Los dos formidables desastres deparados en el 2010 por la naturaleza a Haití y Chile, junto al no menos siniestro golpe de estado que poco antes sufriera Honduras, unido todo ello a la reacción de la superpotencia ante estas situaciones de choque, han despertado justificados temores de que Latinoamérica se halle plenamente abocada a la aplicación de los principios de la doctrina del capitalismo de desastre que, con tanto reconocimiento internacional, denunciara la escritora, politóloga y periodista Naomí Klein.
Según esta destacada personalidad canadiense, el capitalismo ha triunfado en el mundo, no porque los pueblos de buena gana hayan asumido las bondades del mercado, sino porque las reglas de juego de ese sistema les han sido impuestas en forma de políticas liberales de mercado, especialmente, en momentos de catástrofes provocadas o aprovechadas como pretexto para ello.
Para los fundamentalistas del capitalismo, los países impactados por hecatombes, y en estado de choque por esa causa, se convierten en espacios dúctiles sobre los que resulta factible ejercer influencia política. Hay que acreditarle a Naomi Klein el mérito de haber advertido de este fenómeno y haber explicado de qué manera las calamidades, naturales o provocadas, sirven de escenarios para la implantación de las ideas globalizantes neoliberales. Cualquiera que sea la valoración que se haga de la teoría que ella plantea, uno no puede sustraerse a la constatación del hecho de que calamidades como los actos terroristas del 11 de septiembre de 2001, las guerras contra Irak y Afganistán, la pandemia de la crisis aviar primero y la AH1N1 después, así como la devastación de Nueva Orleáns por el huracán Katrina, han devenido simples “oportunidades de negocios” para las corporaciones transnacionales que tan exactamente se insertan en la hipótesis.
Los inexplicados desastres del once de septiembre en Estados Unidos, sean ellos obra de alguna fuerza maléfica o auto infringidos, se prestaron, como anillo al dedo, a los planes elaborados poco antes por el grupo neoconservador estructurado en el Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense (PNAC), organización unilateralista fundada en 1997 como nexo entre neoconservadores, la derecha cristiana y los nacionalistas en las vísperas de las elecciones de 2000 que llevaron a la presidencia, por vez primera, a George W. Bush.
Es también evidente que la “reconstrucción de Iraq” inyectó en la economía de entidades transnacionales miles de millones de dólares convirtiéndoles en beneficiarios de la guerra. Algo parecido, con alguna que otra característica diversa, depara a las grandes corporaciones estadounidenses la “reconstrucción de Afganistán”.
El contingente militar de tres mil marines que Washington envió como ayuda a Haití fue visto por muchos haitianos y observadores extranjeros como síntoma de una pérfida intención de dominación, sobre todo por lo expedita que fue esa “ayuda”, contrastada con lo lenta e incompleta que ha resultado el resto de la asistencia prometida de alimentos y medicinas urgentemente necesitados. Si bien Haití es uno de los países más empobrecidos del globo, (como castigo por la osadía de haber sido su pueblo el precursor de la independencia de Latinoamérica), su apetecida ubicación geopolítica y sus probables riquezas minerales le convierten en codiciado bocado. Otro tanto pudiera decirse respecto a Chile tras la calamitosa serie de sismos que le afectaron poco tiempo después del de Haití, en especial tras ser implantado el toque de queda y lanzados los militares y los carabineros a las calles a ejercer el control de la población civil, para mantener el orden y frenar la criminalidad.
Es sabido que la política de marginalidad social que aplicara la dictadura militar, lamentablemente continuada durante los veinte años de gobierno de la Concertación Democrática, se caracterizó por el mantenimiento de bolsones de pobreza en un país de próspera apariencia. Fue este orden injusto lo que aportó la ira acumulada de los pobladores que estalló en forma de saqueos de almacenes y otros desafueros. Y, a su vez, el estado generalizado de desorden social, magnificado por los medios en manos de la derecha, sirvió de motivo para la intervención militar con toque de queda en Santiago a pocos días del cambio de mando que llevaría de regreso al poder a la derecha, con los militares en las calles controlando con sus tanques anfibios armados de ametralladoras y cañones a la población civil en infamantes escenas que hicieron recordar las del nefasto golpe del 11 de septiembre de 1973 que asesinó a Salvador Allende. En Honduras, Haití y Chile, están hoy los militares en las calles de tres países en estado de crisis.La generosidad imperialista podría ofrecerles sacarles de ese trance convocando a los magnánimos consorcios transnacionales (sobre todo a los estadounidenses) a asumir la reconstrucción de esas naciones, exigiéndoles tan solo que mantengan políticas de “toques de queda” contra las movilizaciones sociales. También, seguramente, les prometerán jugosas comisiones a quienes viabilicen los acuerdos salvadores. ¡Puro capitalismo de choque!
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