sábado, 28 de julio de 2012

Las Olimpiadas y el mundo del espectáculo

En estos días se inician los Juegos Olímpicos. ¿Alguien puede imaginar evento más digno de encomio en sus orígenes? Hasta la guerra se detenía en la antigua Grecia cuando se realizaban los juegos. Hoy, son un inmenso negocio del espectáculo.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

Espectáculo de inauguración de los Juegos Olímpicos en Londres
¿Qué emparenta un concierto de Madona, el reality show de Kim Kardashian y las Olimpiadas de Londres? Que todas son un lucrativo espectáculo al que acceden millones de personas en el mundo a través de los medios de comunicación.

Estamos en la era de la industria del espectáculo: el showbusiness, que no deja resquicio ni respiro en nuestra vida diaria y que levanta uno de los mayores negocios de los que tenga noticia la humanidad,  a tal punto que perfectamente podemos caracterizar a nuestra época como la era del espectáculo.

El corazón de este emporio es los Estados Unidos de América. En ese país no hay hoja que se mueva que no pueda potencialmente ser transformada en un circo. Y lo peor es que todos se mueren por participar del show, tener sus cinco efímeros minutos de “fama” al aparecer en la pantalla de los televisores aunque sea solo para decir “mu”.

La cultura del espectáculo tiene un paraíso: Hollywood, a la que los norteamericanos llaman la fábrica de sueños. El potencial económico de Hollywood es inmenso, a tal grado que sus producciones constituyen uno de los principales rubros de ingresos de los Estados Unidos.

Pero su valor verdadero va mucho más allá de lo económico, es ideológico. No hay película de Hollywood que no traiga la carga inoculadora de los “valores americanos”. Desde bebés nuestros hijos maman las imágenes de la estatua de La Libertad como sinónimo de entrada a la Tierra Prometida, de las marchas militares norteamericanas como ambientación del triunfo del bien sobre el mal.

La industria del espectáculo lo fagocita todo, hasta lo más puro y limpio del ser humano pasa por su maquinaria transformándose en otra cosa que, siempre, alimenta las fauces de quienes no tienen más interés que ganar dinero.

En estos días se inician los Juegos Olímpicos. ¿Alguien puede imaginar evento más digno de encomio en sus orígenes? Hasta la guerra se detenía en la antigua Grecia cuando se realizaban los juegos. El premio que se les daba a los ganadores de las pruebas era un objeto simbólico. En los comienzos fue una manzana. La satisfacción, el honor, el reconocimiento moral eran la mayor compensación.

Hoy, los Juegos Olímpicos son un inmenso negocio del espectáculo. Si al ganador de una prueba le dieran una manzana de premio quedaría estupefacto o lo tomaría por una broma. Triunfar en las Olimpiadas asegura fama y fortuna.

El triunfo, incluso, puede no ser deportivo. Un escandalillo amoroso en la Villa Olímpica, una vestimenta estridente, un gesto que atraiga la atención pueden ser decisivos para atraer la atención de la industria que no dudará en engullir a la feliz víctima.

Alelados, millones de televidentes se solazarán en los días venideros del espectáculo olímpico en el que se publicitan los negocios más alejados del ideal olímpico como los de comidas y bebidas chatarra tipo Coca-Cola y Mac Donalds. Los locutores harán loas a los recintos deportivos y darán a conocer las cifras multimillonarias que han costado.

Es la banalización del deporte, la banalización de la cultura y la banalización de la vida por el showbusiness.

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