Enrique Ubieta Gómez
Acabo de regresar de un encuentro con Fidel, así, sin más, para que el lector sienta como propia la sorpresa que sentimos los invitados: intelectuales cubanos y extranjeros que participamos en la Feria Internacional del Libro de La Habana (de toda Cuba). Fidel: radiante, lúcido, de buen humor. Ocho horas y media de intensa conversación. Dos veces nos sobrepusimos al deseo de amanecer con él, la primera cuando Eusebio pidió moderación –aludiendo a la convalencia y avanzada edad del anfitrión–, ante la indetenible avalancha de intervenciones y preguntas; la segunda, cuando Frei Betto agradeció lo que parecía ya un exceso de tiempo concedido por el líder de la Revolución cubana. Pero a uno y otro, Fidel respondió sonriente concediendo la palabra a todo el que quiso hablar, y luego, hablando él mismo durante una hora más, como en sus años de juventud y madurez. No llevé cámara, porque alguien me aseguró que no podría entrar con ella, y todos o casi todos mis acompañantes llevaron la suya, y retrataron a su antojo ese rostro querido y admirado. Las intervenciones, matizadas de rato en rato por recuerdos y reflexiones del hombre que ha sido protagonista del último medio siglo de la historia mundial, abarcaron los temas más disímiles: el poder mediático y el financiero, "no se vende información a la gente –decía Ramonet–, se vende gente a los anunciantes" y alguien muy cerca de mí agregó: "y gente a la información", porque como también advirtiera el hispano–francés, los medios trasnacionales domestican, apaciguan a la población con un discurso maniqueo y simplificador, o como afirmara Pérez Esquivel, imponen el monocultivo de las mentes. Daniel Chavarría preguntó qué podría aconsejar el revolucionario ante la evidente destrucción del ecosistema planetario, y si su respuesta lo haría sentirse más tranquilo o más alarmado. Para sentirnos tranquilos –dijo Fidel–, debemos trabajar y luchar sin descanso. Si a la Humanidad solo le restaran unos pocos años, tendríamos que luchar esos pocos años. Fidel interrogaba a cada expositor: ¿cuantas hectareas tiene el terreno del que habla?, ¿con qué recursos cuenta su país? ¿cómo piensan sustituir el petroleo? Se habló de la solidaridad para con los pueblos árabes. Abel pidió extirpar los sectarismos de las convocatorias y cartas públicas, para obtener el necesario consenso y Fidel interrumpió la narración de una anécdota de sectarismo, que Atilio Borón anunciaba en sus palabras, para enfatizar: "no te busques enemigos por gusto, ya tenemos a uno poderoso enfrente: el imperialismo norteamericano", más adelante agregó que aunque el imperialismo provoca, incita, no tiene el control sobre lo que sucede (nadie lo tiene), ni sobre lo que sucederá en el Medio Oriente. Alba Rico advirtió que los latinoamericanos desconocemos la existencia de un malestar social genuino en los pueblos árabes, aunque denunciamos correctamente la intervención del imperialismo. Hablaron ministros del Caribe, políticos, escritores, intelectuales de variadas ocupaciones. Solo quiero hacer constar mi alegría, nuestra alegría, como dijera Frei Betto, y la probable irritación del imperialismo, ante la salud mental y física del Comandante en jefe.
Acabo de regresar de un encuentro con Fidel, así, sin más, para que el lector sienta como propia la sorpresa que sentimos los invitados: intelectuales cubanos y extranjeros que participamos en la Feria Internacional del Libro de La Habana (de toda Cuba). Fidel: radiante, lúcido, de buen humor. Ocho horas y media de intensa conversación. Dos veces nos sobrepusimos al deseo de amanecer con él, la primera cuando Eusebio pidió moderación –aludiendo a la convalencia y avanzada edad del anfitrión–, ante la indetenible avalancha de intervenciones y preguntas; la segunda, cuando Frei Betto agradeció lo que parecía ya un exceso de tiempo concedido por el líder de la Revolución cubana. Pero a uno y otro, Fidel respondió sonriente concediendo la palabra a todo el que quiso hablar, y luego, hablando él mismo durante una hora más, como en sus años de juventud y madurez. No llevé cámara, porque alguien me aseguró que no podría entrar con ella, y todos o casi todos mis acompañantes llevaron la suya, y retrataron a su antojo ese rostro querido y admirado. Las intervenciones, matizadas de rato en rato por recuerdos y reflexiones del hombre que ha sido protagonista del último medio siglo de la historia mundial, abarcaron los temas más disímiles: el poder mediático y el financiero, "no se vende información a la gente –decía Ramonet–, se vende gente a los anunciantes" y alguien muy cerca de mí agregó: "y gente a la información", porque como también advirtiera el hispano–francés, los medios trasnacionales domestican, apaciguan a la población con un discurso maniqueo y simplificador, o como afirmara Pérez Esquivel, imponen el monocultivo de las mentes. Daniel Chavarría preguntó qué podría aconsejar el revolucionario ante la evidente destrucción del ecosistema planetario, y si su respuesta lo haría sentirse más tranquilo o más alarmado. Para sentirnos tranquilos –dijo Fidel–, debemos trabajar y luchar sin descanso. Si a la Humanidad solo le restaran unos pocos años, tendríamos que luchar esos pocos años. Fidel interrogaba a cada expositor: ¿cuantas hectareas tiene el terreno del que habla?, ¿con qué recursos cuenta su país? ¿cómo piensan sustituir el petroleo? Se habló de la solidaridad para con los pueblos árabes. Abel pidió extirpar los sectarismos de las convocatorias y cartas públicas, para obtener el necesario consenso y Fidel interrumpió la narración de una anécdota de sectarismo, que Atilio Borón anunciaba en sus palabras, para enfatizar: "no te busques enemigos por gusto, ya tenemos a uno poderoso enfrente: el imperialismo norteamericano", más adelante agregó que aunque el imperialismo provoca, incita, no tiene el control sobre lo que sucede (nadie lo tiene), ni sobre lo que sucederá en el Medio Oriente. Alba Rico advirtió que los latinoamericanos desconocemos la existencia de un malestar social genuino en los pueblos árabes, aunque denunciamos correctamente la intervención del imperialismo. Hablaron ministros del Caribe, políticos, escritores, intelectuales de variadas ocupaciones. Solo quiero hacer constar mi alegría, nuestra alegría, como dijera Frei Betto, y la probable irritación del imperialismo, ante la salud mental y física del Comandante en jefe.
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