Mientras haya ricos y enriquecidos que puedan comprar a otros, y pobres y empobrecidos que se vean en la necesidad de venderse, esta sociedad no habrá cambiado en absoluto pese a las apariencias. Pese a las apariencias y las buenas palabras de los políticos, y pese a las ecuánimes sentencias de sus jueces; ecuánimes, cuando lo son, pero basadas en leyes y códigos pensados para hacer posible la trampa, el fraude y la desigualdad entre las clases privilegiadas y las clases mendicantes.
Por eso hablaba el otro día de las transformaciones, y no sólo reformas, que necesita la sociedad española para que todos respiremos la misma y verdadera libertad. Pues ahora es tan pequeña la que disfrutan los desempleados, los que ni siquiera tienen ya derecho al subsidio de desempleo y los que aspiran a un puesto de trabajo y nunca lo conseguirán, que este país se ha convertido -lo sospecho- en el campeón de Europa (aparte de ser de los más avanzados del mundo en lo mismo) en injusticia social.
En este país, innumerables ejecutivos y directivos de bancos, hidroeléctricas y grandes empresas; ex presidentes de la nación y presidentes de autonomías, alcaldes y una recua de personajes sin más mérito que practicar con astucia la verborrea y la palabrería... perciben retribuciones monstruosas y privilegios impensables en otros países. Y encima, no por lucir una inteligencia creativa sino simplemente por figurar. Eso que nos recuerda Antonio Machado de que a menudo el birrete de un doctor puede encubrir el cráneo de un imbécil. Véase que son si no algunos doctores miembros de la Real Academia de la Historia...
En este país siguen indemnes las grandes fortunas de los grandes terratenientes y propietarios de latifundios, la de títulos de nobleza y la de tantos y tantos opulentos; unos enriquecidos históricamente por sus barbaridades in illo tempore, y otros enriquecidos vaya usted a saber cómo si no olvidamos ese dictum universal de que detrás de toda fortuna hay un crimen...
Este país, digo, es una nación miserable que, además, se une a todas las fechorías, abusos y desmanes que la riqueza, las armas y el poder cometen en el mundo entero bajo la carpa del capitalismo.
El Movimiento de los Indignados tiene que triunfar. Aunque necesitará tiempo para lograrlo. Pero su éxito no habrá necesitado de guillotinas ni de paredones. Sus ajusticiamientos serán morales. Y su éxito será el triunfo de la Razón y de la Justicia sobre la Sinrazón, sobre la Injusticia, sobre la Prepotencia y sobre la Necedad sin adjetivos, sostenidas y potenciadas a su vez por el capitalismo atroz.
Un capitalismo, por cierto, cuyos principales enemigos son los propios capitalistas que se están devorando entre ellos al tiempo que su voracidad engulle la dignidad humana del resto de la sociedad. Podríamos esperar a su desplome, pues las cosas enormes, como los grandes imperios, acaban siempre destruidas por dentro. Pero para evitar que su derrumbamiento nos aplaste también a todos y no sólo a ellos, a los privilegiados, hace muy bien el Movimiento de los Indignados en anticiparse y entibarlo.
Confiemos así en conseguir las profundas transformaciones que nos hagan superar y olvidar un orden implacable, injusto y devastador por muchas razones, que choca frontalmente contra la Razón del milenio... Somos ya demasiados los que tenemos puesta nuestra esperanza en ese Movimiento y demasiados las causas que lo han generado como para que nos defraude o fracase.
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