Nos hemos acostumbrado tanto a llamarlos “Cinco Héroes” que, a veces, hasta terminamos resignándonos a verlos con distancia, como rostros ensamblados a las cinco puntas de una estrella, mostrados por esa imagen que ha recorrido Cuba y parte del mundo en medio de los esfuerzos de la campaña por su liberación.
De ellos creemos conocerlo todo: que infiltraron grupos anticubanos para proteger a su país del terrorismo, que la justicia norteamericana se ensañó con su causa, que el ambiente de Miami los hizo víctimas de manipulaciones en el orden legal, mediático y político… Insisto: creemos conocerlo todo, excepto qué pasa por la cabeza de Gerardo, Fernando, Ramón, Antonio y René, cuando despiertan cada día sin saber exactamente cuándo, por fin, conseguirán su libertad.
Desde Estados Unidos, decenas de articulistas y toneladas de papel y tinta han hecho lo suyo para demonizarlos: “son espías” -martillan en el cerebro de los norteamericanos hasta el infinito, como si, en realidad, hubiesen penetrado las oficinas de la Casa Blanca para obtener información clasificada de ese gobierno. O como si los propios Estados Unidos no tuvieran desplegados en decenas de países agentes como ellos, dentro de Al Qaeda o grupos terroristas similares, a fin de evitar que sobre Washington o Nueva York se descorra nuevamente el velo trágico del 11 de septiembre.
La inocencia de los Cinco, más que un argumento repetido hasta el cansancio por el gobierno cubano, es un hecho reconocido por abogados, políticos y militares estadounidenses. Lo admitió hasta el General James Clapper en medio del juicio que tuviera lugar años atrás.
A ver si me explico: el mismo General designado por Obama como Director Nacional de Inteligencia, considerado por el Jefe de la Casa Blanca como uno de los expertos más reputados de su país en este tema, negó resueltamente la acusación de espionaje que pesa contra Gerardo, Ramón, Fernando, Antonio y René. Esa evidencia, sin embargo, parece haber sido sepultada bien hondo dentro del discurso de la dictadura mediática internacional.
Pero lo que quiero ahora no es precisamente desenterrar tales hechos, sino más bien trascenderlos, para intentar ver más allá de razones leguleyas y penetrar en la dimensión humana de cinco familias excepcionales. Es inevitable hacerlo, cuando se ve a Mirta Rodríguez pasarle por encima al cansancio de los años y defender a su hijo Tony con la pasión de una adolescente: “es que él me ha dicho que yo soy su amor eterno”. O se escucha a Olga Salanueva sobreponerse a la imprudencia de quienes le miran con aire lastimero: “Yo no quiero lástima, yo quiero justicia”.
O se advierte a Adriana González compartiendo con el mundo, como si le fuera imposible tragarse su dolor, una carta de amor a Gerardo: “Me descubrí soñando que ya estabas libre, y en un fuerte abrazo te pedía que no volvieras a dejarme sola”.
Este 15 de febrero Carmen Nordelo, madre de Gerardo, habría cumplido 79 años, si no fuera porque el Alzheimer, tras una lucha prolongada contra la muerte, le arrebató su vida física en el 2009. La biografía de Gerardo Hernández Nordelo menciona su misión internacionalista en la República de Angola, sus 54 misiones combativas, sus servicios a Cuba tras haber infiltrado organizaciones contrarrevolucionarias en el corazón de Miami, pero no dice por ninguna parte -no puede decirlo- que estuvo impedido de asistir al sepelio de su madre y no tuvo más remedio que llorarla en el recuerdo, en la distancia y en la soledad de la prisión.
Cuentan quienes la acompañaron el día de su muerte, que dedicó a su hijo la última señal de vida que podía emitir desde su mirada fija. “Alguien dijo Gerardo, ella parpadeó y un par de lágrimas rodaron desde sus ojos hasta entonces secos”.
Fue un 2 de noviembre, 11 años después de que Gerardo perdiera también, en un accidente aéreo, a una de sus hermanas.
Como si el tiempo se hubiera ensañado en ponerle siempre las pruebas más duras, incluyendo, por supuesto, la sentencia de dos cadenas perpetuas que pesan sobre él y, de manera inevitable, sobre cada uno de sus seres queridos.
Se entiende que Cuba entera califique a “los Cinco” de Héroes. A estas alturas han pasado todo: el aislamiento, las presiones innumerables, los intentos infinitos de quebrar su resistencia. Mientras, ellos no solo han hecho sobrevivir su voluntad, sino que han logrado nuclear en torno a ella la solidaridad y el amor de millones de personas en todo el mundo.
