Desde fines de la Segunda Guerra Mundial, la doctrina del “cambio de régimen” es una parte inamovible de la política exterior de los Estados Unidos, como forma de dominación, control político de otros países y herramienta neocolonialista para asegurarse la explotación de sus recursos.
En su forma ideal, consiste en el derrocamiento de gobiernos, en muchos casos democráticamente elegidos, sin el uso abierto y reconocido de la fuerza militar. Esta ha sido la tarea principal de la Central de Inteligencia estadounidense, a través del uso combinado de agentes encubiertos, financiación y entrenamiento de grupos insurgentes, campañas de propaganda y golpes de estado. La fórmula resultó bastante exitosa para los intereses de Estados Unidos hasta fines de los años 50.
Pero hace 50 años, la doctrina del “cambio de régimen” encontró en Bahía de Cochinos, Cuba, su fracaso más estrepitoso. Un fracaso que sirvió, además, para que el mundo supiera que tan vacías eran las declaraciones de los presidentes estadounidenses acerca de su respeto a las leyes internacionales de no intervención y neutralidad.
La hostilidad de Washington hacia la Revolución Cubana comenzó cuando La Habana lanzó sus primeras medidas de fondo, la reforma agraria y un plan de estatizaciones, que incluyó la expropiación de empresas y latifundios de propiedad estadounidense en la isla. Los acuerdos de Cuba con la Unión Soviética, y las declaraciones cada vez más frecuentes de los líderes de la Revolución sobre el carácter socialista del proyecto político cubano encendieron la paranoia de la Casa Blanca ante la posibilidad de un estado comunista a sólo 150 kilómetros de sus costas.
En marzo de 1960, el entonces presidente Dwight Einsenhower autorizó a la CIA a organizar, entrenar y equipar un ejército de mercenarios integrado por exiliados cubanos que fueran capaces de instaurar una guerrilla dentro de la isla, y posteriormente liderar una invasión que permitiera terminar con la Revolución Cubana.
El entonces director de la CIA, Allen Dulles, gozaba del crédito de una operación similar, el golpe de 1954 contra el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala.
El entonces director de la CIA, Allen Dulles, gozaba del crédito de una operación similar, el golpe de 1954 contra el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala.
Como lo demuestran los documentos desclasificados de la época, la consigna de la Casa Blanca era evitar, por todos los medios, que el diseño estadounidense de toda la operación se hiciera público, dando al mundo la imagen de que se trataba de una genuina insurgencia integrada por opositores cubanos, que actuaba por cuenta propia.
Pero para lograr estos objetivos, había que crear una fuerza militar capaz de combatir por aire, mar y tierra con los motivados milicianos cubanos.
Pero para lograr estos objetivos, había que crear una fuerza militar capaz de combatir por aire, mar y tierra con los motivados milicianos cubanos.
La CIA inició en abril de 1960 el reclutamiento de cubanos anticastristas entre la comunidad de exiliados en Miami. Estados Unidos utilizó bases militares en su propio territorio así como en varios países de América Central, cuyos gobiernos eran dictaduras o permeables a sus propósitos, para entrenar a unos 1.500 hombres. El grupo fue denominado “Brigada de Asalto 2506”, y sus integrantes recibieron entrenamiento en instalaciones de Estados Unidos, Panamá, Guatemala, Puerto Rico y Nicaragua.
La preparación incluyo tácticas de infantería y guerrilla, pilotaje de aviones de combate, paracaidismo, manejo de tanques, explosivos y comunicaciones.
Ocultar la preparación de una fuerza de esa envergadura, pese a todo el secreto establecido, era una tarea difícil. Los servicios secretos cubanos tuvieron muy pronto noticias de los preparativos. Artículos aparecidos en el Washington Post y el New York Times corroboraron los temores. La inminencia de una invasión comenzó a volverse una certeza para el gobierno de Fidel Castro, que inició los preparativos para enfrentarla.
Una de las decisiones estratégicas fue la de aplastar rápidamente una insurgencia integrada por ex militares del dictador Fulgencio Batista y disidentes de la Revolución que operaba en las montañas del Escambray, lo que eliminó la posibilidad de un apoyo interno a la invasión.
