jueves, 28 de abril de 2011

Socialismo Siglo XXI: un camino, no un destino, Jorge Gómez Barata. 2 de 3

"La revolución latinoamericana en marcha no ha necesitado contraer compromisos
doctrinarios ni colorearse políticamente pues de lo que se trata es de un empeño
por modernizar y democratizar las respectivas sociedades y poner fin al elitismo
en la política, dejando definitivamente atrás la exclusión de las mayorías."
Jorge Gómez Barata


II CERRAR EL PARÉNTESIS

Al plantearse un socialismo para el siglo XXI, Chávez sintoniza las tareas inmediatas de la Revolución Bolivariana con una estrategia de largo aliento.
La vanguardia ecuatoriana hace lo mismo con su Revolución Ciudadana y en Bolivia se libra una batalla que al sumar y movilizar las potencialidades de los pueblos originarios, puede trascender el poder político inmediato e incluso las fronteras nacionales.
En realidad, no podía ser de otra manera. El inmovilismo disfrazado de estabilidad es la opción conservadora de la «entente cordial», que sostiene a la oligarquía latinoamericana; mientras que los representantes populares no tienen otra opción que proyectarse.
Al menos en el sentido ideológico y político, el pasado es un referente, no un paradigma; un legado no un programa.

En tiempos de Carlos Marx, también existía un pasado socialista que formó parte de su herencia cultural y que tal vez lo inspiró, pero no podía servirle de modelo.
Aunque pudieran haberlo hecho, no fueron Hugo Chávez, Rafael Correa ni Evo Morales, sino Carlos Marx quien, en el «XVIII Brumario de Luis Bonaparte», examinando un momento de cambio en la sociedad francesa, sentenció que: “La revolución social…no puede sacar su poesía del pasado…”
El fondo de la problemática actual es que, como mismo les ocurrió a los europeos en la posguerra, la lucha contra la pobreza y el bienestar de las mayorías que, en el caso de América Latina incluye la eliminación del subdesarrollo y el fin de la dependencia, implica la adopción de un modelo de progreso global que al sumar a las mayorías y movilizar los principales recursos del país, conduce a enfoques de socialistas.

Un cometido de tal naturaleza, incluye la democratización de sociedades hasta ahora regidas por Estados esencialmente autoritarios y gobernadas mediante sistemas políticos controlados por las oligarquías y las burguesías nativas, dependientes del capital transnacional y políticamente sometidas a la hegemonía norteamericana.
Para alcanzar ese cometido no basta con sustituir gobernantes e intentar hacer que las instituciones tradicionales, controladas por elementos afines a las elites dominantes, funcionen con criterios nuevos, cosa imposible dado la enconada resistencia de las clases a las que es preciso derrotar, reforzadas por un poderoso respaldo externo.

Los líderes que promueven el cambio en América Latina, están en el camino de hilvanar un discurso político honesto y popular, con la suficiente flexibilidad y capacidad de convocatoria como para atraer a la parte de la población que medra en la periferia de las elites gobernantes y aquellos que dominados por temores y prejuicios temen al cambio y lograr un consenso nacional, no sólo mayoritario, sino permanente. De ese modo podrán, como ya lo hacen, paralizar y desarmar la contrarrevolución interna, neutralizar el poder mediático, lidiar con las autoridades judiciales y electorales y sumar a sectores que en el pasado fueron sostén de la oligarquía como son las fuerzas armadas, los cuerpos policíacos, los órganos de seguridad y la burocracia estatal, sin descuidar al sector académico, la intelectualidad, así como la jerarquía eclesiástica.
La revolución latinoamericana en marcha no ha necesitado contraer compromisos doctrinarios ni colorearse políticamente pues de lo que se trata es de un empeño por modernizar y democratizar las respectivas sociedades y poner fin al elitismo en la política, dejando definitivamente atrás la exclusión de las mayorías.

El socialismo eurosoviético fue un proyecto en cuyo enfrentamiento el imperialismo, la reacción y las oligarquías se emplearon a fondo durante casi un siglo y en torno al cual, valiéndose de tácticas de guerra sicológica y de manipulación de las mentes, exacerbaron las pasiones y crearon prejuicios que de alguna manera fueron incorporados a la cultura y a las estructuras ideológicas de las sociedades contemporáneas.

Al proyectarse hacía el futuro y buscar en las ideas socialistas más puras y originales los argumentos y las herramientas para formular los programas políticos avanzados de que son ponentes, las actuales vanguardias latinoamericanas evidencian talento y madurez.

El conocimiento de la fallida experiencia del Socialismo Real, con la cual los actuales liderazgos no tuvieron relación ni compromiso alguno, más que un paréntesis, es parte del difícil aprendizaje, imprescindible para acometer con ópticas propias y métodos actualizados las transformaciones estructurales que se requieren para construir, desde la realidad actual, sociedades modernas, progresistas y justas.
El Socialismo del siglo XXI no es otra puesta en escena. Es un estreno.

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