La inventiva conduce al descrédito
Por Fernando
Rojas
Hay que reconocerlo: la industria del “anticastrismo” se vuelve más creativa. Al hacerlo, sin embargo, apenas consigue demostrar su rotundo fracaso. Primero, porque la inventiva solo se sustenta en el incremento de las finanzas para la subversión en Cuba, que proceden de los contribuyentes norteamericanos y europeos. Segundo, porque el único camino que le ha quedado es el de construir oposicionistas inexistentes e intelectuales sin calificación, y sus capitanes han tenido que aguzar el ingenio para conseguir tal construcción. Todos los “casos” que ha amañado el adversario histórico de la Revolución cubana, con la contribución de las grandes agencias de prensa, tienen como protagonistas a poquísimas personas inducidas a la “disidencia” por dinero u otras prebendas por aquellos seudointelectuales, que son al mismo tiempo el único vehículo posible hacia la difusión de sus “protestas”.
La gran prensa, cada vez con menos fortuna, va midiendo la posibilidad de recolocar la agenda anticubana convertida por décadas en lugar común en columnas, noticias y editoriales. Esa agenda vende y a la vez responde al dictado de los grandes capitalistas derrotados en Cuba una y otra vez. Los medios escrutan a Cuba con una lupa y se sirven de los periodistas madurados con carburo que postean con un ancho de banda inaccesible al cubano común el más mínimo intento de cualquier delincuente o la inconformidad de algún ciudadano, manipulándolas como actos contra el orden constitucional. Con frecuencia, estos mismos “periodistas” aconsejan sobre las “acciones cívicas” a emprender. Cuando no lo logran, inventan los incidentes. Nadie los conoce, ni los lee en Cuba. Todos los “grandes acontecimientos” narrados en sus blogs y comentarios tienen lugar exclusivamente en los medios. De esta suerte, cada vez que la gran prensa los replica, casi siempre con El Nuevo Herald como vehículo objetivamente interesado, aquella amenaza su propia credibilidad.
Yoani Sánchez, Orlando Zapata, las Damas de Blanco, Ernesto Hernández Busto y, en fecha más reciente Wilman Villar tienen en común que ni unos son intelectuales, ni los otros oposicionistas. Son absolutamente desconocidos en Cuba, porque les falta una ejecutoria intelectual real o una actividad política sustancial, según el caso. Saltan a la fama con el sustento único y poderoso de la política agresiva contra Cuba y, aparte de que ese no es aval ninguno, sino más bien lo contrario, aquella fama no da la menor garantía de influencia en la Cuba de adentro.
Entre tanto, la Cuba real, la de la inmensa mayoría de sus ciudadanos, anda por otro lado. De este, la gran prensa solo reconoce el proceso de reformas, por cierto, dando un giro de ciento ochenta grados en su reflejo, respecto a lo que comentaba hace apenas unos meses: en menos de una semana las agencias pasaron, sin transición alguna, de cacarear la “lentitud” o la “ausencia” de reformas a contabilizar estas en más de trescientas. El resto de la vida cotidiana, marcada indefectiblemente por esos cambios –o reformas, si les place así a los lectores- pero también por la misma vocación secular de independencia y soberanía, permanece oculto a la mayoría de los corresponsales y analistas, que persisten en jugar la carta de ponderar y aún respaldar la agenda de los menos, que no son precisamente los humildes ni los oprimidos. No pueden serlo, si nadan en plata, en medios y en influencia fuera de Cuba.
Las inquietudes legítimas y con una expresión creciente en debates públicos y en la red, se refieren a las oportunidades reales que puede tener el capitalismo, no por obra y gracia de los mercenarios desacreditados, sino por el efecto combinado de la corrupción y de secuelas indeseables de los cambios en curso. Es esa la agenda de una verdadera posición anticapitalista y libertaria en la Cuba de hoy. Y nada tiene que ver con la hechura de los mercenarios y los medios a su alcance o a su servicio. Por el contrario, denunciarlos y hacer evidente su descrédito consumado y su desesperación –que es también la de sus patronos- se vuelve condición necesaria del curso a un debate más amplio de nuestras inquietudes y del destino de las medidas aprobadas por el Partido, después de la discusión ciudadana, que se repite cada día, en cualquier escenario. Una vez más, en Cuba coinciden el patriotismo y la vocación socialista.
Hay que reconocerlo: la industria del “anticastrismo” se vuelve más creativa. Al hacerlo, sin embargo, apenas consigue demostrar su rotundo fracaso. Primero, porque la inventiva solo se sustenta en el incremento de las finanzas para la subversión en Cuba, que proceden de los contribuyentes norteamericanos y europeos. Segundo, porque el único camino que le ha quedado es el de construir oposicionistas inexistentes e intelectuales sin calificación, y sus capitanes han tenido que aguzar el ingenio para conseguir tal construcción. Todos los “casos” que ha amañado el adversario histórico de la Revolución cubana, con la contribución de las grandes agencias de prensa, tienen como protagonistas a poquísimas personas inducidas a la “disidencia” por dinero u otras prebendas por aquellos seudointelectuales, que son al mismo tiempo el único vehículo posible hacia la difusión de sus “protestas”.
La gran prensa, cada vez con menos fortuna, va midiendo la posibilidad de recolocar la agenda anticubana convertida por décadas en lugar común en columnas, noticias y editoriales. Esa agenda vende y a la vez responde al dictado de los grandes capitalistas derrotados en Cuba una y otra vez. Los medios escrutan a Cuba con una lupa y se sirven de los periodistas madurados con carburo que postean con un ancho de banda inaccesible al cubano común el más mínimo intento de cualquier delincuente o la inconformidad de algún ciudadano, manipulándolas como actos contra el orden constitucional. Con frecuencia, estos mismos “periodistas” aconsejan sobre las “acciones cívicas” a emprender. Cuando no lo logran, inventan los incidentes. Nadie los conoce, ni los lee en Cuba. Todos los “grandes acontecimientos” narrados en sus blogs y comentarios tienen lugar exclusivamente en los medios. De esta suerte, cada vez que la gran prensa los replica, casi siempre con El Nuevo Herald como vehículo objetivamente interesado, aquella amenaza su propia credibilidad.
Yoani Sánchez, Orlando Zapata, las Damas de Blanco, Ernesto Hernández Busto y, en fecha más reciente Wilman Villar tienen en común que ni unos son intelectuales, ni los otros oposicionistas. Son absolutamente desconocidos en Cuba, porque les falta una ejecutoria intelectual real o una actividad política sustancial, según el caso. Saltan a la fama con el sustento único y poderoso de la política agresiva contra Cuba y, aparte de que ese no es aval ninguno, sino más bien lo contrario, aquella fama no da la menor garantía de influencia en la Cuba de adentro.
Entre tanto, la Cuba real, la de la inmensa mayoría de sus ciudadanos, anda por otro lado. De este, la gran prensa solo reconoce el proceso de reformas, por cierto, dando un giro de ciento ochenta grados en su reflejo, respecto a lo que comentaba hace apenas unos meses: en menos de una semana las agencias pasaron, sin transición alguna, de cacarear la “lentitud” o la “ausencia” de reformas a contabilizar estas en más de trescientas. El resto de la vida cotidiana, marcada indefectiblemente por esos cambios –o reformas, si les place así a los lectores- pero también por la misma vocación secular de independencia y soberanía, permanece oculto a la mayoría de los corresponsales y analistas, que persisten en jugar la carta de ponderar y aún respaldar la agenda de los menos, que no son precisamente los humildes ni los oprimidos. No pueden serlo, si nadan en plata, en medios y en influencia fuera de Cuba.
Las inquietudes legítimas y con una expresión creciente en debates públicos y en la red, se refieren a las oportunidades reales que puede tener el capitalismo, no por obra y gracia de los mercenarios desacreditados, sino por el efecto combinado de la corrupción y de secuelas indeseables de los cambios en curso. Es esa la agenda de una verdadera posición anticapitalista y libertaria en la Cuba de hoy. Y nada tiene que ver con la hechura de los mercenarios y los medios a su alcance o a su servicio. Por el contrario, denunciarlos y hacer evidente su descrédito consumado y su desesperación –que es también la de sus patronos- se vuelve condición necesaria del curso a un debate más amplio de nuestras inquietudes y del destino de las medidas aprobadas por el Partido, después de la discusión ciudadana, que se repite cada día, en cualquier escenario. Una vez más, en Cuba coinciden el patriotismo y la vocación socialista.
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