Percy Francisco Alvarado Godoy.
Hoy más que nunca estoy convencido que todo lo sucedido en la vida tiene
un por qué capaz de explicarlo o darle una respuesta, no importa si para ello es
necesario el transcurrir del tiempo o la
sucesión de acontecimientos aparentemente distanciados entre sí a los que un día
logra entrelazar.
Cuando amanecía aquel 23 de diciembre del 1963 en la dársena de la
Siguanea, ubicada en la antigua Isla de Pinos, los moradores del lugar no
imaginaban que en breves instantes aquel sería sacudido por dos explosiones,
una de menor intensidad, a la que
seguiría otra aún más poderosa. La criminal mano de la Agencia Central de
Inteligencia de los Estados Unidos había seleccionado cuidadosamente su
objetivo: una unidad de la Marina de Guerra Revolucionaria de reciente
creación.Todo se desarrolló de manera bien pensada y sin que a los asesinos les preocupara el daño que provocarían. Un equipo de hombres rana de la CIA colocó, de manera subrepticia, dos mortíferas cargas submarinas debajo de la lancha torpedera LT-85, la que se encontraba fondeada al lado de otra de su tipo, la LT-94. La primera, como ya apunté, provocó una pequeña explosión y, cuando decenas de personas se acercaron al lugar de los hechos, sobrevino la segunda, la que provocaría realmente el mayor daño. Y así fue. La poderosa onda expansiva lanzó a cuerpos mutilados y amasijos de hierro hacia todas direcciones. Diecisiete fueron los heridos y perecieron cuatro personas: los marineros Jesús Mendoza Larosa, Fe de la Caridad Hernández Jubán y Andrés Gavilla Soto, así como el alférez de fragata Leonardo Luberta Noy.
El criminal atentado llenaría de tristeza a los cubanos precisamente
cuando hacían su cercano anuncio las festividades de fin de año. Fue, como
justamente señaló Fidel en aquella ocasión, “un ataque criminal, un ataque
cobarde… el regalo de la CIA al pueblo cubano”.
Poco después se sabrían los detalles de tan criminal acción. Los
saboteadores habían zarpado desde el buque madre “Rex”, empleado por la CIA para
perpetrar acciones terroristas contra el territorio cubano. Era, sin lugar a
dudas, parte de la estrategia de terror implementada por la CIA para acabar con
el proceso revolucionario cubano.
Se conocería, por ejemplo, que cada una de estas criminales acciones se
planificaban y organizaban desde territorio norteamericano, particularmente
desde la estación JM/WAVE, ubicada en Miami, y que era la encargada de dirigir
las actividades de grupos terroristas contra la Isla. Desde este centro de
terror ubicado en terrenos alquilados en las áreas de la Universidad de Miami y
bajo la pantalla pertenecer a una firma nombrada Zenith Internacional, un alto
oficial de la Agencia, Ted Shackley, dirigía a más de 300 oficiales y 4,000
terroristas de origen cubano, contando con un alto presupuesto superior a los 50 millones de dólares anuales. Todos
en Miami conocían, pues, que ese complejo de edificaciones ubicados en un área
de 1,571 acres, fortificado y con acceso restringido, era sólo la cabeza de
decenas de casas de seguridad dispersas por toda la ciudad, de campos de
entrenamiento, marinas y aeródromos, desde los cuales se gestaban planes
violentos y partían los que ejecutarían las actividades terroristas en
territorio cubano.
Además de aeronaves y el más sofisticado armamento de la época, JM/WAVE
contaba con una flota de naves encargadas de llevar a cabo agresiones contra
objetivos situados en las costas cubanas, infiltrar terroristas y provocadores,
así como ejecutar el abastecimiento a las bandas de alzados dispersas en
distintos puntos del territorio cubano.
Esta flotilla a cargo de la CIA contaba con varios buques madres
similares al “REX”, entre los que se encontraban el “Leda”, el “Villaro”, el
“Explorer II”, el “Tejana III”, así como los cargueros “Joanne” y “Santa María”,
todos dotados indistintamente con cañones de 40 y 20 milímetros, ametralladoras
calibre 50 y otros medios. Disponía la CIA, igualmente, de varias naves como el
“Dart”, el “Barb”, el USS “Oxford” y el USS “Pccono”, cuya misión era realizar
misiones de espionaje electrónico, los dos primeros en las aguas del río Miami y
los dos últimos desde aguas internacionales situadas cerca de las costas
cubanas.Estaba establecido que cada buque madre se acercaba cerca de las 50 millas de las costas cubanas y de él partían embarcaciones de menor calado y mayor rapidez, conocidas como V-20. Estas lanchas rápidas de cerca de 20 pies contaban con potentes motores Graymarine de 100 HP, capaces de alcanzar los 35 nudos de velocidad. Era común que, tanto el buque madre y las lanchas V-20, estuvieran disfrazadas como buques pesqueros.
Para acercarse a la costa, los agentes de la CIA encargados de realizar
los ataques, sabotajes o infiltraciones, empleaban los RB-12, pequeños botes de
goma dotados de motores eléctricos especiales y capaces de no emitir ruido
alguno.
