Miedo y asco en Madrid
Como en la novela de Hunter S. Thompson Miedo y asco en Las Vegas, esto es lo que sentimos muchos madrileños y madrileñas:Miedo a la crisis. A perder el trabajo, a no encontrar empleo, a ser expulsado, a no renovar la residencia, a los recortes públicos, a no recibir las pocas ayudas sociales que todavía se mantienen. Miedo a los otros, a la violencia, a amenazas indefinidas. Pero sobre todo asco: un asco infinito y casi inabarcable que va inundando cada rincón de esta ciudad.
Asco por unas políticas públicas dirigidas al expolio de los bienes públicos, de los recursos que propiamente hacen posible la vida en común, como la sanidad, la educación, el agua, el aire y aquellos bienes ahora sometidos a procesos de mayor o menor privatización. Y todo ello en favor del negocio de grandes agentes empresariales.
Asco de vivir en la Comunidad Autónoma que menos gasta en educación pública, del país que menos gasta por este concepto de la Unión Europea. Asco por la continua subvención a la educación privada y concertada. Asco por el crecimiento del abandono escolar y por la desatención institucional (si bien no policial) de un 30 % de los jóvenes condenados a la miseria y el subempleo.
Asco de vivir en la Comunidad Autónoma que menos gasta en sanidad pública, del país que menos gasta por este concepto de la Unión Europea. Asco de ver como la gestión sanitaria se privatiza a manos de las multinacionales médicas y las divisiones correspondientes de las grandes constructoras españolas. Asco de que se culpe a ancianos y a inmigrantes de que la sanidad no es viable por su culpa.
Asco por el aire que respiramos, contaminado más allá de todo límite. Por el crecimiento de las alergias, de los asmas infantiles y de las enfermedades pulmonares. Por una contaminación que hubiera sido evitable con un modelo de ciudad menos dependiente del coche privado, pero menos favorable a los intereses inmobiliarios.Asco de ver como una empresa pública viable, como el Canal de Isabel II, se privatiza no con el fin de mejorar la calidad del servicio, sino por la urgencia de hacer negocio y de cobrarnos más por la misma agua, si bien seguramente empeorada.
Asco por la destrucción de la Sierra, de los bosques, de las riberas de los ríos y de los pocos espacios de valor natural que todavía nos quedan en provecho de los intereses inmobiliarios y de unas corporaciones municipales desaprensivas.
Asco por las políticas racistas basadas en la Ley de Extranjería que separan y dividen en razón a algo tan arbitrario como el lugar de nacimiento.
Asco de pagar cantidades abusiva por viviendas mediocres. De sostener a costa de nuestra salud la principal industria de la ciudad: el negocio inmobiliario. Asco de ver convertido el principal bien de uso en un instrumento de extorsión y explotación financiera.Asco de que la mayoría vivamos con unos sueldos de mierda en unos trabajos de mierda, y siempre en la Comunidad Autónoma en la que la diferencia salarial (entre aquellos que más ganan y aquellos que menos cobran) es la mayor de todo el país.
Asco de una clase política, en la que es consenso unánime que los bienes públicos sean una oportunidad de negocio y que la carrera política, una carrera empresarial. Asco de unos gobiernos directamente dirigidos por las oligarquías financieras y empresariales, que hablan de «liberalismo» cuando convierten el dinero público en un continuo chorreo de negocios subvencionados, al tiempo que les estallan los casos de corrupción. Asco igualmente de una oposición incapaz de plantear cara en ningún asunto importante. Asaltada por los «tamayazos» y por la seducción de tener al número 2 de Caja Madrid (caso de Izquierda Unida). Asco, en definitiva, de una oposición que ha compartido en todos los casos la «alegría» inmobiliaria, y que por un lado parece tontuna e ingenua, está corrupta hasta la médula.
Asco de una clase empresarial mediocre y estúpida, que se justifica a sí misma sobre la base del talento, cuando se trata en realidad unos pocos cientos de familias con acceso privilegiado al poder. Asco de vivir en una región más rica de lo que lo haya sido jamás, pero en la que buena parte de la riqueza es encerrada en las cajas fuertes de unos pocos. Asco de estrategias de crecimiento económico que a la larga van en prejuicio de todos y que apuntan a cualquier sitio menos a un modelo económico viable, sostenible y equitativo.
Asco de que la crisis se convierta en la gran oportunidad para la «necesidad» de nuevos recortes. Asco de que los intereses financieros y de las grandes empresas vayan antes y por delante de las necesidades de la población y del tejido económico que genera la mayor parte de la riqueza.
Asco de unos medios de comunicación y un periodismo siempre sometido a estrategias electoraleras y a los intereses de los grandes grupos económicos. De su justificación de los grandes ajustes de la crisis y de su falta de independencia.Asco por unas elites culturales y académicas pacatas e incapaces de levantar la voz. Asco de su aburrimiento, de su aislamiento y de sus viejos privilegios que ya nunca más se volverán a reproducir.
Asco de los sindicatos mayoritarios, gestores del mercado laboral más precarizado de Europa: gestores también de Cajas de Ahorro y fondos de pensiones privados; grandes adalides del nuevo pacto de pensiones que dejará a las generaciones más jóvenes con un sistema de reparto, por primara vez en la historia, más restrictivo que el que actualmente se disfruta.
Asco de que nos echen en cara que la responsabilidad de nuestro futuro es nuestra cuando todo en realidad se nos opone. Asco de la mentira de la igualdad de oportunidades. Asco de una democracia reducida a opciones electorales.
Asco de ser testigos del crecimiento de la pobreza, de la desigualdad y del racismo institucional.
Asco, en definitiva, de ver a Madrid convertida en lo que es hoy.
Madrid es hoy la ciudad de la permanente «noche en negro», de la expansión de la precarización de la vida y de la «guerra entre pobres» entre los colectivos sociales más débiles.
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