jueves, 28 de abril de 2011

Socialismo Siglo XXI: un camino, no un destino, 3 de 3

III EL SOCIALISMO DEL FUTURO
 Tiempo atrás, en un debate político, un circunstante acudió a un argumento en el que los demás no habíamos reparado:
 “¿Alguna vez han escuchado a Fidel Castro criticar a la izquierda? Él nada más critica a la derecha. Les digo más ─ insistió ─ prefiere términos como revolucionario, patriota, pueblo, masa y otros parecidos. Raras veces acude a los conceptos de la jerga sectaria. Fidel sabe que las palabras unen”.

Desde entonces, siempre que puedo, al reflexionar sobre la unidad, acudo a la naturaleza integradora de las categorías de patriota y revolucionario, la de izquierda que no es tan mala, desune y las cosas se complican cuando ser materialista o idealista, creyente o ateo, marxista o no, más que diferencia, significa confrontación.
En los años noventa, cuando la caída de la Unión Soviética además de los dramáticos problemas materiales y políticos a escala del proceso revolucionario, generaba enormes tensiones morales en los militantes que asistíamos a la caída de referentes teóricos y de paradigmas ideológicos, especulamos acerca de que quizás, del desastre surgiría un punto de partida.

Para quienes asumimos que las ideas de Carlos Marx no habían muerto como no mueren las de Freud, Newton o Einstein porque la ciencia carece de colores y la verdad es siempre concreta; toda la izquierda es de algún modo socialista y todos los socialistas son, de alguna manera, marxistas. La tesis es fácilmente verificable, dado que el pasado marxista de la socialdemocracia y del movimiento socialcristiano está solidamente documentado. Todos los socialistas, reformistas o radicales, le deben algo a Marx, como mismo le debemos a Adam Smith y a Keynes.
 Los sociólogos y economistas de cualquier corriente son naturalmente una combinación de marxista y liberales. Marx lo mismo puede ser asumido como el último economista clásico que como el primero marxista. No es inconsecuencia, es dialéctica. La Iglesia también bebió de las fuentes del marxismo, como lo hizo Marx de las enseñanzas de todos los grandes sistemas teológicos. León XIII, sociológicamente hablando, el más brillante de los Papas y el único que fue contemporáneo con Marx, sacudió la costra medieval de la Iglesia, dio organicidad a la doctrina social del catolicismo, organizó a los laicos e impulsó las organizaciones políticas, obreras y estudiantiles de inspiración cristiana y permitió la creación de los partidos socialcristianos. La encíclica «Rerum Novarum», es a la teología lo que «El Capital» es a la Economía.
La oposición entre marxistas y socialistas, es un fenómeno del siglo XX, un asunto lamentable más que un triunfo político, un proceso derivado de las posiciones políticas más que de las preferencias doctrinarias. La única tarea organizativa ligada a la política emprendida por Carlos Marx y a la que dedicó alrededor de cinco años, fue el más plural, diverso y coherente de los proyectos internacionales formulados por los socialistas de todos los tiempos: la Organización Internacional de Trabajadores, proceso que encabezó y al que sumó a importantes representantes de la intelectualidad de la época, identificados por la critica a la despiadada explotación del capitalismo de entonces.

 En esa época, cuando los partidos políticos y los sindicatos daban los primeros pasos y la teoría revolucionaria que se gestaba por medio del debate intenso, fecundo y plural y, en lugar de separar unía, Marx fue uno de los catalizadores de aquel magno proyecto unitario.
En 1789 en Paris se creó la II Internacional, que no era ya una organización obrera sino política y que no pudo evadir los avatares de esa condición. La actitud ante la Primera Guerra Mundial marcó la diferencia y con el triunfo bolchevique, el auge de la contrarrevolución, la agresión extranjera y la falta de solidaridad de los partidos socialdemócratas europeos, las diferencias entre socialistas y comunistas, se volvieron insalvables. La obligada radicalización de la Revolución Rusa, las deformaciones del stalinismo, las tensiones de la lucha antifascista y las diferencias acerca de cómo proceder en los países de Europa Oriental, crearon un abismo que duró hasta la desaparición de la Unión Soviética.
El trauma que en la izquierda provocó la derrota del modelo socialista eurosoviético, el auge del neoliberalismo y la pretensión de los países imperiales encabezados por Estados Unidos, que intenta aprovechar la globalización, relanza la idea de un movimiento de izquierda plural, que avance con la riqueza y la diversidad que emana de las diferentes enfoques y proyectos nacionales para confluir en una zona común, donde tiene lugar la confrontación con la hegemonía imperial y sus nefastas consecuencias. Tal vez de la mano de nuevos liderazgos sin compromisos doctrinarios ni pasado sectario, comprometidos con la lucha por el desarrollo y contra la pobreza, la exclusión y el sometimiento se pueda transitar hacía una nueva etapa.
Es probable que de Chávez, Correa, Evo, incluso Lula y hasta la pareja del momento que gobierna en Argentina, venga una unidad que no es necesariamente orgánica ni ideológica, sino programática y que permitiría, construir una plataforma de ancha base en la que caben todos los que creen que un mundo mejor es posible.
Relanzar el socialismo y proyectarlo en el siglo XXI significa asumirlo como un camino y no como un destino.
No se trata a donde se llega, sino hacía donde se avanza. “Amarnos ─, decía el poeta ─ no es mirarnos unos a otros, sino mirar en la misma dirección.”

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