viernes, 8 de abril de 2011

El aire enrarecido, Fernando Ravsberg

NOTA: Fernando Ravsberg (Argentina) trabajó como periodista en Prensa Latina en los años setenta. Desde hace algún tiempo es corresponsal en La Habana de la BBC.
adp


En 1992 un amigo de mis hijos me comentó que "en Villa condecoraron a un disidente", le corregí explicándole que sería a un "dirigente" pero lo negó, aclarando que se trata de "uno de esos de los Derechos Humanos".
Pocos días después pude averiguar que el representante en Cuba del ala más dura, radical y poderosa del exilio era en realidad un agente de la Seguridad del Estado que había sido infiltrado durante años en la disidencia.
Han pasado dos décadas pero la saga no se detiene, cada cierto tiempo aparecen nuevos agentes, personas a las que conocemos y consideramos anticastristas convencidos pero que en "el próximo capítulo" terminan siendo todo lo contrario.
Con el tiempo se comprende que a nuestro alrededor se mueven fuerzas ocultas, espías octogenarios, disidentes condecorados, periodistas no tan independientes, blogueros-criptologos, agentes secretos masones, académicos y artistas.
Ya en los 60 se decía que la mayoría de los jefes de la "contrarrevolución" eran agentes de la Seguridad y desde entonces "queman" periódicamente alguno como medida profiláctica.
Pero si la actividad de espionaje le ha hecho daño a la disidencia mucho más se lo hace su vinculación con Estados Unidos. Basta ver la imagen de un opositor conversando con un diplomático estadounidense para que se despierte la suspicacia de los cubanos.
En la serie todos los hilos se relacionan de una u otra forma con Washington algo que en Cuba es políticamente muy rentable, por lo menos hacia el sector de la población que mira a Estados Unidos con un recelo que se arrastra desde el siglo XIX.

Algunos lo saben. Eloy Gutiérrez Menoyo, quien combatió a Fidel Castro y hoy vive en Cuba, se niega a conversar con los norteamericanos a menos que esté la prensa delante, "no tengo nada que ocultarle al pueblo cubano", me explicó.
Medio siglo de intentos frustrados demuestran cuán difícil es lograr que la mayoría de los cubanos se monten en un tren conducido por los vecinos del norte. Por eso el eje de esta serie es seguir la ruta del dinero hasta encontrar su fuente.

Claro que tampoco hace falta una gran investigación, el senador John Kerry acaba de confirmar que se dedicaron US$150 millones a la "promoción de la democracia en Cuba" pero asegura que no soltará un centavo más si no le explican en que se los gastaron.
Por si fuera poco "mete en el potaje" a Alan Gross e insinúa que esa política provocó "que el Gobierno cubano arreste a un contratista del Gobierno de Estados Unidos que estaba distribuyendo equipos de comunicación satelital".

Todas las alarmas se han disparado porque John Kerry, como Presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, exige también que la Oficina de Supervisión del Congreso investigue el destino de todos esos millones.
En fiscalizaciones anteriores aparecieron facturas de sierras eléctricas, de bombones y de abrigos de cuero "para la disidencia", y un destacado "luchador por la democracia en Cuba" terminó en la cárcel por robar medio millón de dólares.
"Ese dinero quemará las manos del que lo toque", profetizó hace una década el disidente Elizardo Sánchez. Estas "ayudas" son tan contraproducentes que en vez de fortalecer a la oposición la debilitan en lo político, la dividen internamente y la aíslan de la gente.

A veces me pregunto cómo hubiera sido Cuba sin la presencia de ese Gran Hermano tratando de influir en los destinos de la isla desde antes incluso de su nacimiento como país. Es difícil saberlo pero sin dudas sería una nación muy diferente.

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