Tamara Roselló/Revista América en Movimiento, de la ALAI
Rosa Miriam Elizalde recientemente obtuvo el premio Juan Gualberto Gómez, en periodismo digital (2010). Con este reconocimiento la Unión de Periodistas de Cuba distingue a profesionales de la prensa nacional por su trabajo anual. Desde una ventana digital la editora del sitio Cubadebate, sigue los sucesos más urgentes del mundo y de su propio país. Dialoga con otros cibernautas y estudia (y logra) una alternativa de comunicación que desde la izquierda, aprovecha las oportunidades de las redes sociales en internet, porque “para conocer este mundo hay que meterse en él, hay que usar esas herramientas de una manera crítica”, asegura. Delante de la computadora sigue los últimos sucesos en Japón tras el terremoto del 11 de marzo. Comparte informaciones con los seguidores de su sitio en Facebook y Twitter e invita al intercambio y al análisis de estos procesos tecnológicos que atraviesan cada vez más nuestras sociedades contemporáneas. América en movimiento suma algunas de sus reflexiones en ese ir y venir de la práctica a la teoría, un viaje al que dedica la mayor parte de su tiempo.
-Las movilizaciones en el Oriente Medio han recolocado los debates sobre el rol de las redes sociales en internet. ¿Cuánto ha contribuido este contexto a la mitificación o no de espacios como Facebook o Twitter?
-Hay una especie de evangelismo digital que trata de sobredimensionar la trascendencia de las redes sociales. Esta es una visión interesada y manipuladora, que intenta supeditar las motivaciones de los individuos a determinados instrumentos, que no son neutrales. Las redes sociales establecen entre los individuos lazos débiles, esenciales para compartir información y crear puentes entre subgrupos, pero no determinan la voluntad de los usuarios para movilizarse en torno a una acción, particularmente aquella en la que nos va a veces hasta la vida. Emplearse de lleno en algo así necesita de entornos y estructuras sociales con relaciones muy sólidas, como las que uno tiene con familiares y amigos cercanos. Tener 2 000 “amigos” en Facebook y otro tanto de “seguidores” en Twitter permite encontrar gente con intereses comunes e identificar un camino, como el que se muestra en los mapas, y en Túnez y Egipto estas asociaciones indicaron dónde quedaba la plaza para exigir la renuncia de los gobernantes, pero un mapa no es el paisaje real, no es la razón para sumarse a una protesta. Nada habría pasado sin la voluntad, la decisión de la gente de manifestarse y luchar por el cambio.
En otras palabras, la tecnología por sí misma no crea revoluciones. No lo creó ahora, ni lo hizo antes. A nadie se le ocurre hoy decir que le debemos la Revolución francesa a las octavillas o la Revolución rusa al telégrafo, los medios de la época, que obviamente fueron utilizados con eficacia por los revolucionarios franceses y rusos. Pero lo esencial sigue siendo la voluntad, ese impulso colectivo que llevó a miles de personas a tomar un buen día la Bastilla y asaltar el Palacio de Invierno.
-¿Por qué interesa esta percepción de las redes sociales como elemento catalizador de las protestas?
-El software social no es una red social, sino un instrumento que facilita la interacción entre los seres humanos. Decir que MySpace es una red social es como decirle agua al vaso que la contiene. Por tanto, el primer elemento manipulador es la misma semántica que se ha impuesto para identificar estos instrumentos, que son muchos y que gracias al escalamiento de las tecnologías cada vez responden mejor a las exigencias de la comunicación. Lo que conocemos como “redes sociales” en Internet facilitan extraordinariamente esta nueva dimensión de la vida humana que se ha incorporado a lo que llamamos el “mundo real”, que hasta hace tres décadas solo se pensaba, fundamentalmente, en términos de la realidad física. Hoy lo real es el mundo físico y el mundo virtual.