La ingenuidad de la doctrina del “cambio de régimen”, entonces, al igual que hoy, era resistente a los datos más duros de la realidad: una encuesta realizada en Cuba en la primavera de 1960 por investigadores sociales de Princeton enteró a la Casa Blanca de que la inmensa mayoría de los cubanos apoyaba la Revolución.
Estados Unidos proveyó a la Brigada 2506 de armamento pesado, explosivos, cinco tanques, ocho aviones de transporte, ocho bombarderos y otros tantos barcos de transporte, además de numerosas lanchas de desembarco. Los bombarderos Douglas A-26, iguales a los que integraban la aviación de Batista y habían pasado a manos de las fuerzas revolucionarias, habían sido pintados con falsas insignias de la fuerza aérea cubana, para simular que se trataba de disidentes que se habían pasado a la contrarrevolución.
El 2 de enero de 1961, Estados Unidos rompió relaciones diplomáticas con Cuba. Con la llegada al poder de John Fitzgerald Kennedy, el 20 de ese mes, los tiempos se aceleraron. Noventa días después de haberse instalado en la Casa Blanca, el nuevo y poco experimentado presidente le dio luz verde a la operación de la CIA contra Cuba.
El plan finalmente aprobado consistía en un asalto anfibio a Bahía de Cochinos, en una zona de marismas de difícil acceso por tierra. Allí los invasores establecerían una cabeza de playa y en tres días, un “gobierno provisional” sería transportado desde Miami, y reconocido de inmediato por Washington. Al mando de toda la operación estaba el jefe de la CIA, Allen Dulles, mientras que José San Román, un militar cubano exiliado, estuvo a cargo de la Brigada 2506.
La operación comenzó el 15 de abril con una serie de bombardeos a las principales bases aéreas en la isla, con el objetivo de destruir en tierra la reducida flota de combate revolucionaria. Los bombarderos, piloteados por cubanos y contratistas de la CIA, consiguieron parcialmente su objetivo, pero Fidel Castro y los suyos supieron que la invasión había comenzado y se dispusieron a repelerla.
Cerca de las 0 hora del 17 de abril, la fuerza mercenaria que había zarpado desde Puerto Cabezas, Nicaragua, con la protección de varios destructores de la Marina estadounidense, inició el desembarco. Pero la fuerza aérea cubana había logrado preservar varios aviones de combate de los ataques iniciales, los que resultaron claves para la victoria, y asestaron duros golpes a la Brigada 2506, entre ellos, la destrucción del buque Río Escondido, que transportaba pertrechos, equipos y municiones.
En los dos días subsiguientes, las milicias revolucionarias, apoyadas por tanques y morteros, aplastaron a la fuerza mercenaria, que sufrió unas 114 bajas en combate, mientras que casi 1.200 hombres fueron capturados. Entre los muertos hubo cuatro pilotos estadounidenses, que la CIA había contratado para reforzar la cobertura aérea y entraron en combate ante la inesperada resistencia cubana, cuando fue evidente que la derrota era inevitable. El precio para los cubanos fue elevado: más de 170 muertos y miles de heridos, sobre todo por los bombardeos.
No había forma de ocultar la mano de la Casa Blanca y la CIA en la fracasada invasión de Bahía de Cochinos.
Las consecuencias, para la Revolución Cubana y para América Latina, fueron profundas. La doctrina del “cambio de régimen” demostró sus límites. Y Cuba consolidó su socialismo. Meses después, en agosto de 1961, el Che Guevara explicó hasta qué punto la victoria de Playa Girón había galvanizado a la Revolución. Fue en la Conferencia de Punta del Este en la que se estableció el puntapié inicial de la “Alianza para el Progreso”, la otra herramienta que Washington desplegó contra Cuba ante el fracaso de la vía militar.
Como dijo el Che, con su peculiar estilo sarcástico, al referirse a las diferencias de motivación entre los revolucionarios que defendieron la isla, y los mercenarios apañados por la CIA: los invasores vinieron para “recuperar 371.930 hectáreas de tierra, 9.666 inmuebles, 70 fábricas, 10 centrales azucareras, tres bancos, cinco minas y 12 cabarets”.
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