Desde hace cincuenta años me dedico a amar a mi esposa y a mi extensa familia, a escuchar música clásica, a cuidar mi huerto, a dar largos paseos, a leer a los clásicos y a escribir.
A escribir compulsivamente. Y si escribo de este modo, es posible que sea porque reflexiono mucho y verbalizo o hablo lo menos posible acerca de lo que escribo.
¿Cuántos en este país podrían hacer todo esto, y cuántos, aun pudiéndolo hacer, no lo harían porque no saben que en la vida sencilla está la dicha? Me considero un ser humano privilegiado.
Pero siento como si un miembro de mi cuerpo, el que está conectado a la sociedad de los débiles, de los perseguidos, de los humillados, de los indigentes y de los inseguros, me lo hubieran amputado. Por eso me expreso como si fuera uno de ellos. Ahora se habla mucho de indignación y raro es, esté arriba o abajo, el que no habla de estar indignado. Aun los ricachones también dicen estarlo. Mimetizarse, como el Zelig de Woody Allen, es una formidable garantía. También decían los que la habían empezado, en relación a la guerra de Irak, que “nadie quiere la guerra”…
Durante casi treinta años el pueblo común ha estado como adormilado, aletargado, consumido y consumiendo ciegamente; ajeno a lo que el sentido común veía venir. Y cuando yo empezaba a quedarme indignado en solitario, fatigado por tan generalizada pusilanimidad y falta de perspectiva principalmente por parte de los gobernantes de esta medio democracia (y así lo vine expresando en distintos escritos, alguno de los cuales aún circulan por ahí), por fin el pueblo ha despertado.
Y ahora, por un lado me siento aliviado al no encontrarme solo en mis invectivas y sentir compartida mi indignación, pero, por otro lado la indignación tan extendida y colectiva acrecienta aún más la mía por vía de contagio. Porque en estos momentos la clase de vida que puedo permitirme, alquilado y con una simple pensión, es la propia de un creso al lado de tanta miseria, tanto desahucio y tanto desesperado. Me deprime la idea de que muy pocos de los miles de millones que hay en el mundo y de los millones de este país no puedan vivir como yo si lo quisieran.
Muchos potentados necios dicen que en los países comunistas sólo se reparte pobreza y están ufanos porque en los países capitalistas se reparta mucha riqueza.
Pues ojalá que en esta España, que reparte mucha riqueza pero con tanta y tan ultrajante desigualdad, muchos millones de españoles sin empleo ni esperanza pudieran disfrutar de la “riqueza” que poseo yo, marxista radical... Por eso mismo no olvido lo que decía Ghandi: "si quieres ser alguien, nunca serás humilde".
En las actuales circunstancias que atraviesa Europa, España y los países chantajeados por los bancos europeos y por el FMI, por tantísimos despilfarradores y ladrones interiores y por unos cuantos usureros exteriores se me antoja que Jesucristo, Buda, Confucio, Lao Tsé, Tolstoi y Marx son la misma persona.
viernes, 8 de julio de 2011
Yo y mi circunstancia, por Jaime Richart
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