnutrición, mortalidad,
enfermidades, desempleo, desamparo, violencia, entre otros.
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