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Hacer respetar el derecho, lo contrario al ‘derecho de injerencia’
Este delicado debate político hay que intentar traerlo siempre a los principios de base de la vida internacional : soberanía de los estados, coexistencia pacífica entre los diferentes sistemas, no injerencia en los asuntos internos. A las potencias occidentales les gusta presentarse como que buscan hacer respetar el derecho. Es totalmente falso.
Se nos dice que EE UU es hoy mucho más respetuoso del derecho internacional de lo que era cuando el cow-boy Bush, y que esta vez ha habido una resolución de la ONU. No es aquí el sitio de discutir si la ONU representa verdaderamente la voluntad democrática de los pueblos y si los votos de numerosos estados no son objeto de compra o de presiones.
Simplemente detallar que esta resolución 1973 viola el derecho internacional y, en primer lugar, la Carta Fundamental… de la misma ONU.
Efectivamente, su artículo 2 § 7, estipula : “Ninguna disposición de la presente Carta autoriza a las naciones Unidas a intervenir en los asuntos que pertenecen esencialmente a la jurisdicción interna de un Estado”. Reprimir la insurrección armada es competencia de un Estado, aun si hubiera que lamentar las consecuencias. De todos modo, si bombardear a rebeldes armados es considerado como un crimen intolerable, entonces hay que juzgar de urgencia a Bush y a Obama por lo que han hecho en Iraq y en Afganistán.
Igualmente, el artículo 39 limita los casos en que la coerción militar es autorizada : “La existencia de una amenaza contra la paz, de una ruptura de la paz o de un acto de agresión”. Hay que señalar, aunque solamente sea por reírnos, que incluso el tratado de la OTAN precisa en su artículo 1 : “Las partes se comprometen, tal y como está estipulado en la Carta de la Naciones Unidas, a reglar por medios pacíficos todos los diferendos internacionales en los que pueda verse implicados”.
Se nos presenta este “derecho de injerencia humanitaria” como una novedad y un gran progreso. En realidad, el derecho de injerencia ha venido siendo practicado durante siglos por las potencias coloniales contra los países de África, de Asia y de América latina. Por los fuertes contra los débiles. Y es precisamente para poner fin a esta política de la cañonera por lo que fueron adoptadas en 1945 nuevas reglas del derecho internacional. Concretamente la Carta de Naciones Unidas ha prohibido a los países fuertes invadir a los países débiles y este principio de la soberanía de los Estados constituye un progreso en la Historia. Anular esta conquista de 1945 y volver al derecho de injerencia, es volver al tiempo de las colonias.
Entonces, para hacer que se apruebe una guerra muy interesada, se toca la cuerda sensible : el derecho de injerencia sería necesario para salvar a las poblaciones en peligro. Tales pretextos también eran utilizados en su tiempo por las colonialistas Francia, Inglaterra y Bélgica. Y todas las guerras imperiales de EE UU se han hecho con este tipo de justificaciones.
Con EE UU y sus aliados como gendarmes del mundo, el derecho de injerencia pertenecerá evidentemente a los fuertes contra los débiles, nunca al revés. ¿Tiene acaso Irán el derecho de injerencia para salvar a los palestinos ? ¿Tiene Venezuela el derecho de injerencia para poner fin al sangriento golpe de Estado en Honduras ? ¿Tiene Rusia el derecho de injerencia para proteger a los bahreinís ?
En realidad, la guerra contra Libia es un precedente que abre la vía a la intervención armada de EE UU o de sus aliados en no importa qué país árabe, africano o latino-americano. Hoy se va a matar a miles de libios “para protegerles” y mañana se irá a matar a civiles sirios o iraníes o venezolanos o eritreos “para protegerles”, en tanto que los palestinos y todas las demás víctimas de los “fuertes” continuarán sufriendo dictaduras y masacres…
Mostrar que la intervención occidental viola el derecho y nos vuelve al tiempo de las colonias, me parece que es un tema que hay que poner en el centro del debate.
¿Qué hacer ?
EE UU bautizó la guerra contra Libia de « Aurora de la Odisea ». Ahora bien, sus nombres codificados contienen siempre un mensaje dirigido a nuestro inconsciente. La Odisea, el gran clásico de la literatura griega, relata el viaje durante veinte años emprendido por Ulises a través del universo. Con medias palabras se nos está diciendo que Libia hoy es el primer acto de un largo viaje de EE UU para (re)conquistar África.
Intentan así parar su declive. Pero al final, será en vano. EE UU perderá inevitablemente su trono. Porque este declive no es debido al azar o a circunstancias particulares, es debido a su mismo modo de funcionamiento. Smith advertio desde largo tiempo : “La economía de cualquier país que practique la esclavitud está iniciando un descenso hacia el infierno que será muy duro el día que otras naciones se despierten”.
De hecho EE UU ha remplazado una esclavitud por otra. En el siglo XX levantó su prosperidad sobre la dominación y el pillaje de países enteros, vivió como parásito y por lo mismo debilitó sus capacidades económicas internas. La humanidad tiene gran interés en que ese sistema se acabe definitivamente. La misma población de EE UU tiene interés en ello. Para que se deje de cerrar fábricas, de destruir empleo y de confiscar sus casas para pagar bonos de banqueros y gastos de guerra. La población europea tiene también interés en una economía no al servicio de las multinacionales y sus guerras, sino al servicio de la gente.
Estamos pues en una encrucijada. ¿Qué ‘albar’ queremos elegir ? ¿La anunciada por EE UU que nos llevará durante veinte o treinta años por guerras incesantes en todos los continentes ? ¿O más bien un ‘alba’ verdadera, otro sistema de relaciones internacionales en las que nadie imponga a nadie sus intereses por la fuerza y donde cada pueblo pueda elegir libremente su camino ?
Como en cada guerra de los últimos veinte años, una gran confusión reina en la izquierda europea. Los discursos seudo-humanitarios difundidos por los medios ciegan porque nos olvidamos de escuchar la otra versión, de estudiar las guerras precedentes, de contrastar la información.
Michel Collon
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