Imagen: Miguel Bonasso y Fidel
Por Miguel Bonasso, escritor, peridista y político. Palabras en el acto de homenaje a Rodolfo Walsh durante la XVI Feria Internacional del Libro de La Habana, Cuba, el martes 20 de febrero de 2007.
"Si hay un nombre que une a esta isla entrañable de Cuba con la Argentina es Rodolfo Walsh, y no sólo por haber sido parte de su revolución."
Walsh esta unido a Cuba no sólo por el hecho de haber participado con la revolución recién estrenada de la experiencia de creación de Prensa Latina, sino porque Rodolfo se mantuvo fiel a Cuba hasta el fin de su vida. Nuestra generación de lucha en la Argentina -que no es una sola generación biológica- es hija directa de la Revolución Cubana; nos formamos con una conciencia guevarista y con el compromiso de unir la palabra y la acción.
En Walsh esa coherencia entre el discurso y el acto alcanza niveles poco comunes en la historia. Hay pocas figuras que representaron más a cabalidad lo que Antonio Gramsci llamaba el "intelectual orgánico", es decir, el intelectual vinculado a la lucha revolucionaria, que actúa y al mismo tiempo reflexiona sobre esa acción, con un pensamiento crítico, muy libre, muy abierto, muy flexible. La parábola existencial de Rodolfo comienza y termina con una paradoja: primero lo que un famoso dirigente de la Revolución China llamaba "traidor de clase". Debería haberse enrolado como su hermano, el capitán de navío, en las filas de una marina asesina, que el 16 de junio de 1955 bombardeó Buenos Aires provocando más de 300 muertos y 2000 heridos de población civil y, en cambio, acabó emboscado por la Armada.
Sin duda que la experiencia cubana fue fundamental para Rodolfo por muchas razones: por la vivencia misma de la Revolución en sus tiempos inaugurales, por el trabajo junto a Massetti en la agencia Prensa Latina, por el conocimiento personal del Che. Y por un hecho que García Márquez recogió en su crónica sobre "el escritor que se adelantó a la CIA".
Un día Walsh encontró un despacho de la agencia Tropical Cable que venía con una serie de números, y con esa inteligencia que lo caracterizaba, se dio cuenta de que se trataba de un mensaje cifrado. Entonces, recorrió las librerías de viejo de La Habana y se compró todos los libros de criptografía que pudo encontrar, y se puso a estudiarlos con esa cabeza matemática, ajedrecística que tenía, hasta dominarla y conseguir un resultado asombroso. Porque ese despacho de la Tropical Cable encerraba un mensaje cifrado procedente de la hacienda guatemalteca de Retalhuleu, donde se entrenaban los mercenarios que habrían de venir a invadir a Cuba, en Playa Girón, en 1961. El hombre que había revelado la masacre de los basurales, ignorada por todos los medios de comunicación, ahora estaba en presencia de otra primicia extraordinaria y también de un dato providencial para el Estado cubano.
Este descubrimiento de Walsh es fundamental porque tiene mucho que ver con lo que sería después su actividad revolucionaria en la estructura de inteligencia de varias organizaciones guerrilleras como las Fuerzas Armadas Peronistas, las Fuerzas Armadas Revolucionarias y finalmente en Montoneros. Pero antes de llegar a esa actividad anónima y clandestina, Rodolfo Walsh había madurado como escritor y producido algunas gemas inolvidables, como el cuento "Esa mujer", que tiene la exactitud verbal de un gran poema. A fines de los ’60, Rodolfo era ya un escritor consagrado, y con un gran porvenir pero en vez de entregarse por completo a su carrera literaria eligió la militancia y sumergió su nombre en el anonimato de la lucha sindical, al participar activamente en lo que fue el primer intento importante de una central obrera independiente, no burocrática: la CGT de los Argentinos. Ahí Rodolfo escribe algunos documentos esenciales, como el programa del Primero de Mayo de 1968. Y me consta, porque lo hablamos en la época del diario Noticias, que seguía soñando siempre con la posibilidad de la novela que no llegó a escribir.
Le tocó lo peor que le puede tocar a alguien, que fue la muerte de su hija mayor, Vicki, que cayó heroicamente combatiendo al ejército. Le tocó sufrir la muerte de un gran amigo, el poeta Francisco (Paco) Urondo, que también estuvo estrechamente ligado a Cuba y a Casa de las Américas. Al final de la parábola, con una conciencia comprometida pero muy lúcida, entendió antes que muchos militantes los errores trágicos que estaba cometiendo la conducción montonera.
Lamentablemente, la vida de Rodolfo fue truncada a los 50 años, cuando tanto podía dar. Pero es indudable que murió como vivió, yendo mucho más allá de lo que afirmó en su "Carta de un escritor a la Junta Militar": el compromiso de dar testimonio en tiempos difíciles. Dio, como un hombre de honor, su propia vida.
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