El atroz crimen de Siguanea fue ejecutado por agentes de la CIA
conducidos hasta la Isla por el buque madre “Rex”, una antigua nave patrullera
de la Marina yanqui, de cerca de 174 pies de eslora, de color azul oscuro, y
dotado de motores diesel de 3 600 HP que le permitían alcanzar los 20 nudos de velocidad. Ese navío contaba con
equipos electrónicos sofisticados y era capaz de transportar varias
V-20.
Hoy todo indica, como ya señalé, que fue precisamente este navío quien
condujo a los hombres rana de la CIA cerca de Isla de Pinos. Trasladados luego
por una V-20 y por un B-12, los criminales se acercaron, amparados en la
oscuridad, hasta la dársena de Siguanea y ejecutaron la repudiable acción. Toda
esta operación fue dirigida nada menos que por Alfredo Domingo Otero, capitán
del “Rex” y quien, 30 años después, precisamente en otro diciembre, se vería
vinculado con otros criminales planes contra Cuba.
Alfredo Domingo Otero, reconocido terrorista de origen cubano y ex
oficial de la CIA, fungía en 1993, exactamente tres décadas después, como Jefe
de Operaciones del Frente Nacional Cubano, el ala secreta y paramilitar de la
Fundación Nacional Cubano Americana. Durante los años que trabajé con él como
supuesto terrorista, pude comprobar la esencia criminal de estos enemigos de la
Revolución. Tal vez rememorando el logro alcanzado en Siguanea aquel 23 de
diciembre de 1963, Otero me encargó la tarea de introducir varios medios
explosivos e incendiarios, propaganda y armas, para ejecutar acciones
terroristas en esa misma fecha, pero treinta años después. Mi misión, y la de la
célula que supuestamente yo dirigía, sería la de atentar contra cuatro
instalaciones turísticas de Varadero y Ciudad de la Habana, así como contra ocho
teatros y cines de la Capital. Si el crimen perpetrado en aquella unidad de la
Marina de Guerra fue atroz y repugnante, la nueva acción criminal dañaría aún
más a los cubanos. Por suerte, en este nuevo diciembre no hubo luto en los
hogares humildes de Cuba. Allí estaba yo, el agente Fraile, junto a mis
compañeros de lucha, para impedir tales hechos, cumpliendo la misma honrosa
misión de proteger a Cuba de sus enemigos, tal como lo hicieron René, Gerardo, Tony, Fernando y Ramón, los
Cinco Héroes cubanos prisioneros injustamente en cárceles
norteamericanas.
Años después, en 1997, Otero se vería involucrado en el plan de atentado
a Fidel Castro durante la celebración de la VII Cumbre Iberoamericana de Isla
Margarita. Tampoco me sorprendió comprobar
que un tripulante del buque madre “Explorer”, operado por la CIA en
aquellos tiempos, Francisco Secundino Córdova Corona, fuera uno de los
potenciales ejecutores de esta planificada acción contra el Comandante en Jefe
durante esta Cumbre de Jefes de Estado de Iberoamérica, al igual que Ángel Moisés Hernández Rojo, antiguo capitán
de otro buque madre de la CIA. Todos ellos, mercenarios al servicio de la
Agencia, continuaron, como se evidencia, sus acciones terroristas contra
Cuba.
Es por ello que pude explicarme el por qué de esta
coincidencia.
La CIA preparó a estos hombres y alentó su odio desmesurado hacia el
proceso revolucionario cubano. Los entrenó para matar y luego, al pasar el
tiempo, mantuvieron su obcecado accionar cuando sus amos trataron, en
apariencia, de distanciarse de sus actos. Esa es la primera
verdad.
No cabe duda, por supuesto, que tales individuos como Alfredo Otero,
Secundino Córdoba, Ángel Moisés Hernández y muchos otros que se pasean
libremente por las calles de Miami, conocidos terroristas y enemigos ideológicos
de la Revolución, tratan de mantener,
afanosamente, una larga y
peligrosa beligerancia contra Cuba,
expresada en el más abominable terrorismo. Todos ellos, aupados dentro de la
FNCA, contaron con la complicidad de sus antiguos amos y aún cuentan con ella.
Esa es otra verdad.
Nadie en Estados Unidos les ha reclamado una explicación legal por tanto
crimen cometido. Por el contrario, se persigue y aprisiona injustamente a los
hombres que tratan de evitar tales barbaries. También esta es otra
verdad.
Tratarán de repetir actos como el de Siguanea, cuya consecuencia será la
de enlutar a los hogares cubanos y de privar de la vida a valiosos jóvenes en la
flor de la existencia. Para ellos, a qué negarlo, siempre habrá un diciembre que tratarán de repetir, cargado
de muerte y amenazas. Por nuestra parte, nos mantendremos
defendiéndonos.
Pero la verdad suprema en todo esto es que, luego de cuarenta años de
cometido tan horrendo crimen, el dedo acusador de los cuatro mártires de
Siguanea, continuará señalando hacia el
Norte, al lugar de donde vinieron sus asesinos, reclamando la justicia por la
que han esperado durante tanto tiempo.
Como puede apreciar, amigo lector, todo tiene en la vida una
explicación, aún cuando suceda en diciembre.
1 comentario:
Creo que es completamente cierto: todo en la vida, absolutamente todo, tiene su explicación. Yo había escuchado que había ocurrido algo similar en isla margarita, venezuela. Saludos
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