Ciertamente son Héroes, pero lo son más porque, en estos 14 años, han sorteado como seres humanos admirables las frustraciones, las añoranzas, los desgarramientos y la nostalgia, tendidos como trampa una y otra vez en el camino de su lucha. Lo que hace verdaderamente grandes a esos Héroes es que son de carne y hueso.
De ellos creemos conocerlo todo: que infiltraron grupos anticubanos para proteger a su país del terrorismo, que la justicia norteamericana se ensañó con su causa, que el ambiente de Miami los hizo víctimas de manipulaciones en el orden legal, mediático y político… Insisto: creemos conocerlo todo, excepto qué pasa por la cabeza de Gerardo, Fernando, Ramón, Antonio y René, cuando despiertan cada día sin saber exactamente cuándo, por fin, conseguirán su libertad.
Desde Estados Unidos, decenas de articulistas y toneladas de papel y tinta han hecho lo suyo para demonizarlos: “son espías” -martillan en el cerebro de los norteamericanos hasta el infinito, como si, en realidad, hubiesen penetrado las oficinas de la Casa Blanca para obtener información clasificada de ese gobierno. O como si los propios Estados Unidos no tuvieran desplegados en decenas de países agentes como ellos, dentro de Al Qaeda o grupos terroristas similares, a fin de evitar que sobre Washington o Nueva York se descorra nuevamente el velo trágico del 11 de septiembre.
La inocencia de los Cinco, más que un argumento repetido hasta el cansancio por el gobierno cubano, es un hecho reconocido por abogados, políticos y militares estadounidenses. Lo admitió hasta el General James Clapper en medio del juicio que tuviera lugar años atrás.
A ver si me explico: el mismo General designado por Obama como Director Nacional de Inteligencia, considerado por el Jefe de la Casa Blanca como uno de los expertos más reputados de su país en este tema, negó resueltamente la acusación de espionaje que pesa contra Gerardo, Ramón, Fernando, Antonio y René. Esa evidencia, sin embargo, parece haber sido sepultada bien hondo dentro del discurso de la dictadura mediática internacional.
Pero lo que quiero ahora no es precisamente desenterrar tales hechos, sino más bien trascenderlos, para intentar ver más allá de razones leguleyas y penetrar en la dimensión humana de cinco familias excepcionales. Es inevitable hacerlo, cuando se ve a Mirta Rodríguez pasarle por encima al cansancio de los años y defender a su hijo Tony con la pasión de una adolescente: “es que él me ha dicho que yo soy su amor eterno”. O se escucha a Olga Salanueva sobreponerse a la imprudencia de quienes le miran con aire lastimero: “Yo no quiero lástima, yo quiero justicia”.
O se advierte a Adriana González compartiendo con el mundo, como si le fuera imposible tragarse su dolor, una carta de amor a Gerardo: “Me descubrí soñando que ya estabas libre, y en un fuerte abrazo te pedía que no volvieras a dejarme sola”.
Este 15 de febrero Carmen Nordelo, madre de Gerardo, habría cumplido 79 años, si no fuera porque el Alzheimer, tras una lucha prolongada contra la muerte, le arrebató su vida física en el 2009. La biografía de Gerardo Hernández Nordelo menciona su misión internacionalista en la República de Angola, sus 54 misiones combativas, sus servicios a Cuba tras haber infiltrado organizaciones contrarrevolucionarias en el corazón de Miami, pero no dice por ninguna parte -no puede decirlo- que estuvo impedido de asistir al sepelio de su madre y no tuvo más remedio que llorarla en el recuerdo, en la distancia y en la soledad de la prisión.
Cuentan quienes la acompañaron el día de su muerte, que dedicó a su hijo la última señal de vida que podía emitir desde su mirada fija. “Alguien dijo Gerardo, ella parpadeó y un par de lágrimas rodaron desde sus ojos hasta entonces secos”.
Fue un 2 de noviembre, 11 años después de que Gerardo perdiera también, en un accidente aéreo, a una de sus hermanas.
Como si el tiempo se hubiera ensañado en ponerle siempre las pruebas más duras, incluyendo, por supuesto, la sentencia de dos cadenas perpetuas que pesan sobre él y, de manera inevitable, sobre cada uno de sus seres queridos.
Se entiende que Cuba entera califique a “los Cinco” de Héroes. A estas alturas han pasado todo: el aislamiento, las presiones innumerables, los intentos infinitos de quebrar su resistencia. Mientras, ellos no solo han hecho sobrevivir su voluntad, sino que han logrado nuclear en torno a ella la solidaridad y el amor de millones de personas en todo el mundo.
Ciertamente son Héroes, pero lo son más porque, en estos 14 años, han sorteado como seres humanos admirables las frustraciones, las añoranzas, los desgarramientos y la nostalgia, tendidos como trampa una y otra vez en el camino de su lucha. Lo que hace verdaderamente grandes a esos Héroes es que son de carne y hueso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario