viernes, 8 de julio de 2011

Yo y mi circunstancia, por Jaime Richart

Desde hace cincuenta años me dedico a amar a mi esposa y a mi extensa familia, a escuchar música clásica, a cuidar mi huerto, a dar largos paseos, a leer a los clásicos y a escribir.
A escribir compulsivamente. Y si escribo de este modo, es posible que sea porque reflexiono mucho y verbalizo o hablo lo me­nos posible acerca de lo que escribo.
¿Cuántos en este país podrían hacer todo esto, y cuántos, aun pu­diéndolo hacer, no lo harían porque no saben que en la vida sencilla está la dicha? Me considero un ser humano privile­giado.

Pero siento como si un miem­bro de mi cuerpo, el que está conec­tado a la socie­dad de los débi­les, de los perseguidos, de los humi­llados, de los in­di­gentes y de los inseguros, me lo hubieran am­putado. Por eso me ex­preso como si fuera uno de ellos. Ahora se habla mucho de indig­na­ción y raro es, esté arriba o abajo, el que no habla de es­tar in­dig­nado. Aun los ricachones también dicen estarlo. Mimetizarse, como el Zelig de Woody Allen, es una formidable garan­tía. También decían los que la habían empezado, en relación a la guerra de Irak, que “nadie quiere la guerra”…

Durante casi treinta años el pueblo común ha estado como adormi­lado, aletargado, consumido y consu­miendo ciegamente; ajeno a lo que el sentido común veía venir. Y cuando yo empezaba a quedarme indig­nado en solitario, fatigado por tan generalizada pusilanimi­dad y falta de perspectiva principalmente por parte de los gobernantes de esta medio democracia (y así lo vine ex­pre­sando en distintos es­critos, alguno de los cuales aún cir­cu­lan por ahí), por fin el pueblo ha desper­tado.
Y ahora, por un lado me siento aliviado al no encontrarme solo en mis invectivas y sentir compartida mi indignación, pero, por otro lado la in­dignación tan extendida y colectiva acrecienta aún más la mía por vía de contagio. Porque en estos momentos la clase de vida que puedo permitirme, alqui­lado y con una simple pensión, es la propia de un creso al lado de tanta mise­ria, tanto desahucio y tanto desesperado. Me deprime la idea de que muy pocos de los miles de mi­llones que hay en el mundo y de los millo­nes de este país no puedan vivir como yo si lo quisieran.

Muchos potentados necios dicen que en los países comu­nistas sólo se reparte pobreza y están ufanos porque en los países capitalistas se reparta mucha riqueza.
Pues ojalá que en esta España, que reparte mucha riqueza pero con tanta y tan ultrajante desigualdad, muchos mi­llones de españoles sin empleo ni esperanza pudieran disfrutar de la “riqueza” que po­seo yo, marxista radical... Por eso mismo no olvido lo que decía Ghandi: "si quieres ser alguien, nunca serás humilde".

En las actuales circunstancias que atraviesa Europa, España y los países chantajeados por los bancos europeos y por el FMI, por tantí­simos despilfarradores y ladrones interiores y por unos cuantos usureros exteriores se me an­toja que Jesucristo, Buda, Confu­cio, Lao Tsé, Tolstoi y Marx son la misma persona.

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