Ángel Guerra Cabrera
Según
admitió Modig a la prensa nacional y extranjera el viaje tenía tres
propósitos: entregar dinero a Payá, asesorarlo en la creación de una
organización juvenil del MCL y transportarlo a donde necesitara. En
síntesis, el sueco y el español se involucraron en una operación contra
el orden constitucional de Cuba, diseñada por altos mandos de los
mencionados partidos, conocidos por su trayectoria en la dirección y
financiamiento de actividades insertas en los planes anticubanos de
Estados Unidos. Un editorial de Granma, órgano oficial del Partido
Comunista de Cuba cita a Anikka Rigo, jefa de la Sección de Relaciones
Exteriores del Partido Demócrata Cristiano sueco como la principal
organizadora de la misión, en la que también intervino –entre otros-
Pablo Casado Blanco, diputado del PP, presidente de NG y ex asesor de
José María Aznar, quien fuera presidente del gobierno español y es
reconocido como uno de los cabecillas de la ultraderecha internacional y
enfermizo anticubano.
De
modo que el 22 de julio, tan pronto los visitantes impartieron a Payá
asesoría para crear la agrupación juvenil, con igual propósito tomaron
rumbo a Santiago de Cuba en un auto rentado, en compañía de aquel y su
correligionario Harold Cepero. Ya internados en el oriente de Cuba el
coche, se abalanzó fuera de control contra un árbol a tal velocidad que
Payá murió en el acto y Cepero quedó gravemente herido. De ello dieron
fe el peritaje e investigación policiales y tres testigos presenciales
cubanos, que pueden visionarse en Youtube. Carromero conducía el
vehículo y se le imputa el cargo de homicidio imprudencial.
Pero
no habían pasado dos horas del accidente y ya CNN en español se hacía
eco a bombo y platillo de la denuncia de familiares de Payá según la
cual este habría sido víctima de un atentado. No importaba que no
hubieran hablado siquiera con algún testigo o sobreviviente del
accidente, calificado de “extraño” por las hienas mediáticas incluso
después de darse a conocer el informe pericial cubano.
Aquí
lo sustantivo es que una acusación de esta naturaleza sólo puede
obedecer a mala intención, fanatismo o ignorancia sobre la forma
invariable de proceder de las autoridades cubanas. Desde los días de la
guerra de liberación ha sido proverbial el respeto de los
revolucionarios cubanos por la integridad física y la dignidad del
enemigo. Cientos de soldados de la dictadura batistiana se entregaban al
Ejército Rebelde ya que sabían que serían tratados con el mayor
respeto. Los mercenarios de Bahía de Cochinos fueron devueltos sanos y
salvos a sus jefes de la CIA. En la isla no se tortura, no existen
desapariciones forzadas ni asesinatos extrajudiciales cuando sí hay
abrumadoras evidencias de esas prácticas en tantos países que se
autoproclaman ejemplo de democracia.
Estados
Unidos y sus aliados europeos –principales acusadores de Cuba- se han
cansado de cometer crímenes contra la humanidad a lo largo de siglos,
más recientemente en Irak, Afganistán, Libia y, por supuesto, en el
apoyo a los inauditos desmanes contra los palestinos por no hablar del
alarmante abuso policial contra los manifestantes o simplemente personas
de piel oscura en esos países.
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