La contra republicana continúa estigmatizando al presidente de Estados Unidos, con una mezcla de epítetos absurdos y lunáticos y una férrea ofensiva para reducir drásticamente el tamaño del estado, o el gobierno, en la jerga norteamericana.
Es crucial el debate en Estados Unidos sobre el gasto fiscal, los impuestos, la reducción de la deuda fiscal y del presupuesto de los futuros años. Es similar al debate del rescate a la economía cuando los republicanos se oponían tenazmente a que el estado inyectara liquidez a bancos e instituciones financieras en quiebra durante la crisis de 2008. Fue nítido en que si ese dinero no se hacía disponible a las instituciones financieras fallidas, se desplomaba todo el sistema y la crisis sería peor que la de 1929.
Hoy, la disyuntiva es similar. Si se implementa el plan republicano de no elevar impuestos a los ingresos anuales superiores a US$ 250.000, centrado en contener el gasto fiscal que deriva en cortar programas sociales especialmente en salud y subsidios a los más pobres, y en reducir el gasto en proyectos de infraestructura, el gobierno corre el riesgo del default y de carecer de la mínima liquidez para funcionar a partir de Agosto. Obama postula incrementar en un porcentaje moderado la deuda fiscal, elevar los impuestos de los más ricos, inyectar más recursos fiscales a proyectos de infraestructura que generan empleo y mantener los programas sociales más indispensables.
Este debate es universal y las manifestaciones estudiantiles, por ejemplo en Chile, son precisamente demandar un estado más fuerte que se empeñe en la protección social, y que es la misma agenda de Barack Obama al inicio de su gobierno, y por lo cual fue elegido en gran medida. La frasecita de que “se cuide la plata de todos los ciudadanos y no se despilfarre en programas sociales” ha sido una martingala con el hedor demagógico del lobby político del gran capital privado que perdura en el tiempo.
Es la situación de Chile y muchas otras naciones con un alto porcentaje de la población expresando desesperación por el modelo económico. Como contrapartida, se han detectado redes de ultra derecha en EUROPA con rasgos neofascistas orientados en contra de un estado que regule la fuerza desatada del capital y que ejerza funciones en la protección social.
Ante la negativa republicana en seguir negociando, Barack Obama en su discurso a la nación del 26 de julio advierte - con una resonancia global por tratarse de Estados Unidos- , de la gravedad de la crisis política: “El pueblo americano puede haber votado por un gobierno dividido, pero no ha votado por un gobierno disfuncional”. Lúcidamente insertó la prerrogativa parlamentaria dentro de una concepción unitaria de gobierno. Es claro, gobierno y estado no son lo mismo, pero dependiendo cómo se administra son lo mismo. Para salvar el sistema debe ser lo mismo.
La afirmación pone el dedo en la llaga relanzando un punto central de la agenda (global) para salvar al sistema capitalista actual: fortalecer el rol del estado en algunas funciones que ni el capital privado ni el mercado pueden realizar. Es su batalla en solitario desde el centro para salvar al sistema.
Desde Hobbes, pasando por Spinoza, Hegel, Marx y Weber hasta Keynes y Schumpeter, la discusión de más o menos estado pata equilibrar las asimetrías que genera el capitalismo ha sido un debate constante. La disfuncionalidad en el gobierno a que apunta el presidente de Estados Unidos, solo es explicable en una regresión bien primitiva del debate a los comienzos de la era capitalista, más de dos siglos atrás.
Es el estado de situación de un capitalismo en crisis política y económica, que no es más que la crisis del estado liberal en esta fase en donde se le ha asestado un golpe a su núcleo de justicia social con la implantación de un modelo con preponderancia desmedida del mercado y el poder del capital. Bajo este escenario, por mucho que se propague la idea de las redes sociales de internet como mecanismos de generar respuestas sociales a la inanición de representatividad del sistema político, el desnivel entre el poder de organización del capital corporativo y la capacidad de organización de la ciudadanía es inmenso.
Es así que Barack Obama ha sido llamado de “Commy-pinko-marxist-fascist-anti-Christ-evil”, por lobistas republicanos. El cocktail es someramente un engendro: “Simpatizante comunista-marxista-fascista, diablo anti cristiano”. Si no fuera por el dramatismo del debate entre los que abogan por el aniquilamiento del estado y los que intentan salvarlo y de paso salvar al capitalismo, estas diatribas serían otro capítulo de la opereta en política.
Los calificativos exhiben la debilidad republicana frente a un presidente que lo único que hace –arriesgando su credencial de progresista- es construir una agenda que contemple los puntos de vista republicanos, con mínimas reformas a un sistema que se carcome por dentro económica y políticamente. La receta de Obama para salvar el capitalismo, en un sentido integrado de economía y sociedad, pasa por reforzar el estado y los republicanos se resisten a conceder esa posibilidad.
Es probable que la aspiración republicana sea refundar el capitalismo bajo el espíritu corporativo del gran capital y del mercado. Es probable que el estado en su concepción actual, sea un artefacto de poder ineficaz y hasta inorgánico. También que la forma de concebir y hacer gobierno con los sistemas políticos actuales sean innecesarias, bajo la égida del capital. Cuando teóricos ilustres del estado debatían no existía la actual organicidad del capital transnacional y su enorme (¿inconmensurable?) potencia en influir políticas públicas, asuntos de estado y sistemas políticos.
Sin embargo el estado ha sido cooptado para no fabricar bienestar social en la población y para obstruir espacios de participación ciudadana que planteen reformas sustanciales al sistema. Cada vez más, los partidos (o parte de ellos) que dominan las elecciones, actúan como sucursales del gran capital.
En noviembre de 2012 es la próxima elección presidencial y para los republicanos ganar posiciones en la carrera electoral es una cuestión de tiempo. Si la economía no se recupera con mayor velocidad, y el desempleo continúa rampante, los republicanos no tendrán necesidad de acudir a elaboradas estrategias para impedir que Barack Obama sea reelecto.
Es probable que los mismos factores de crisis que influyeron en la derrota electoral de George W. Bush, graviten en las posibilidades de reelección de un presidente como Obama, que está muy lejos de las posturas de la administración que precisamente contribuyó a fabricar la crisis. Si las dos guerras, el alto desempleo y una economía con un fuerte residual de la crisis de 2008 continúan afectando la convivencia política interna en Estados Unidos, el neoconservadurismo está en condiciones de recuperar el gobierno y acabar con la tarea iniciada por Ronald Reagan de liquidar el estado como lo hemos conocido hasta ahora. El ajuste estructural a la economía global iniciado en los años 80 por Reagan, además de acabar con el rol del estado en el bienestar social, iba acompañado de una reforma institucional concibiendo al estado con un rol reducido a la seguridad territorial y el control de la vida interna.
Es la nueva cultura capitalista que intenta imponerse en su última fase de autodestrucción. Formar sociedades esclavizadas bajo la dictadura del gran capital corporativo sin contención y regulación, ahora convertido en un poder transnacional para formar un gobierno planetario en un mundo diseñado como fábrica de rentabilidad planetaria. El que queda afuera perece. El que protesta, hay que aniquilarlo. Fascismo y dictadura, la nueva fase del capitalismo entra el escena y Barack Obama lo está viviendo descarnadamente desde la cúspide del poder.
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