Lo virtual no es una cosa extraña, todopoderosa, sino la expresión simbólica del mundo tal y cual existe, un reflejo. Es como si de pronto el ser humano adquiriera noción de que convive permanentemente con su sombra, una especie de Platón postmoderno. Solo en las películas las sombras son otra cosa que la proyección de un individuo concreto. De modo que decir que en cualquier lugar de este mundo un gobierno puede ser sustituido por Google, o que Twitter es el responsable de las movilizaciones contra este o aquel gobierno, es un disparate o peor, una mentira, que no puede repetirse sino malintencionadamente. Un ejemplo es la famosa “Revolución verde iraní“, del verano del 2009.
Los medios nos vendieron los acontecimientos en Irán como una protesta organizada a través de Twitter. La verdad salió a la luz tan rápido como había llegado la mentira -solo que muchos ni se enteraron-. Businessweek publicó unos datos reveladores: de los 10 000 tuiteros que participaron activamente en la “revuelta”, solo 100 estaban en territorio iraní. ¿Por qué Estados Unidos nos vendió esta farsa? Porque hoy es posible convencer a la gente de que un símbolo es la realidad, y una sombra es un país, y con este juego de sombras chinas Estados Unidos ha intervenido en los asuntos de las demás naciones o ha invadido a otros, cuando se le antoja.
Y la opinión pública tiene muy mala memoria. Sabemos que una mentira sirvió para invadir Iraq. Bueno, ¿y qué? Ya fue olvidada. Es lo único que explica que en tiempo récord, más rápido que cuando Saddam Hussein era el malo de la película, el Consejo de Seguridad de la ONU dominado por EEUU logró ese acuerdo contra Libia, que incluye la posibilidad de la intervención militar.
-¿Significa esto que hay que darle la espalda a las “redes sociales”?
-Claro que no. No tengo ninguna duda de que si José Martí viviera hoy fuera “feibucero” y “tuitero”. Son instrumentos y espacios de comunicación donde cada vez más están conviviendo las audiencias, particularmente los jóvenes. Facebook tiene más de 600 millones de individuos cautivos en su plataforma -el 80 por ciento son menores de 35 años- y Twitter, más de 200 millones de seguidores. Internet ya tiene más de 2 000 millones de usuarios y se espera que antes del 2015 la mitad de la población esté enlazada a la red.
No se pueden construir alternativas políticas ni crear puentes de comunicación al margen de estos espacios, que como te dije antes no son neutrales y hay que asumirlos críticamente, pero teniendo claro que son ineludibles. Son las nuevas plazas públicas, donde ya no funciona el paradigma de los mass media -un punto de emisión y muchos receptores “pasivos”-, sino que cada individuo es receptor y emisor gracias a estas tecnologías. El discurso unidireccional, el hombre hablando a una multitud encaramado en un cajón de bacalao, se acabó. No hay manera de entablar la comunicación ahora si no escuchas al otro, si no te integras a una comunidad y si no haces cosas con otros, es decir, si no cooperas.
-¿Qué desafíos tiene la contrainformación frente a este nuevo paradigma?
-A la izquierda aún le cuesta mucho trabajo entender este cambio de paradigma. Generalmente vemos dos actitudes frente a las llamadas redes sociales: la paranoica o la panglossiana. O le tememos o sobrevaloramos sus posibilidades. La única manera de que nuestros proyectos tengan expresión en el mundo real es conociendo a profundidad cómo interactúan en la sociedad contemporánea las redes sociales y las redes tecnológicas, y solo a partir del conocimiento se pueden generar alternativas y construir espacios liberadores para los ciudadanos de este planeta, que viven en el Siglo XXI, con sus maravillas y sus iniquidades. No hay manera de sobrevivir ni política, ni económica, ni socialmente al margen de estas redes. Marginarse es suicida, tanto como asumir acríticamente todo lo que las transnacionales de las telecomunicaciones, esclavas de las políticas imperiales, han diseñado para reproducir las lógicas de un sistema injusto, excluyente, estupidizante, que nos ha convencido de que lo importante es lo interesante, que una sombra deformada de la realidad es la realidad.
Tenemos que aceptar el reto tecnológico, elaborar un pensamiento a partir de esta nueva realidad y, desde el punto de vista de la comunicación, convertir lo importante en interesante, sin hacer concesiones de principios, pero sin ignorar que la forma del mensaje, en un mundo donde lo simbólico tiene tanto peso, no es menos trascendente que el mensaje.
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