domingo, 3 de abril de 2011

El motivo de la guerra: suprimir los movimientos pro democracia a lo largo del Golfo

La verdad es la primera víctima de la guerra, y esto es especialmente cierto en las guerras civiles. Ambos bandos se han dedicado a elaborar atroces invenciones sobre victorias, bajas, monstruos y víctimas.

Ángeles y demonios aparte, este conflicto comenzó como una guerra civil entre dos grupos de elites libias: una autocracia paternalista establecida, ahora cada vez más neoliberal y con un apoyo popular importante, frente a una elite financiada y entrenada por imperialistas occidentales, respaldada por un conglomerado amorfo de jefes regionales, tribales y clericales, monárquicos y profesionales neoliberales desprovistos de credenciales democráticas y nacionalistas —y carentes de un amplio respaldo entre las masas—.
Conclusión

Si el motivo no es evitar genocidios, apropiarse del petróleo ni promover la democracia (mediante misiles Patriot), ¿qué es entonces lo que ha motivado la intervención imperialista euro-estadounidense?

Una de las claves está en la selectividad de la intervención militar occidental: los autócratas que gobiernan en Bahréin, Arabia Saudita, Yemen, Jordania, Qatar y Omán, aliados con y respaldados por los estados imperialistas euro-estadounidenses van por ahí deteniendo, torturando y asesinando a opositores desarmados en las ciudades con total impunidad. En Egipto y Túnez, Estados Unidos está respaldando a una junta de gobierno conservadora autoproclamada de miembros de la elite civil-militar para bloquear la profunda transformación democrática y nacionalista de la sociedad que exigen los manifestantes. Esta junta de gobierno pretende impulsar «reformas» económicas neoliberales a través de altos funcionarios pro occidentales «electos» cuidadosamente seleccionados. Aunque los críticos liberales acusen a Occidente de «hipocresía» y de «doble moral» al bombardear a Gadafi, pero no a los carniceros del Golfo, en realidad los gobernantes imperialistas aplican en cada región las mismas reglas de manera uniforme: defienden a aquellos regímenes clientes autocráticos estratégicos que han permitido a los estados imperialistas construir bases aéreas y navales estratégicas, llevar a cabo operaciones regionales de inteligencia y establecer plataformas logísticas para las guerras existentes en Irak y Afganistán, así como para el conflicto que tienen previsto iniciar en el futuro con Irán. Atacan a la Libia de Gadafi precisamente porque éste ha rechazado participar activamente en las operaciones militares occidentales en África y Oriente Próximo.

La clave es que, aunque Libia haya permitido a las mayores multinacionales estadounidenses y europeas saquear su riqueza petrolera, no se ha convertido en un activo geo-político-militar estratégico del imperio. Como hemos dicho en muchas otras ocasiones, la fuerza impulsora para construir el imperio estadounidense es militar, no económica. Es por esto por lo que se han sacrificado miles de millones de dólares en intereses y contratos económicos occidentales al establecer sanciones contra Irak e Irán, con el costoso resultado de que la invasión y ocupación de Irak ha suspendido en su mayor parte la explotación petrolera durante más de una década.

La ofensiva sobre Libia dirigida por Washington, en la que la mayoría de los ataques aéreos y de los lanzamientos de misiles los ha llevado a cabo el régimen de Obama, forma parte de un contraataque general en respuesta a los recientes movimientos populares prodemocráticos del mundo árabe. Occidente está contribuyendo a suprimir estos movimientos pro democracia a lo largo del Golfo; financia en Egipto a la junta de gobierno proimperialista y proisraelí y está interviniendo en Túnez para asegurarse de que el régimen nuevo que surja esté «correctamente alineado». Brinda apoyo a un régimen despótico en Argelia y a los ataques diarios de Israel sobre Gaza. En línea con esta política, Occidente respalda el levantamiento de ex partidarios de Gadafi y de monárquicos de derechas en la seguridad de que la Libia «liberada» de nuevo proporcionará bases militares para los constructores del imperio militar euro-estadounidense.

En contraposición, las potencias de mercado emergentes mundiales y regionales han rechazado apoyar este conflicto, que pone en peligro su acceso al petróleo y los contratos vigentes de exploración petrolera a gran escala firmados con Gadafi. Las economías en crecimiento de Alemania, China, Rusia, Turquía, India y Brasil dependen de la explotación de nuevos mercados y de recursos naturales por toda África y Oriente Próximo, mientras que Estados Unidos, Reino Unido y Francia se gastan miles de millones en guerras que desestabilicen estos mercados, destruyan infraestructuras y fomenten guerras de resistencia a largo plazo. Las potencias de mercado que se hallan en fase de crecimiento son conscientes de que los «rebeldes» libios no pueden garantizar una victoria rápida y un entorno estable para el comercio y las inversiones a largo plazo.
Los «rebeldes», una vez en el poder, serán los clientes políticos de sus mentores imperiales militaristas. Es obvio que una intervención militar imperialista en nombre de los separatistas regionales representa una gran amenaza para estas economías de mercado emergentes: Estados Unidos apoya a rebeldes étnico-religiosos en la provincia tibetana de China, así como a los separatistas uigures; hace tiempo que Washington y Londres respaldan a los separatistas chechenos en el Cáucaso ruso. India observa con cautela el apoyo militar estadounidense a Pakistán, que reclama Cachemira. Turquía se enfrenta a los separatistas kurdos que obtienen armas y refugio seguro de sus compañeros kurdos iraquíes abastecidos por Estados Unidos.

continuara...

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