Por las esquinas de la vieja Europa, por sus plazas y calles, resuena el grito creciente y sostenido de una nueva indignación. Los desempleados, los mal remunerados, los precarios, los subcontratados, los jóvenes con el futuro teñido de negro, los desahuciados por los mismos bancos que eran salvados de su propia ruina con dinero del contribuyente, los desencantados con el fraude político que nos asfixia, los hartos de padecer la partidocracia puesta al servicio de los auténticos amos del mundo, han sentido llegada la hora de decir basta.
En España, el día de San Isidro –15 de mayo–, unos miles sacaron a la calle lo que la mayoría del pueblo tenía bullendo en la cabeza sin explicarse cómo había podido llegarse a una situación tal. La certeza de estar viviendo una farsa alucinante, de haber caído en una trampa de pesadilla, de estar siendo utilizados por nuestros teóricos representantes como si no fuéramos más que una cuadrilla de bobos, de estúpidos, de idiotas sociales, a quienes cualquier bufón con escasos escrúpulos y abundante codicia podía zarandear a gusto desde su poltrona, sillón, silla o taburete político, subía de escala pasando del íntimo sonrojo a la indignación colectiva.
Desde entonces, muchas cosas han cambiado. Tanto, que yo hablaría de estar asistiendo a un cambio de paradigma, aunque algunos no lo vean y otros se empeñen en no verlo.
En principio, el milagro: el muerto, que resucita; el paralítico, que echa a andar; el mudo, que habla; el ciego, que ve; el indiferente, que asume militancia; el consumidor, que torna a ciudadano…
De una masa social más muerta que dormida, que asiste como un vegetal a la depredación del patrimonio público, del estado del bienestar, de las conquistas llevadas a cabo, a sangre, fuego, lucha y libertad, por la clase trabajadora durante buena parte del siglo XX, aparece de pronto algo que piensa, se remueve y palpita; algo que parece despertar para tomar conciencia de lo que se le está viniendo encima.
Es como si la venda de ignorancia que lo mantenía en Babia hubiese caído de sus ojos para dejarle ver el mundo tal cual es. Y lo que contempla es desolador: una democracia convertida en ramera; unos políticos medradores, ganapanes, corruptos y serviles, que doblan su espinazo ante sus amos del Gran Capital obteniendo de ellos dádivas que pagan con el pellejo y el sudor de los trabajadores, hipotecando el futuro de estudiantes y jóvenes y sumiendo en la miseria a miles de familias; unos partidos políticos que, de tanto mirarse el ombligo, no pasan de deambular de sus luchas internas al alborotado corral de los insultos con que pretenden alimentar una pseudoconfrontación incapaz de ocultar su pertenencia a la misma acera política y para quienes los electores y votantes no son más que la paciente y sumisa mercancía de votos volcados en las urnas cada cuatro años; una banca atestada de ladrones legales, cuya insaciable codicia se ve catapultada por la impunidad en la que malversan y roban; unos medios de comunicación copados por periodistas de pesebre, maestros podadores de noticias, peritos en forzar el naipe de la opinión pública, maquilladores de propaganda, expertos cribadores de datos, eficaces diseñadores de “amigos” y “enemigos”, de “héroes” y “villanos”, y aguerridos malversadores de fondos de hemeroteca: unos medios que no pasan de ser instrumentos del Sistema y estar al servicio de los intereses de sus accionistas; una patronal que busca retrotraernos a la época del esclavismo para llenar aún más sus muy repletas arcas; unos sindicatos de pega, apoltronados en su estatus de fieles bomberos de la piromanía del Capital, capaces de firmar el pensionazo o de desmarcarse de sus colegas europeos diciendo sí a un Tratado de la Unión Europea que sólo iba a traer ruina a los trabajadores que dicen defender.
Posteriormente, el cambio. Un cambio cuyo escalpelo separa radicalmente la política de lo que son los partidos políticos y los sindicatos vendidos. Un cambio que declara a los indignados, apartidistas y asindicalistas, pero no apolíticos. Un cambio que es consciente de la imperiosa necesidad de rescatar la democracia de los proxenetas financieros y empresariales que la prostituyen y de los políticos a su servicio que lo consienten. Llegado a este punto, comprende que pretender transformar el sistema democrático desde las instituciones es tan insensato como poner un zorro a guardar el corral de gallinas: o como poner al Fondo Monetario Internacional (FMI) a “rescatar” países.
En la neolengua de los dictadores que dominan el mundo, al secuestro de la economía de un país le llaman “rescate”, siendo público y notorio que el país rescatado no vuelve a ser libre nunca más. En ese mismo idioma, los rescatadores como el FMI o el Banco Mundial (BM) declaran como objetivo la “disminución de la pobreza”, pero al país que agarran y someten a sus planes de ajuste estructural lo arruinan sin remisión alguna. Véase no ya un país, sino un continente como África, que, bajo la tutela del FMI, “consiguió” que sus ingresos cayeran un 23% respecto a los que obtenía antes de la “asistencia”.
Lo que la neolengua define como Planes de Ajuste Estructural (PAS) del FMI no es otra cosa que la más salvaje, bárbara y alevosa forma de expoliación. Los PAS se basan en una radical reducción del gasto público, la privatización masiva del patrimonio nacional y la orientación del sistema productivo a la exportación. Pero, tales PAS no atajan la escalada de la deuda externa, sino que la va agrandando más y más. Mirémonos en esa bola de cristal –¿la predicción de nuestro inmediato futuro?– que es Grecia. Si antes de la declaración de la crisis, su deuda pública rondaba entre el 85 y 110% del Producto Interior Bruto, ahora, una vez que el FMI, la UE, el Banco Central Europeo y la Banca Helena acudieran a su rescate, sobrepasa el 160%. Esto no supone ningún contratiempo imprevisto; al contrario: es la manera natural de discurrir las cosas. Por mucho que alardeen los rescatadores, la reducción del gasto público no va encaminada a recortar la deuda, sino a poner el país en manos de las empresas privadas. La deuda se incrementa, por mucho que se reduzca el gasto público, debido a la subida de las tasas de interés que el Estado debe pagar a los rescatadores. Es el endeudamiento derivado de la forma de “rescatarnos” del endeudamiento público: una espiral descendente que acaba con el país sumido en el pozo sin fondo de la bancarrota.
En nuestro país, el gobierno de Zapatero, títere de la Unión Europea, marioneta a su vez, de EE.UU., cuyos hilos están manejados por el dios Mercado, a cuyos sumos sacerdotes nadie vota, nadie elige y nadie pide cuentas, ha “regalado” de nuestro bolsillo 250.000 millones de euros a la banca que ha creado la crisis que ahora nos toca pagar, 4000 millones al sector del automóvil y 3000 millones a los especuladores inmobiliarios; ha eliminado el impuesto sobre el patrimonio que gravaba a los más ricos y ha aumentado el IVA que pagamos entre todos; ha aprobado la brutal subida de tarifas de la electricidad gestionada por ENDESA, sin tener en cuenta que dicha compañía obtuvo el pasado año unos beneficios cifrados en 5.000 millones de euros; ha consentido que Telefónica, pese a obtener más de 10.000 millones de euros de ganancias en 2010, anunciara un recorte de plantilla, que supone una pérdida del 20% de sus puestos de trabajo en España, mientras proponía incentivos de 450 millones de euros entre sus ejecutivos; ha rebajado el sueldo de los funcionarios, ha subido la edad de jubilación, ha recortado las pensiones y ha seguido su política de liquidación total privatizando los aeropuertos más rentables y las loterías. Y todavía hay ineptos como Cayo Lara que, siendo fiel a la torpeza –tradicional desde la marcha de Anguita– de un partido incapaz de encauzar el malestar y la protesta del grueso de la población, pese a contar con el caldo de cultivo de una crisis realmente grave, sigue enredándose en las mismas cuestiones espurias de siempre planteándose como problema capital el de pactar o no con el PSOE para no “dejar gobernar a la derecha”, como si alguien en su sano juicio pudiera considerar de izquierda todas y cada una de las medidas enumeradas anteriormente. ¿No es absolutamente necesario decir No, no sólo al PPSOE de la alternancia vendepatria, sino también a la torpeza congénita de IU? Definitivamente, cualquier posible salida política a la crisis pasa por alejarse de la partidocracia que nos engaña. En eso, los indignados aciertan una vez más.
Es preciso salir también del cepo de la Ley Electoral que consagra el bipartidismo y la alternancia en la corrupción y el despilfarro. ¿Qué más nos da PP o PSOE, cuando, si Zapatero nos ha dado la estocada, será Rajoy el encargado de asestarnos el puntillazo definitivo? Hay que abolir también los privilegios de la clase política y poner fin a la impunidad del terrorismo financiero. Hay que aumentar la presión fiscal sobre los que más tienen, ya que ésta en nuestro país es muy inferior a la de los países con cuyo estado del bienestar queremos compararnos. Y hay que decir a voz en grito, que el peso de los funcionarios sobre el total de trabajadores en España es menor que en las economías con que se nos compara, y que el peso del gasto público total es también es inferior al de esos países; esto es: no llega a la media de la OCDE ni en Sanidad ni en pensiones ni en Educación.
Un movimiento ciudadano ha comenzado a andar. Exige cambios drásticos y busca el espacio que políticos, patronal y banqueros le han ido arrebatando a golpe de decreto y felonía. Tiene claro que debe desmarcarse de las reglas impuestas por toda clase de poder establecido, si quiere salir vivo –ileso es imposible– de esta crisis. Sabe que dicha salida no se esconde detrás de las cifras de endeudamiento ni de las recomendaciones de los especialistas ni puede encontrarse a menos de mil kilómetros de distancia de todo lo que proponga el FMI, el BM, o cualquier otro tipo de vampiro económico. Y es consciente de que tan sólo desde la resistencia popular se sale de la misma. La puerta de salida hay que abrirla desde las rebeliones que hagan valer la fuerza de la dignidad y pongan encima del tapete el convencimiento del tremendo poder del pueblo trabajador; el que dicta: sin él los poderosos no son nada: Sin mineros, no hay minerales; sin conductores, no hay transporte; sin médicos y personal sanitario, no hay sanidad; sin profesores, no hay enseñanza ni educación; sin pescadores, no hay lonja ni mercado; sin campesinos, no hay cosechas; sin empleados de la limpieza, las ciudades serían estercoleros; sin mecánicos, no habría automóviles, etc., etc.
Es cierto que, como recién nacido, el movimiento es frágil y tiene que precisar sus reivindicaciones y directrices antes de que se vea instrumentalizado a la larga por el tropel de “listos” que acechan para aprovecharse del mismo o desviar su amenaza. Pero lo hecho no tiene vuelta atrás. Buena parte del pueblo ha tomado conciencia de manera palmaria que es responsabilidad de las gentes –de todos nosotros– defender lo que es nuestro y elevar un grito que resuene en todo el mundo para forzar a los políticos que se avengan a su papel de representantes del pueblo soberano, a actuar en favor de unos derechos iguales para todos y de un drástico recorte en las desigualdades sociales y económicas que padecemos: las mismas que los “salvadores” de la crisis y su ejército de “rescatadores” no hacen más que agudizar.
La nueva hora de España ha sonado. Así que, si no quieren quedarse en el apeadero mientras el tren de la Historia continúa su marcha, sitúen correctamente las manecillas del reloj.
martes, 7 de junio de 2011
La nueva hora de España, Santi Ortiz
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1 comentario:
Magistral, lo mejor que he leido sobre la nueva situación española, muy bueno, ojala lo lean millones de españoles.
Todo lo escrito son verdades absolutas, pero requieren dos cosas, llevarlas hasta el último ciudadano español y segundo organizar las fuerzas.
En America Latina, hay un ejemplo muy interesante llevado a efecto por las fuerzas progresistas en Bolivia, capitaneadas por su presidente en la actualidad.
Habian los mismos problemas de la partidocracia, que inventaron ellos un movimiento revolucionario que llamaron INSTRUMENTO DE LUCHA, o algo parecido que unió todas las fuerzas y las concentraron en el combate, la partidocracia como le llaman los españoles es un edulcorante que engaña a los pueblos, limpiense estas polillas y habrá una fuerza nueva que irrumpa en la escena, pero creenla, los dedos de las manos son debiles por sí solos, pero si se cierran forman el puño que golpea y tumba.
viva el M-15
Alejandro A Degüello
CUBA
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